P ARA RECONOCER A J ESÚS EN LA E UCARISTÍA , AL COMULGAR , DEBEMOS DECIR , COMO LOS
DISCÍPULOS DE E MAÚS : “Q UÉDATE CON NOSOTROS , S EÑOR J ESÚS
(Domingo III – TP – Ciclo A – 2008.2)
“Lo reconocieron al partir el pan” (cfr. Lc 24, 13-35). El episodio del evangelio se
caracteriza no tanto por la aparición de Jesús resucitado, sino por la actitud de los discípulos de
Emaús: no reconocen a Jesús.
Antes de que Jesús muriera, ya lo conocían, por eso eran sus discípulos; cuando resucita,
Jesús los saluda, les habla, les comenta las Escrituras, y los acompaña a cenar, y no lo
reconocen.
Desde que Jesús se les aparece, resucitado, hasta que comienza la cena, no reconocen a
Jesús, a pesar de ser sus discípulos.
El evangelio mismo relata esta ceguera espiritual de los discípulos de Emaús: “ Algo les
impedía reconocerlo”. Es decir, hay algo que obscurece la mirada de estos discípulos, al punto
de impedirles reconocer a Jesús. ¿Qué es ese “algo”?
Lo que impide reconocer a Jesús resucitado es la grandeza del misterio: es tan grande y
sublime el misterio pascual de Jesús, que los ojos humanos y la razón humana son incapaces de
ver y de comprender lo que tienen delante suyo, como en este caso: los discípulos están frente
a Jesús, hablan con Él, y sin embargo, creen que es un caminante, un extranjero, un
desconocido. También a María Magdalena, en el Huerto, le había pasado lo mismo: lo había
confundido con el jardinero, con el cuidador del cementerio, a pesar de conocer sus rasgos, de
ser discípula suya.
La otra característica del episodio del evangelio es el momento en el cual a los discípulos
se les abren los ojos del alma y reconocen a Jesús, y es en el momento en que Jesús hace el
gesto de partir el pan: “Lo reconocieron al partir el pan”.
¿Por qué lo reconocen en este gesto? Por que no es un simple gesto fraterno de compartir
algo con los hermanos: es un gesto sacramental, y como en el sacramento están unidos,
indisolublemente, lo humano y lo divino, por el gesto humano de partir el pan con las manos,
viene indisolublemente unida la gracia divina, que es luz que ilumina las mentes y los corazones.
Cuando Jesús parte el pan a los discípulos de Emaús, brota de ese gesto y de ese pan,
una misteriosa luz divina, la luz de la gracia, que ilumina las mentes y los corazones de los
discípulos de Emaús, permitiéndoles que esa obscuridad que cubría sus almas desaparezca y
puedan reconocer a Jesús.
El gesto de Jesús de partir el pan lo repite Él mismo en cada misa, a través del sacerdocio
ministerial, porque el partir el pan en la misa no es un gesto fraterno, sino un acto sacramental,
y como es un acto sacramental, sucede lo mismo que en Emaús: invisiblemente, sin que nos
demos cuenta, de la fracción del Pan eucarístico, que es el Corazón traspasado de Jesús, brota
una luz que ilumina las mentes y los corazones de los fieles, para que puedan reconocer a Cristo
resucitado en la Eucaristía.
Pero Jesús hace otro milagro, todavía más grande: al ingresar en el alma por la
comunión, dona el Espíritu Santo, el Espíritu del Amor de Dios, que enciende al alma en el amor
divino. Es lo que les pasaba a los discípulos de Emaús, que percibían esa Presencia del Espíritu
Santo en sus corazones: “¿No ardían nuestros corazones cuando estábamos con Él?”
Si no reconocemos a Jesús resucitado en la Eucaristía, y si nuestros corazones no se
encienden en el amor de Dios por la comunión, sino que permanecen fríos como una losa
sepulcral, si en el gesto de partir el pan eucarístico vemos sólo eso, un gesto y nada más, si
vemos en la Eucaristía un poco de pan y no a Jesús resucitado, nos sucede lo que a los
discípulos de Emaús antes de reconocer a Jesús: algo nos impide verlo y reconocerlo.
Para reconocer a Jesús en la Eucaristía, al comulgar, debemos pedir la gracia de
reconocerlo en la fracción del pan y decir, como los discípulos de Emaús: “Quédate con
nosotros, Señor Jesús”.
Padre Álvaro Sánchez Rueda