ENVIADOS, TESTIGOS... DEL CIELO EN LA TIERRA
(ASCENSIÓN DEL SEÑOR. Ciclo A)
8 mayo 2005
"En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les
había indicado. Al verlo, se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos,
Jesús les dijo: Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra.
Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y
del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.
Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo". (Mt
28,16-20)
Es como si Jesús dijera a los discípulos: Ahora os toca a vosotros. Tenéis todo en
vuestra mano. Sólo tenéis que esperar mi vuelta. Pero sin cruzaros de brazos.
Porque, hasta que yo vuelva, es el tiempo de hacer llegar a todos mi obra de
salvación.
Comienza así el tiempo de la Iglesia. Apoyada en Jesús, sustentada por su Espíritu.
Pero comprometida en la tarea de la extensión de los valores del Evangelio. No es
el suyo un tiempo vacío, sino muy lleno de contenido. Todo se ha cumplido en
Jesús de Nazaret, pero todo está aún por cumplir en los miembros de su Cuerpo y
en los miembros de la humanidad entera. Y en eso consiste la tarea de la Iglesia:
en contribuir a la edificación del Reino y en apresurar la vuelta del Señor, haciendo
de nuestra tierra un ámbito que albergue los valores que Él nos ha propuesto y
procurado, y que llevará a su plenitud cuando de nuevo venga hasta nosotros.
Este planteamiento nos descubre, un domingo más, la hondura de la condición del
ser humano. Lo nuestro es la tierra. Pero nos vemos llamados al cielo. Por una
parte, nos vemos diferentes a la divinidad, incluso pensando en el lugar propio de
cada uno: el cielo es la morada de Dios; la tierra, lo es de los hombres. Y, sin
embargo, no son mundos incomunicados ni excluyentes entre sí. Cada uno de
nosotros, desde esta tierra, se experimenta a sí mismo como destinado al mundo
de lo sagrado, y busca la salvación intentando conseguirlo. Es decir, los santos
nacen y se hacen en la tierra. Pero su meta definitiva, que da sentido ya a esta
vida, es el cielo. Cuidar, pues, esa dimensión de trascendencia es algo
imprescindible para el ser humano y su realización completa.
Por otra parte, el misterio de la Ascensión aparece indisolublemente ligado a la
misión universal de la Iglesia. Esto que, en toda época, es algo importantísimo, se
descubre con una fuerza y como una necesidad especial en este tiempo en que la
Iglesia está en todas partes en estado de misión. Hay mucho que proclamar,
porque hay muchos que no han oído, muchos que han olvidado, muchos que están
atrapados por mensajes contrarios al evangélico... Hay mucho que proclamar,
porque escasean los testigos. Hay mucho que proclamar, porque se imponen
actuaciones que luchan frontalmente con todo lo que proviene de Jesús de
Nazaret... Nos espera la familia, el trabajo, la calle, las asociaciones, el barrio, la
política, la economía, el pueblo, los amigos...
Tú también has recibido este encargo.
Miguel Esparza Fernández