VI Semana de Cuaresma, Ciclo A
Introducción a la semana
Está próximo el final del Tiempo Pascual. El evangelio nos va descubriendo con
especial énfasis el gran don prometido por Jesús: el “Paráclito”, el Defensor, el
Espíritu Santo. Para derramarlo sobre los discípulos es necesario que él “se
vaya” (alusión a su muerte y resurrección). La tarea de este Espíritu será
esencial y variada: llevar a los discípulos a una comprensión profunda del
misterio de Jesús (de su persona y de su mensaje); sostener su fe frente a las
adversidades que su predicación va a suscitar; dar a su palabra una poderosa
fuerza de convicción; despertar en los corazones bien dispuestos la adhesión a la
nueva fe; descubrir el carácter escatológico –es decir, definitivo- de la revelación
de Jesús para la salvación del mundo.
Esa misión del Espíritu glorifica a Cristo, al estar totalmente orientada a
hacernos asimilar y difundir la realidad manifestada en él; y glorificando a
Cristo, glorifica también al Padre, a quien Cristo Jesús vino a revelar. Es una
magnífica síntesis narrativa del misterio íntimo del Dios-con-nosotros: el Padre
nos comunica su designio de amor al enviarnos a Jesús, su Hijo, y nosotros
podemos comprenderlo, vivirlo y difundirlo gracias al Espíritu Santo, enviado a
su vez “desde el Padre” por Jesús resucitado.
Las primeras lecturas hablan sobre todo de Pablo, cuyos viajes apostólicos se
describen con cierto detalle. Funda la Iglesia de Filipos, que será especialmente
generosa con él. En Atenas adapta su predicación a los paganos, hablando del
Dios desconocido, creador y providente, que juzgará al mundo por Jesús. Funda
después la Iglesia de Corinto, donde convivirá con algunos laicos arraigados en
la nueva fe, trabajando y predicando.
Esta semana celebramos al rey san Fernando, eficaz militar, sabio gobernante y
cristiano ejemplar en tiempos de la Reconquista; al mártir san Justino, filósofo
converso, teólogo, apologista y exegeta esclarecido del siglo II; a los mártires de
Uganda, jóvenes cristianos condenados por el rey a quien servían en el siglo
XIX; y a san Pedro de Verona, el primer mártir dominico. Celebramos también la
Visitación de la Virgen, cuando María proclamó, en su hermoso cántico de fe –el
Magnificat-, el designio de amor en favor de toda la humanidad que Dios quiso
llevar a cabo por medio de ella.
Fray Emilio García Álvarez
Convento de Santo Domingo. Caleruega (Burgos)
Con permiso de dominicos.org