El exceso de Dios
El Génesis irrumpe en el silencio de eternidad con el aleteo del Espíritu
sobre las aguas. Desde sus orígenes les da la capacidad de santificar. En el
Éxodo, tribus dispersas, pequeñas en número, antagónicas, empobrecidas
comienzan a encontrarse, a unirse. Es el Espíritu quien va trabajando en
zonas de frontera, de marginación y comienza a crear la convivencia. Es el
origen de la utopía de la comunidad cristiana.
El Espíritu suscita en la Biblia ideas de novedad, de creatividad, de
dinamismo, de fuerza transformante. Allí donde hay miedo, Él es valentía.
Donde hay marginación, Él es dignidad. Donde existe la discordia, Él es
armonía en la diversidad. Donde reina la mediocridad, Él contagia energía.
Y, más aún, donde el desánimo pareciera apagar el corazón, Él es fuego,
llamarada que abre caminos e inunda de paz, de iniciativas, de luz.
Pentecostés da origen a la Iglesia. Es obra del Espíritu. Allí en la diversidad
plural de pueblos, razas, lenguas, culturas es el Espíritu quien une, eleva,
transforma. La lengua de iniciados de los Apóstoles, estalla en mil vocablos
que pone en marcha la fantasía del Espíritu en nuevos ministerios, nuevos
signos, nuevos caminos de salvación.
En un derroche de generosidad y misericordia, Dios a través de su Espíritu,
siembra en cada ser humano, sin distinciones de ninguna clase, su Plan de
salvación según un proyecto único que llamamos vocación, carisma y que
se traduce en un servicio concreto a la humanidad. Dejar que esta semilla
crezca, es nuestra responsabilidad sin que el Espíritu nos deje solos en este
compromiso singular.
Cochabamba 12.06.11
jesús e. osorno g. mxy
jesus.osornog.@gmail.com