L A S EMANA S ANTA ES EL TIEMPO PARA UNIR EL CUERPO Y EL ALMA AL CUERPO , EL ALMA Y LA
DIVINIDAD DEL H OMBRE -D IOS , QUE MISTERIOSAMENTE CONTINÚA SU P ASIÓN HASTA EL FIN DE LOS
TIEMPOS
(Domingo de Ramos – TC – Ciclo A – 2008.2)
“Colocaron sobre su cabeza una inscripcin (…) „Este es el Rey de los Judíos‟” (cfr. Mt 26,
3-5.14 – 27.66). Si la Cuaresma significaba contemplar, como miembros de la Iglesia, el camino
del Señor que habría de conducirlo a la cruz, la Semana Santa representa la etapa final de este
doloroso y penoso camino de Jesús hacia la cruz y por lo tanto nuestra contemplación de este
misterio debe, a medida que pasan los días, ser cada vez más profunda e intensa, ya que un
misterio no se puede contemplar en la superficialidad del pensamiento relativista moderno.
En un tiempo en el que reina el relativismo en todo orden, tomar a este tiempo final de la
Cuaresma –como contemplación de un misterio- es impensable: es una nota característica del
período de Semana Santa el considerarla, entre otras cosas, como unas “pequeas vacaciones”.
Vivir la Semana Santa no puede ser jamás considerada como un período de descanso de
las tareas cotidianas, como una especie de “mini-vacaciones” insertadas en el inicio del ao
lectivo y laboral. El católico que tome a la Semana de la Pasión del Señor de esta manera,
equivoca radicalmente su actitud y su comportamiento, dejándose llevar por la mentalidad
laicista que considera el culto religioso –particularmente el católico- como un hábito cultural,
como una costumbre piadosa, propia de los países llamados “cristianos” o “catlicos” y que,
como costumbre piadosa, solo puede ser vivida como eso, como una costumbre, como un hábito
de una cultura que por el momento tiene estas costumbres cristianas, pero que pueden y deben
dar lugar a los cambios que inevitablemente sobrevienen en toda cultura.
Sin embargo, si la Semana Santa no es un período de vacaciones, tampoco se reduce a
una mera devoción exterior o a un mero ejercicio de la memoria, que piadosamente busca
adentrarse en la vida de Jesús para con el espíritu recogerse y meditar acerca de ella. Al entrar
en la Semana Santa, no se debe pensar que la contemplación de aquel que es católico, miembro
de la Iglesia de Jesús, se reduce a una mera contemplación pasiva. Vivir la Semana de la Pasión
de Jesús no puede nunca ser solo una costumbre piadosa de rememorar los últimos días de
Jesús de Nazareth. Vivir la Semana Santa no es equivalente a un período para recordar, aunque
sea piadosamente –ni siquiera por medio de retiros o Ejercicios Espirituales-, los últimos días de
la vida terrena del Hombre-Dios.
Tampoco es –aunque se recomienda vivamente su práctica- un período propicio para
ejercitar la fraternidad para con el prójimo más necesitado.
Si es así, ¿qué es lo que hace que la participación litúrgica en la Semana Santa no sea ni
un recuerdo ni una devoción, ni un hábito cultural, ni un tiempo de vacaciones, sino un algo
mucho más profundo, misterioso y sobrenatural?
Vivir la Semana Santa como miembro de la verdadera Iglesia de Cristo, la Iglesia Católica
es, además de contemplar con fe sobrenatural los misterios sobrenaturales del Hombre-Dios,
participar, en unión sacramental y de fe, de esos mismos misterios, volviéndose uno con Cristo:
la Pasión de Cristo y la de los cristianos forman una unidad en el sacrificio ideal de Cristo 1 . La
Pasión representa es el punto de inflexión de la actuación del misterio pascual del Hombre-Dios,
y el cristiano interviene en este misterio pascual de manera activa, uniéndose de modo místico -
real a los misterios sobrenaturales de la Pasión del Hombre-Dios.
