Comentario al evangelio del Lunes 06 de Junio del 2011
Queridos amigos y amigas:
Estamos viviendo la última semana del tiempo pascual. Con ella, concluiremos la lectura continuada
de los dos libros que nos han acompañado durante estos cincuenta días: los Hechos de los Apóstoles y
el evangelio de Juan. A través de ellos hemos conocido mejor a Jesús y a su comunidad. Hemos
aprendido también a encontrar un “punto de vista” objetivo en medio de nuestras incertidumbres.
¿Cuántas veces hemos discutido sobre la identidad de Jesús o sobre la naturaleza de la Iglesia? Muchas
de las cuestiones debatidas hoy tienen que ver con estas dos realidades. ¿No nos hemos abandonado a
menudo a nuestras impresiones superficiales, a la fuerza de la opinión pública, sin acercarnos a las
fuentes que las iluminan?
¡Ojalá, como fruto de la Pascua de este año 2011, hayamos aprendido a dejarnos educar por la fuerza
de la Palabra! Nuestras opiniones pueden ser interesantes, novedosas, incluso proféticas, pero la única
palabra que “da vida” (y, por lo tanto, que cambia a las personas) es la Palabra de Dios.
Hoy encontramos a Pablo en Éfeso. El encuentro con unos discípulos que habían recibido el bautismo
de Juan da pie para acentuar el significado del bautismo cristiano, que no es tanto un signo de
conversión cuanto un nuevo nacimiento en el Espíritu. Lo sucedido en Éfeso pone de relieve la acción
del Espíritu y los frutos que produce en quienes lo reciben.
En el largo testamento de Jesús, concentrado en los capítulos 13-18 del evangelio de Juan, hoy el Señor
advierte a sus discípulos sobre lo que les va a suceder cuando él ya no esté físicamente con ellos: se
producirá la dispersión de la comunidad y aumentarán las luchas con el mundo. Frente a estos dos
fenómenos, que siguen presentes en toda comunidad cristiana, Jesús nos invita a “tener valor” porque
él es la fuente de la paz (Encontraréis la paz en mí) y porque con él la victoria es posible (Yo he
vencido al mundo). Por desgracia, estas palabras nos parecen maravillosas hasta el momento preciso en
que nos toca vivir en carne propia situaciones reales de dispersión o persecución. Entonces se nos
antojan demasiado idealistas y echamos mano de la psicología o de otras destrezas más a ras de suelo.
¿Habremos creído de verdad en lo que Jesús nos promete o lo habremos reducido a una exhortación
piadosa sin fuerza real de cambio?
P. Fernando Gonzalez