VII Semana de Pascua Ciclo A
Solemnidad. La Ascensión del Señor
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD
DOMINGO
Lecturas
a.- Hch. 1,1-11: Jesús se elevó a la vista de ellos.
b.- Ef. 1,17-23: El Padre lo sentó a su derecha.
c.- Mt. 28,16-20: Se me ha dado pleno poder en el cielo y la tierra.
La primera lectura nos narra la exaltación de Cristo glorioso a la diestra del Padre
en el cielo. Subyace, sin embargo, un doble plano de realidades, mientras Jesús les
habla de la promesa del Padre, la venida del Espíritu Santo (v. 4), los apóstoles
están pensando en el reino mesiánico, como una restauración del reino de David (v.
6). Late siempre en ellos la visión temporal de las cosas de Dios: poder político y
religioso. Jesús les manda esperar en Jerusalén, para ser bautizados con Espíritu
Santo y lo define en cierto modo, como una fuerza que viene de lo Alto, de la cual
ellos serán revestidos, para ser sus testigos, partiendo de Jerusalén hasta los todos
confines de la tierra (v. 8). La nube, representa la presencia lo divino, está
presente en las grandes teofanías del AT (cfr. Ex. 13, 22; Dn.7, 13) y también del
NT (cfr. Lc. 9, 34-35; Mt. 24, 30; 1 Tes. 4, 17; Ap. 1,7; 14,14-16). Jesús, fue
levantado, arrebatado al cielo, para sentarse a la diestra del Padre, e interceder
ante el Padre por todos nosotros y ejercer su poder sobre el cielo y la tierra. Los
ángeles, anuncia su regreso, en la parusía final (v. 11). Mientras tanto, los
discípulos tienen la misión de anunciar el Evangelio, la Buena Nueva hasta los
confines de la tierra.
El apóstol Pablo, luego de presentarnos la economía de la salvación, el himno
propiamente tal, desciende a describir los bienes que Dios tiene preparados para los
que en la Iglesia encuentran su camino de salvación. Pablo comienza dando gracias
a Dios por la fe en Cristo y caridad de los efesios con sus hermanos; pide a Dios le
puedan conocer por la fe, una fe que les ilumine los ojos del corazón, en sentido
bíblico se trata que puedan conocer en su corazón todas las realidades espirituales
(cfr. Rm. 1, 21; 10, 10; 2 Cor. 3,15; 4,6). Este conocimiento tiene un fin conocer la
esperanza a la que hemos sido llamados, la riqueza como herencia de los santos y
la grandeza de su poder sobre los creyentes (vv. 18-19). Se cree y se espera en el
poder de Cristo Jesús desplegado en su misterio pascual de muerte y resurrección y
que desde ahora ejerce benignamente sentado a la derecha de Dios sobre los
cristianos y las realidades temporales, así también es Cabeza de la Iglesia. Con esta
presentación Pablo, invita a los creyentes a mantener en alto la antorcha de la fe,
esperanza y caridad, lucha por derechos de Dios y del hombre en la sociedad.
El evangelio nos da a conocer las últimas instrucciones de Jesús a sus discípulos. Es
en Galilea donde fueron citados por el ángel y luego por el mismo Resucitado (cfr.
Mt. 28, 7. 10). El monte es lugar del encuentro de Dios con el hombre, espacio de
grandes revelaciones y proclamaciones, como la Ley de Moisés y las
Bienaventuranzas, ahora Jesús manda hacer discípulos a todos los hombres y
mujeres, enseñándoles su palabra y bautizarles en nombre de la Santísima
Trinidad. Hay que destacar esta nueva reunión, el Maestro y sus discípulos, menos
el que lo traicionó (cfr. Mt. 26,32), el pequeño rebaño con su Pastor. Se postran y
adoran al Señor de cielo y tierra y de todo el universo. Posee todo poder en el cielo
y en la tierra, porque ahora el Padre recompensa su obediencia concediéndole no
sólo el perdonar los pecados, enseñar, dar la salud y expulsar los demonios, sino un
poder sin límites como Hijo de Dios y Juez de vivos y muertos que regresará al final
de los tiempos. Este es el mesianismo que Dios le otorgó y que manifestó en el
ministerio de Cristo Jesús que pasó por este mundo haciendo el bien. Las palabras
de Jesús hay que entenderlas como un traspaso de mando, es decir, les confía su
poder para realizar su misión en el tiempo de la Iglesia: hacer discípulos suyos a
todos los pueblos de la tierra. El método será por medio de la enseñanza y el
Bautismo, pero esto no basta, hay que prolongar esta realidad doctrinal y
sacramental a la vida de cada día con la aceptación continua de la enseñanza del
Maestro. El bautismo será en nombre de la Trinidad, no tendrá un carácter
penitencial, para el perdón de los pecados, tampoco será un bautismo de muerte
como el de Cristo en la Cruz (cfr. Mc. 10, 38); el bautismo suyo será para la vida
abundante que nos prometió (cfr. Jn. 10,10). Los hombres serán bautizados en el
