R ECIBIR LA COMUNIÓN SACRAMENTAL EN UNA MISA DOMINICAL O EN
CUALQUIER OTRA MISA - NO ES UN MERO ACTO CULTURAL , NO ES UNA RUTINA
PIADOSA : ES RECIBIR AL E SPÍRITU S ANTO EN P ERSONA
(Domingo VI – TP – Ciclo A – 2008.2)
“El Padre les dará el Espíritu” (cfr. Jn 14, 15-21). Durante la Última
Cena, preludio de la Pasión y muerte en cruz, Jesús revela a sus discípulos
una noticia que condensa en sí todo el Evangelio. Revela la noticia que es
en realidad la Buena Noticia del Evangelio: como consecuencia de su Pasión
y muerte en cruz, el Padre les enviará el Espíritu Santo, el Paráclito, el
Espíritu del Amor de Dios.
El Espíritu de Dios será conocido sólo por quienes lo amen, y lo
amarán quienes cumplan sus mandamientos: “Si me amáis, cumpliréis mis
mandamientos”. El Espíritu que el Padre enviará desde el cielo, una vez que
Jesús muera en cruz, será desconocido por el mundo: “El mundo no lo
conoce, porque no lo ve y no lo puede recibir”. El mundo no conoce el
Espíritu de Dios, el Amor de Dios, pero sí quienes están cerca de Jesús,
quienes comparten con Él la intimidad de la Cena Pascual. Sí conocen el
Amor de Dios quienes comparten la cena con Jesús, la cena en donde se
sirve el Cordero Pascual, el Pan de Vida eterna y el Vino de la Nueva
Alianza. Conocen el Espíritu de Dios, y lo reciben, quienes participan del
Banquete escatológico de la Nueva Alianza, prolongación y actuación de la
Última Cena, la Santa Misa.
“El Padre les dará el Espíritu (…) No los dejaré huérfanos” Jesús
anuncia no casualmente el don del Espíritu por parte del Padre: está a
punto de morir, está a punto de sufrir la muerte más dolorosa y humillante
que pueda haber, la muerte en cruz. Está a punto de sufrir el dolor más
grande que jamás nadie, ninguna creatura, pueda soportar, porque va a
llevar sobre sus espaldas los pecados de todos los hombres, y por eso les
advierte que, a pesar de su muerte, no los dejará huérfanos, porque Él y su
Padre les dejarán el Espíritu Santo.
La Pasión y muerte de Jesús no está orientada ni al solo sufrimiento
por sí mismo, ni al solo perdón de los pecados por sí mismo; la Pasión de
Jesús, movida por el amor humano-divino de su Corazón de Hombre-Dios,
tiene como destino final el don del Amor de Dios, el Espíritu Santo.
Todo lo que Jesús sufra: su abandono, su soledad por parte de sus
discípulos, sus lágrimas de sangre en el Huerto, su dolor de ver a su Madre
sola al pie de la cruz, la flagelación, la corona de espinas, los clavos, todo,
absolutamente todo, está orientado al don del Espíritu, don que se
concretará en el momento mismo de su muerte, cuando su Sagrado
Corazón sea atravesado por la lanza. En ese momento, cuando broten agua
y sangre de su Corazón, brotará también el Espíritu, desde el Corazón único
de Dios, y se infundirá y se derramará sobre las almas humanas.
Y así como en Jesús la Pasión finaliza en el Don del Espíritu de Amor,
así el cristiano debe saber que toda tribulación que pase en esta vida, es
una participación a la cruz de Jesús, y que todo dolor sufrido, de cualquier
clase, tiene como fin participar de la cruz de Jesús y recibir de Él su
Espíritu.
El don del Espíritu Santo representa entonces el legado supremo de la
Pasión de amor del Hombre-Dios, y es el modo en el que Él y su Padre
amarán a los suyos, a quienes cumplan sus mandamientos: “Mi Padre y Yo
lo amaremos y haremos morada en él”.
“El Padre y Yo os daremos el Espíritu; a quien cumpla mis
mandamientos, el primero de todos, el amor a Dios y al prójimo, a ese me
manifestaré, y me manifestaré con mi Espíritu, el Espíritu Santo, el Espíritu
del Amor de Dios”.
El mismo Jesús que promete el Espíritu, el mismo Jesús que sufrió la
Pasión, es el que ahora viene a su Iglesia, en el sacramento del altar, como
Dador del Espíritu. Cada comunión eucarística renueva la promesa de Jesús,
renueva el don del Espíritu Santo, y cada alma recibe, en su interior, como
en un pequeño Pentecostés, el Espíritu, soplado por el Padre y por el Hijo.
Cada cristiano recibe al Espíritu del Amor de Dios, el Espíritu que nos
dona Jesús en la comunión, y cada cristiano tiene el compromiso ineludible
de manifestar ese Espíritu recibido, por medio de las obras, de la caridad y
de la misericordia, al mundo, que no lo conoce porque no lo ve y no lo
recibe.
El cristiano se convierte en portador del Espíritu y en dador del
Espíritu por medio de la misericordia y de la compasión hacia sus hermanos
que están en el mundo.
Recibir la comunión sacramental en una misa dominical –o en
cualquier otra misa- no es un mero acto cultural, no es una rutina piadosa:
es recibir al Espíritu Santo en Persona, y ese don del Espíritu no puede
quedar en vano; debe traducirse en actos de misericordia y de caridad para
con el prójimo.
Quien no se compadezca del prójimo, quien no done de su tiempo y
de su disponibilidad material y espiritual para con el prójimo más
necesitado, habrá recibido el don del Espíritu en vano, y de eso deberá dar
cuentas en el día del Juicio.
Padre Álvaro Sánchez Rueda