IV Domingo de Pascua, Ciclo A
LA VOCACIÓN SACERDOTAL
Este domingo, el 4° de Pascua, se lo conoce como el Domingo del Buen Pastor. En
este día la Iglesia eleva su oración y dedica su reflexión a considerar el tema de la
vocación sacerdotal. La imagen motivadora es la lectura del evangelio del Buen
Pastor, con la que Jesucristo define su misión y la de aquellos que serán llamados a
seguirlo para ejercer, en su nombre, el ministerio sacerdotal. Como vemos, el
sacerdocio tiene su fuente e imagen ideal en la persona y la vida de Jesucristo.
La imagen del Pastor recorre todas las Sagradas Escrituras. Ya el Antiguo
Testamento a modo de profecía anunciaba que Dios no dejaría huérfano a su
pueblo: "Les daré pastores, decía, según mi corazón" (Jer. 3, 15). Esta profecía que
se cumple en Jesucristo: "Yo soy el Buen Pastor" (Jn. 10, 11) él la quiere prolongar
en la Iglesia. Sólo desde esta voluntad de Jesucristo comunicada a los apóstoles,
podemos entender la vocación sacerdotal. El sacerdocio no parte de un proyecto
personal que yo elijo, sino de asumir como respuesta y de modo totalizante la vida
y misión de Jesucristo.
Es por ello que sólo desde una mirada de fe a la persona de Jesucristo es posible
comprender el sentido y la necesidad del sacerdote. Sin sacerdotes, decía Juan
Pablo II, la Iglesia no podría cumplir aquel mandato de Jesucristo de: "anunciar el
Evangelio y de renovar cada día el sacrificio de su cuerpo entregado y su sangre
derramada por la vida del mundo", que el sacerdote actualiza en la celebración de
la Santa Misa (cfr. P.D.V. 1). Ahora bien, ¿cómo descubre un joven que puede estar
llamado a ser sacerdote? La respuesta no es fácil. Tal vez haya tantas respuestas
posibles como jóvenes que se hayan sentido llamados. Pero por tratarse de una
vocación que se encuentra en el ámbito del llamado de Dios, lo primero que
debemos tener en cuenta es la importancia de la oración como nos dice el mismo
Jesucristo: "Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la
cosecha" (Mt. 9, 38).
Pero es necesario, además, crear un contexto en la vida del joven que lo disponga
para escuchar este llamado. Hablaría de un clima espiritual y cultural de comunión
previa con el valor del sacerdocio. Aquí tiene una gran importancia, aunque no
absoluta, la familia como el grupo de pertenencia en el cual el joven vive su fe.
También hablaría del nivel espiritual de su encuentro con Jesucristo como del
compromiso apostólico con su misión. Considero importante, también, descubrir la
vocación desde la necesidad que tiene la gente y la misma Iglesia; no estamos ante
la realización de un proyecto personal, sino ante el llamado de quién es el Buen
Pastor. Aquellas palabras tan propia de los profetas y de los primeros discípulos:
"Aquí estoy Señor, envíame" (Is. 6, 8), siguen siendo hoy la culminación de todo
proceso vocacional. Como vemos, oración, ámbito familiar y pertenencia a un grupo
apostólico, son la base para preparar el terreno en el que la semilla de la vocación
crece en un joven, y lo dispone para una respuesta que compromete toda su vida.
Demos gracias a Dios por el don del sacerdocio y valoremos la entrega de nuestros
sacerdotes más allá de la fragilidad humana. Jesucristo llamó a hombres para
confiarles la continuidad de su misión; ellos dijeron un día: "Aquí estoy, Señor". Los
invito a unirnos en oración para pedir "al dueño de los sembrados" que nos envíe
vocaciones porque la tarea es mucha. Reciban de su Obispo junto a mis oraciones,
mi bendición en Jesucristo el Buen Pastor.
Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz