E L D OMINGO DE R ESURRECCIÓN ES LA FUENTE Y EL INICIO DE TODA MISA , PORQUE EN TODA MISA SE
ACTUALIZA EL MISTERIO DE LA RESURRECCIÓN DE J ESÚS EN EL D OMINGO DE P ASCUAS
(Domingo de Resurrección – Ciclo A – 2008)
“Simón Pedro entró en el sepulcro y vio las vendas en el suelo” (cfr. Jn 20, 1-9). El
Domingo de Resurrección es la antítesis del Viernes Santo. Si en el Viernes Santo todo era
llanto, tristeza, angustia y dolor por el Hijo de Dios crucificado y muerto en cruz, en el Domingo
de Resurrección todo es alegría, estupor, asombro, dicha y gozo por el Cordero Degollado que
ha vuelto a la vida.
En el Viernes Santo, las tinieblas cubrían la tierra, porque el sol se había ocultado y todo
estaba envuelto en obscuridad; toda la tierra quedó a oscuras en el momento de la muerte de
Jesucristo; se hizo la noche siendo de día, porque hasta el universo hacía duelo por la muerte de
Jesús.
Pero en el Viernes Santo habían otras tinieblas, más densas, más profundas, más oscuras,
más siniestras, que no cubrían los ojos, sino los corazones y las almas, y estas eran las tinieblas
del infierno. En el Viernes Santo, densas nubes de humo negro infernal cubrían toda la tierra y
ocultaban a los ojos de los hombres el misterio del Hombre-Dios y los conducían a crucificarlo.
En el Domingo de Resurrección, por el contrario, la noche se hace día y todo es luminoso
y brillante, pero no por el amanecer del sol del universo, sino porque resplandece un Nuevo Sol
que no es de este mundo, que brilla con una nueva luz, desconocida para los hombres, la luz
eterna de Dios, Jesucristo.
En el Domingo de Resurrección las tinieblas del infierno han desaparecido para siempre,
porque han sido vencidas para siempre por el Sol Naciente, Jesucristo, que ha surgido de su
sepulcro con luz refulgente, luz que es su gloria eterna que poseía desde la eternidad como Hijo
Único del Padre.
Si en el Viernes Santo todo era llanto y lamentos –“Harán llanto como llanto por el Hijo
único”, decía el profeta- en el Domingo de Resurrección hay una alegría que inunda a la
naturaleza humana desde arriba, porque es la alegría misma del Dios Vivo que se comunica a
los hombres por medio de Jesús resucitado. La alegría de Dios es lo primero que Cristo
comunica a las mujeres santas: “Alegraos” (cfr. Mt 28, 8-15).
Si en el Viernes Santo el cuerpo de Jesús estaba muerto, frío y tendido en la oscuridad del
sepulcro, en el Domingo de Resurrección el cuerpo de Jesús está vivo, resplandeciente, glorioso,
luminoso, y erguido sobre el sepulcro.
Si en el Viernes Santo el cuerpo del Cordero había sido inmolado en el altar de la cruz,
ahora, ese mismo Cordero, que antes estaba muerto y ahora está vivo, por el fuego del Espíritu
Santo, que le comunica de su ardor y de su amor divino, está ya pronto para ser consumido en
banquete eucarístico como Cordero de Dios que da la Vida y el amor eterno de Dios Trino a los
hombres.
Si el Viernes Santo era la misa en la parte de la oblación del sacrificio, el Domingo de
Resurrección es la misa en la parte de la resurrección del Cordero inmolado en la cruz.
Todo el misterio pascual de Jesucristo, que se consuma entre el Viernes Santo, el Sábado
Santo y el Domingo de Resurrección, se condensa en el misterio de la santa misa: en la santa
misa se actualiza su muerte de sacrificio pero al mismo tiempo se actualiza y se hace Presente
en la Eucaristía Cristo resucitado, Dador del Espíritu de Vida eterna.
El Domingo de Resurrección es la fuente y el inicio de toda misa, porque en toda misa se
actualiza el misterio de la resurrección de Jesús en el Domingo de Pascuas y el don de su cuerpo
glorioso y resucitado, el mismo que surgió vivo y resplandeciente del sepulcro, lleno del Espíritu
Santo, como Pan de Vida.
“Simón Pedro entró en el sepulcro y vio las vendas en el suelo”. Si para Pedro, Primer
Papa, ver las vendas en el suelo y ver el sepulcro vacío eran la prueba del milagro de la
resurrección de Cristo y la fuente de su alegría eterna, y si este milagro es asombroso para
Pedro, mucho más asombroso debe ser para los cristianos ingresar en la Iglesia y ver, con la luz
de la fe, no ya el sepulcro vacío, ni las vendas en el suelo, sino la Eucaristía, Cristo mismo
glorioso y resucitado, el mismo que resucitó del sepulcro, que viene al encuentro de los suyos
como Pan Vivo que da la Vida eterna.