Octava de Pascua – Viernes – Ciclo A - 2008
“Es el Señor” (cfr. Jn 21, 1-14). En la tercera aparición de Jesús a los
discípulos luego de resucitar, se destaca en primer lugar, como lo más
llamativo, el milagro de la pesca abundante, símbolo de la pesca de almas
que realiza la Iglesia, la Barca de Pedro, con el poder del Espíritu de Jesús.
Pero hay otro elemento, no menos llamativo, y es el asombro que
experimenta Juan al darse cuenta que Jesús está en la orilla. Juan exclama:
“Es el Señor” y en esa exclamación está contenida todo el asombro, el
estupor, el amor y la alegría que provocan la vista de Jesús resucitado.
Juan responde con una exclamación de alegría, de amor y de estupor
al reconocer a Jesús, que había dado su vida por Él como muestra del amor
de su Sagrado Corazón.
Al reflexionar sobre este encuentro, entre Jesús y Juan, podríamos
pensar que fue un hecho histórico, perdido en el tiempo. Sin embargo, este
mismo encuentro se produce entre el cristiano y Cristo, solo que en
condiciones y en tiempos distintos: Jesús no está a la orilla del mar, sobre
la arena, sino en el altar; no es visible a los ojos corporales, pero sí a los
ojos de la fe; no se presenta con su cuerpo resucitado de modo que se lo
pueda observar visiblemente, pero sí se presenta con su cuerpo resucitado
oculto bajo la apariencia de pan. Al igual que con Juan, dio su vida por amor
por cada uno de los bautizados.
Juan, al reconocer a Jesús resucitado, exclama, lleno de estupor, de
asombro, de amor y de alegría: “Es el Señor”.
¿Qué escucha Jesús de nosotros cuando lo recibimos a Él, resucitado,
en la Eucaristía? ¿La misma expresión de Juan, o silencio e indiferencia?
Padre Álvaro Sánchez Rueda