nombre del Padre, lo que significa que reciben el don de la filiación divina; serán
hijos de Dios, pero para mantener tal alta dignidad, deben vivir como hijos, a
imitación del Hijo, hasta alcanzar la perfección, don y meta de ser santos como el
Padre es santo (cfr. Mt. 5,48; Rm. 8,29). Pero también será bautizados las gentes
en el nombre del Hijo, se establece una comunión con su misterio pascual con su
vida y salvación. Todos los bautizados serán hermanos de Jesús y toda obra buena
que se haga al prójimo tiene el sello de amistad con ÉL, es como si esa obra se la
hubiésemos hecho al mismo Jesús (cfr. Mt. 10,40). Cada obra referida al prójimo
tiene repercusiones en el día del juicio final, porque Jesús se declarará a favor sólo
de quien lo reconociera en su prójimo necesitado. Negará a quien lo halla negado,
así como quien hizo una obra caritativa con el prójimo tendrá el gozo de descubrir
que lo hizo al propio Jesús (cfr. Mt. 10,32; Mt. 25,40). Jesucristo es hermano de
todos, porque hizo a todos partícipes de su filiación divina (cfr. Gál. 4, 6). El
Espíritu Santo es el agente por el cual la presencia de Jesucristo se hace efectiva y
crea comunión con ÉL. Es el Espíritu quien lo hizo hombre en el seno de María
Virgen, lo entronizó en su misión de Mesías en su bautismo en el Jordán y lo
condujo al desierto para pasar la primera prueba como Mesías probado en lo que
afecta a la vida de todo hombre mortal: la seducción del mal (cfr. Mt. 4,1). Con esa
misma fuerza del Espíritu Santo, trajo el Reino de Dios, expulsó a los demonios,
resucitó a los muertos, dio la salud a los enfermos y sobre todo predicó la Buena
Nueva al pueblo (cfr. Mt. 12,28). Si deben dar testimonio ante los tribunales, no
deben temer qué van a decir, porque el Espíritu de vuestro Padre hablará en
vosotros” (Mt. 10, 20). Con este Espíritu los creyentes podrán no sólo seguir a
Cristo sino imitarlo, configurar su existencia con la suya, aunque ello incluya la
entrega de la vida en el martirio. Poseen el testimonio de Cristo que se ha ofrecido
a sí mismo en sacrificio redentor por la humanidad (cfr. Hb. 9,14). La instrucción
que nutrirá la vida de los cristianos debe consistir en todo lo que Jesús les ha
encargado, o sea, el evangelio, en especial los grandes discursos, diálogos íntimos
donde deja claro quién es el verdadero discípulo y se inicia el camino del evangelio
de la gracia que conduce a Dios. Se trata del “camino de la justicia” (Mt. 21, 32), su
palabra permanece pura, inalterable, que ahora el Resucitado, el Señor, Kyrios,
confirma para siempre. Llevar el mensaje del evangelio a todos los pueblos no es
una empresa humana, no están abandonados a sus fuerzas, cuentan con la
presencia por medio de su Espíritu Santo, su palabra, su Eucaristía y sobre todo la
comunidad. Todos son espacios donde están presentes los discípulos convocados
por el Resucitado. Donde se dan todos estos elementos Jesús asegura su presencia
en medio de ellos para siempre. La Eucaristía reúne, de alguna forma, todos estos
elementos, pero con una clave misionera o evangelizadora. Si escuchamos y
celebramos la Palabra de Dios y el evangelio, si recibimos a Jesús en la comunión,
luego que abandonamos la reunión, estamos suficiente capacitados para anunciar el
mensaje salvador de Cristo a todos. No será un discurso, que no es necesario, sino
la experiencia que tiene cada uno, animados siempre por el Espíritu de Jesús, se
siembra en el corazón de los hombres la semilla de vida eterna si creen a la
Palabra. La tarea es enorme y pequeña a la vez, porque la mies es mucha, pero
hay que comenzar de una buena vez y de se modo se caminando, sembrando,
instruyendo y acompañando a las fuentes de la vida Jesucristo y su bautismo
camino hacia el Padre, que te hace hijo suyo, a la comunidad eclesial, donde te
sientes acompañado en la fe y al cielo, destino donde Jesús nos espera desde su
Ascensión a los cielos.
San Juan de la Cruz, nos recuerda en clave mística, que en el Bautismo recibimos la
pureza original, la misma de Adán, pero que luego del pecado podemos recuperar a
partir de nuestro Bautismo pero ahora fruto del misterio pascual de Cristo que
sana, purifica y une en amor divino al hombre con Dios. Cuando comenta los
versos: “Y luego me darías/ allí, tú, vida mía, / aquello que me diste el otro día”,
comenta: “Llamando a el otro día al estado de la justicia original, en que Dios le dio
a Adán gracia e inocencia, o el día del bautismo, en que el alma recibió pureza y
limpieza total, la cual dice el alma en estos versos que luego se la daría en la
misma unión de amor” (CA 37,5).