Solemnidad. La Ascensión del Señor
La Ascensión
Padre Pedrojosé Ynaraja
La vida cristiana comunitaria está vertebrada por el Año Litúrgico. Es algo así como
la columna vertebral de la vitalidad eclesial. Ahora bien, mis queridos jóvenes
lectores, vosotros, los que estudiáis o habéis estudiado ciencias, sabéis que, en la
clasificación de los seres vivientes, nosotros los humanos, aparecemos como
cordados, una peculiaridad que determina muchos de nuestros quehaceres y
posibilidades, aparte de que su lesión acarrea graves consecuencias. Pero no por
ello nos sentimos maniatados u obsesionados por las vértebras. De una persona se
dice que es espontanea, simpática, lista, atractiva, etc. Piensa, habla, aprende,
ayuda, sin pensar, generalmente, en su espina dorsal. Difícilmente elogiaremos a
alguien, por la buena calcificación de su
esqueleto.
Como me ocurre tantas veces, me he ido
por las ramas. Perdonádmelo. ¡Era tan senillo haberos dicho que, pese al tiempo
litúrgico, uno puede contemplar y aprender de la vida del Maestro en cualquiera de
sus momentos!ue El Año Litúrgico sigue la vida histórica del Señor Jesús.
Nacimiento, vida familiar y social, mal llamada oculta, periodo evangelizador y
apostólico, pasión, muerte redentora y resurrección. El epílogo es el episodio de la
subida a los cielos. Vaya por delante que este vocabulario, el que se utiliza
comúnmente y el de la misma Revelación, está condicionado por la visión del
cosmos que tenía la gente del tiempo de la redacción del texto. Hoy sabemos que la
tierra no es plana, que estamos sumergidos en un conjunto de astros, pero que hay
muchos más y que, por más que nos podamos alejar de la corteza terrestre, nunca
podríamos encontrarnos con Jesús, porque Él existe libre de las ataduras del
espacio y del tiempo.
Que haya desaparecido físicamente del planeta, real y sacramentalmente no, y se
haya liberado de estas ataduras, significa que no podremos tocarle, ni tener
contacto sensorial alguno. Tampoco establecer un diálogo de intercambio
ideológico, a la manera del que se pueda tener con un sicólogo o siquiatra, en este
nivel de la personalidad tampoco habrá contacto. En el tercer nivel, aquel que
supera, pero está próximo al de la intuición, el de la oración, el del Amor-Caridad,
el contemplativo, el que está dispuesto a recibir la Gracia y dejarse impregnar por
ella, en ese nivel, sí que podemos encontrarnos con el Señor. Conocer su vida
histórica es muy interesante. Reflexionar sobre su doctrina y lo que implica en
nuestra vida, puede ayudar a mejorar nuestro comportamiento. Pero lo
determinante, es estar convencido de que existe y de que es comunicable. Sólo si
nos desprendemos de los niveles inferiores, seremos capaces de establecer esta
comunicación. Reconozco que este nivel, para muchos, les es desconocido, de aquí
que lamente la valoración excesiva que se da a ciertos triunfos deportivos.
Recientemente, al observar por TV rostros pintarrajeados, expresiones emotivas de
gran gozo, gritos histéricos, por la victoria de un equipo, me preguntaba
tristemente: ¿Cómo podrán estas personas gozar de la amistad del Señor? Y los
triunfos de este género no perduran, ni salvan, mientras que el Amor de Dios es
eterno y sacia de felicidad, si uno es receptivo a Él. Era sólo un ejemplo, en otros
terrenos, en el político o el musical, por citar ejemplos al uso, ocurre igual
Vosotros habréis experimentado, seguramente más veces que yo, que vuestro
teléfono móvil, en algunas ocasiones, no tiene cobertura o que están saturadas las
líneas de trasmisión celular, pese a que os encontréis próximos a un repetidor.
Vuestro terminal puede tener deficiencias debidas a que se ha desgastado la batería
o dañado condensadores o semiconductores, podéis saber el porqué de la
incapacidad, pero no por ello lograr comunicaros con aquel a quien queréis decir
algo. Con Dios nunca ocurre así, pese a que nos parezca lo contrario. Orar siempre
implica gusto por el riesgo espiritual, pero, si uno confía, el éxito es seguro. No
ignoro lo difícil que resulta, en ocasiones la confianza.
He oído a más de uno lamentarse de no tener dinero ni para comprarse un móvil, ni
siquiera para llamar desde una cabina. Si se trata de la comunicación con Dios, no
es preciso nada de esto. No está mediatizado por artilugio alguno. Al Señor se le
encuentra en lo más oculto de nuestro interior, allí donde reposa el silencio
espiritual y donde se guarda el tesoro de la afortunada soledad profunda. Por
mucho que se investigue en el ADN humano, no se encontrará el gen peculiar de la
Trascendencia. Y es este elevado nivel, el principal factor que nos diferencia de los
animales, por muy superiores que sean.
¿Os dais cuenta, mis queridos jóvenes lectores, de la suerte que tenemos los
humanos y de la dicha que nos proporciona la Gracia? Yo no sé si os han gustado
mis disquisiciones, cada uno tiene sus preferencias y varían sus entendederas, pero
mis palabras pretendían explicaros en lenguaje de hoy, lo que con mucho acierto
dice San Pablo a los ciudadanos de Éfeso. Otros años os he contado como es el
lugar donde se sitúa el hecho contado en la primera lectura, hace pocos meses que
lo he vuelto a visitar, pero he preferido esta vez no repetirme.
Ahora sólo os falta hundiros en la contemplación del misterio, empaparos cuanto
podáis de su esencia y aprovechar todas las ocasiones que tengáis, para contagiarlo
a los demás. Acabo con una recomendación que he repetido a muchos: pon tú la
disposición y Dios te dará la ocasión. Habréis cumplido con el último deseo de
Jesús, tal como nos lo trasmite el evangelio de Mateo, que leemos en la misa de
este domingo.
Padre Pedrojosé Ynaraja