Domingo de Pentecostés
(Hechos 2:1-11; I Corintios 12:3-7.12-13; Juan 20:19-23)
La mujer está encantada con su nueva oficina. Por años tenía su escritorio en un
apartado cerrado. Había sólo cuatro paredes y la puerta. Ahora tiene ventana. No le
importa que sólo tenga setenta centímetros de anchura; al menos le da a ver
afuera. No le molesta que afronta el basurero; pues deja entrar la luz. La ventana
contribuye a la mujer como el Espíritu Santo a la comunión de los cristianos. Le
provee una nueva perspectiva a la vida.
Sin embargo, no estamos acostumbrados a hacer mucho caso al Espíritu Santo. Tal
vez la razón es que lo llamamos la tercera persona de la Trinidad. ¿Quién querría
viajar tercera clase? Si el vestido es de tercera, ¿quién querría llevarla? Pero con
Dios el orden de las tres personas no cuenta por nada. Cada uno ha existido desde
siempre. Cada cual tiene la misma dignidad. Una teóloga comenta que al decir que
el Espíritu Santo es la tercera persona no se entiende que Él sea subordinado al
Padre y al Hijo a menos que se entiende también que el Padre y el Hijo sean
subordinados al Espíritu.
En un sentido nos importa más el Espíritu Santo que Dios Padre y Dios Hijo. Pues
por Su obra somos cambiados en nuevos hombres y mujeres. Como fuego quema
las inmundicias del hierro para forjar el acero con otros metales, así el Espíritu
Santo nos transforma a nosotros. Nos hace honestos en una atmósfera
contaminada con mentiras, agradecidos en un mundo dominado por las codicias, y
humildes en un ambiente saturado de arrogancias. Un antiguo alcohólico después
de una experiencia del Espíritu Santo dice que ya no quiere tomar. Bebe la Sangre
de Cristo en la misa sin anhelar el vino. En la lectura de los Hechos vemos al
Espíritu cambiando las vidas de los discípulos de Jesús. Les llega como lenguas de
fuego forjando el cimiento de una nueva humanidad.
El Espíritu Santo no para después de forjar al cristiano en un nuevo ser. Él sigue a
unirlo con otros en comunidad. La gente llega de diferentes ambientes. Según san
Pablo en la segunda lectura hay judíos y no judíos, esclavos y libres. Se puede
añadir varios otros juegos de características. Hay ricos y pobres, mujeres y
hombres, negros y blancos, cultos y no educados. Se esperan rivalidades si no
pleitos entre tales opuestos. Sin embargo Pablo exhorta a los cristianos que no
caigan en estas trampas. Más bien han de superar las discordias con la gracia del
Espíritu Santo. Además con el Espíritu Santo podemos aprovecharnos de las
diferencias para crear nuevas oportunidades. Nos hacen falta educadores,
ecónomos, médicos, y muchos otros para crecer en personas de virtud. Más al
fondo unidos en una comunión fraterna, reflejamos a Dios que conocemos como
Santísima Trinidad.
Sí, es cierto que el Espíritu Santo nos viene para incorporarnos en la familia de
Dios. Como tal, empero, el Espíritu tiene un propósito para nosotros. Nos envía al
mundo para llevar el perdón de Dios a la gente. Cumplió la misión en manera
espectacular el hombre cuya hija murió en el bombardeo del edificio federal en
Oklahoma en 1994 cuando abrazó al padre del culpable. También la logró la mujer
tutsi de Ruanda cuyos padres fueron masacrados en el genocidio del mismo año
cuando anda proclamando la paz entre su tribu y la de los Hutus. La hacemos
nosotros cuando rezamos por aquellos que nos ofenden y cuando pedimos perdón
de la gente que ofendemos. Ciertamente el evangelio se refiere al sacramento de la
Penitencia cuando el Seor dice a sus apstoles: “’Reciban al Espíritu Santo. A los
que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados…’” Sin embargo, tiene que
ver también con nuestros propios esfuerzos para consolidar la paz.
Estamos acostumbrados a pensar en el Espíritu Santo como el misterio de la fe
cristiana. Es verdad que el Espíritu es la persona de la Santísima Trinidad menos
hablada y más malentendida. Pero estos no comprenden escusas para ignorarse de
Él sino de echar más esfuerzos para conocerlo. Después de todo el Espíritu Santo es
el Dios-con-nosotros forjándonos en Sus hijos. El Espíritu Santo es Dios-con-
nosotros.
Posted by Padre Carmelo Mele, O.P.