ASCENDIDO AL CORAZÓN DE TODOS Y DE TODO
SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR
4 de Mayo de 2.008
En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les
había indicado.
Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban.
Acercándose a ellos, Jesús les dijo: Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la
tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he
mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.
Mateo 28,16-20
Conscientes de que la Ascensión de Jesús a los Cielos es permanencia de Cristo con
Nosotros, queremos hacer justicia a ese Misterio Cristiano, reconociéndonos como
el cielo colectivo a que el Padre ha ascendido a su Hijo Jesús. No son
principalmente cielos espaciales, no son ante todo lugares estelares, hacia los que
ha sido arrebatado Cristo. Ha sido a las cosas todas, los hombres todos en especial,
al Seno omnicomprensivo de Dios, adonde un trozo de nuestra tierra y un
“ejemplar” de nuestra humanidad ha sido “meteóricamente” ascendido,
apoteósicamente promovido.
Cristo ha sido ascendido a los cielos. Es decir, Cristo está en Dios y en nosotros
operando desde nosotros la progresiva ultimación, la esperada plenificación de todo
y de todos. Somos nosotros, los hombres, el término de su ascenso, lo mismo que
lo fuimos de su descenso. Y está sentado, trascendiéndonos, a nuestra derecha y a
nuestra izquierda, por encima y por debajo de nosotros , por dentro y por fuera de
todo hombre y de toda cultura.
Y es que Dios Padre, sentándolo a su derecha, elevándolo a su nivel, incorporándolo
a su forma existencial de Dios, le ha dado a su Hijo Jesús todos los tiempos y todos
los espacios, todas las cosas y todas las personas como “lugares” agraciados en los
que irrumpir y de los que emerger su Espíritu. Y de esta forma podemos afirmar
que Cristo ha quedado gloriosamente mundanizado, misteriosamente eclesializado.
Y que, al dirigir los ojos al cielo viéndolo subir, los bajamos hacia la tierra, hacia los
hombres, hacia la Comunidad eclesial, tratando de reconocerlo entre tantas y
tantas nubes y velos que lo velan y revelan a la vez.
Lo podríamos decir con aquello del poeta: “Nuestro canto asciende a más profundo,
cuando abierto a todos los aires ya es de todos los hombres”. Porque algo, pero
más, es Cristo Ascendido a quien hoy celebramos desde una ascensión participada
y comunitaria. Es marcharse y quedarse. Es a especie de una universalización
singular de Jesús. Es la desaparición del Cristo visible, para convertir al mundo
todo, a la naturaleza y a la historia, en mostraciones suyas, en apariciones suyas,
en realidades gloriosas y sacramentales de Él...
¡Qué cerca de ascender a Dios y de ascender a los hombres, cuando nosotros,
renunciando a los falsos cielos del poder, del acaparar y del placer, ascendemos al
lugar del servicio, tras una reñida competición por lograr los últimos puestos, los
primeros cielos, como peana enaltecedora del hermano y trampolín de exaltación
fraterna.
Juan Sánchez Trujillo