Considerada de esta manera, como participación místico-real en los misterios del Señor,
tanto la Semana Santa como tiempo místico-litúrgico, y la Pasión del Señor, como actuación en
el tiempo del misterio eterno del designio divino sobre la humanidad, adquieren una dimensión y
un sentido absolutamente sobrenaturales y misteriosos, que trascienden por completo la mera
contemplación y el mero recuerdo.
Lo que convierte a la liturgia de Semana Santa en p articipación viva de los misterios del
Señor, por parte de su Iglesia y de los bautizados, es el hecho de que los cristianos forman, con
Cristo un solo cuerpo, el cuerpo místico, cuya Cabeza es Cristo. Al haber sido injertados en
Cristo por el bautismo y por la fe, forman un solo cuerpo y una sola cabeza, animados por un
1 Cfr. M ATTHIAS J OSEPH S CHEEBEN , Los misterios del cristianismo , Ediciones Herder, Barcelona 1964, 463.
mismo Espíritu: lo que le suceda a la Cabeza de este cuerpo, Cristo, le debe suceder a los
miembros del cuerpo, los cristianos. Y lo que le sucede a la Cabeza de ese cuerpo es la Pasión, y
es la Pasión la que deben reproducir en sus cuerpos y en sus vidas los cristianos.
La razón de esta unión entre Cristo y los cristianos es la Encarnación del Verbo, que a sí a
la naturaleza humana y la ofrenda en el sacrificio de la cruz. Al haber asumido el Verbo de Dios
una naturaleza humana en el seno virgen de María y al haberla unido a sí mismo, a su Persona,
tomó a esta naturaleza humana y la inmoló y sublimó mediante el fuego del Espíritu Santo.
Como esta naturaleza humana es nuestra naturaleza, al sacrificar Cristo a Dios esta naturaleza
humana, en este sacrificio fue toda la especie humana la que ofreció en Cristo a Dios un
sacrificio de valor infinito 2 . Es decir, toda la humanidad ofrece a Dios, en Cristo, un sacrificio de
valor infinito, pero también es Cristo quien realiza su sacrificio en sí mismo, tanto como Cabeza
de la humanidad como en su cuerpo místico; por eso todo el cuerpo místico debe ser sacrificado
mediante el sacrificio de Cristo y según el ejemplo de su cuerpo real 3 : todo el cuerpo místico, la
Iglesia, debe ser sacrificado en Cristo y por Cristo, junto a Cristo, en la cruz.
Al estar unidos a Él, los miembros del cuerpo místico –los bautizados de la Iglesia
Católica- participan de la Pasión del Señor, con sus propios sufrimientos. Cristo padece y se
sacrifica en todos los creyentes que soportan el dolor en el espíritu –entre los primeros, los
mártires, pero también todo creyente que se una a Cristo por la fe en su Pasión-. Por eso en la
Liturgia de las Horas la Iglesia pide que los enfermos “vean en su enfermedad una participacin
a la Pasin del Seor” 4 . Las tribulaciones, los sufrimientos y los padecimientos de los creyentes
en esta vida, unidos a las tribulaciones, sufrimientos y padecimientos de Cristo en su vida y en
su Pasión, son una continuación de los padecimientos de Cristo, que por medio de ellos se
ofrece al Padre para la salvación del mundo.
Es así que una enfermedad, o una tribulación cualquiera –dolor, muerte, separación de
seres queridos-, unida a Cristo, hace que el creyente participe de la tribulación de la cruz de
Jesús, que es también dolor, muerte y separación.
Vivir la Semana Santa entonces no es un mero recuerdo piadoso ni un tiempo para rezar
y meditar más intensamente, y muchísimo menos es un tiempo de vacaciones.
Es el tiempo para unir el cuerpo y el alma al cuerpo, el alma y la divinidad del Hombre-
Dios, que misteriosamente continúa su Pasión en los bautizados hasta el fin de los tiempos y
que misteriosamente actualiza su Pasión y su cruz en el sacramento del altar.
2 Cfr. Scheebn, ibidem .
3 Cfr. Scheeben, ibidem .
4 Cfr. Liturgia de las Horas, …