“C ONVERTÍOS , PARA RECIBIR A D IOS N IÑO QUE VIENE EN B ELÉN , QUE VIENE EN EL N UEVO B ELÉN ,
BUSCANDO EL CALOR DEL AMOR HUMANO , EN CADA COMUNIÓN
(Domingo II – TA – Ciclo A – 2008)
“Convertíos, porque el Reino de los cielos está cerca” (cfr. Mt 3, 1-
12). Juan el Bautista pide la conversión y anuncia la llegada del Reino de
Dios. Juan el Bautista, vestido rústicamente y comiendo austeramente,
predica en el desierto, anunciando que se acerca el Reino de Dios y que por
ese motivo es necesaria la conversión. A pesar de haber leído y releído el
pasaje, puede ser que no sepamos en qué consisten ni la conversión ni el
Reino de Dios.
Puesto que Juan el Bautista anuncia la llegada del Reino y con este,
la llegada y el inicio de una nueva religión, el cristianismo -el profeta Isaías
había anunciado a su vez siglos antes la prédica del Bautista: „Una voz grita
en el desierto: «Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos»‟-, se
podría pensar, en un primer momento, que esta conversión consiste en
simplemente vivir los preceptos de la nueva religión, preceptos que en
substancia son los mismos que los de la religión del Pueblo Elegido.
La conversión consistiría en un cambio de conducta, orientada esta
conducta según los preceptos del Fundador de la nueva religión, Jesucristo.
Así, el cristiano, el convertido, el que adhiere a la nueva religión,
sería aquél que experimenta un cambio de conducta, de manera tal que
quienes lo ven, pueden darse cuenta de que en su obrar hay algo distinto,
que lo diferencia de los no-cristianos.
Sin embargo, no es este el fundamento de la conversión ni consiste
en esto la conversión: la conversión es vivir una vida completamente
nueva, la vida del Hijo de Dios, Jesucristo, participada por la gracia; la
conversión es contemplar el misterio del Hombre-Dios con la luz del
Espíritu Santo donado en el bautismo, y obrar en el mundo como miembro
del cuerpo místico de Jesucristo, la Iglesia Católica; la conversión
sobrenatural es obra de la gracia, que orienta al alma hacia Dios 1 .
Por la gracia, el alma se orienta hacia Dios, y en eso consiste la
conversión; el pecado es la orientación del alma hacia lo opuesto a Dios, la
creatura: en el pecado, que es lo contrario a la conversión, el alma se
vuelve a las creaturas, dejando a Dios de lado y olvidándose de Él.
Lo que pide Juan el Bautista –“Convertíos”, dice en el desierto- es
que el alma, por la gracia, se oriente hacia Dios, viva en Él y de Él, y que
luego se dirija a las creaturas, pero sólo luego de haber recibido la vida
nueva que viene de Dios. La verdadera conversión se alimenta y se nutre de
la gracia, que se recibe por los sacramentos, porque recibir los sacramentos
es recibir la vida misma de Cristo.
1 Cfr. M ATTHIAS J OSEPH S CHEEBEN , Los misterios del cristianismo , Ediciones Herder, Barcelona 1964,
292.
En tiempo de Adviento, la Iglesia actualiza y prolonga la misión de
Juan el Bautista, la de anunciar la llegada del Reino en el Niño Dios que
nace en Belén y la de pedir la conversión para poder ir al encuentro de ese
Niño Dios. La Iglesia, en Adviento, repite y hace suyas las mismas palabras
de Juan el Bautista, dirigiéndolas a cada uno de los bautizados:
“Convertíos, porque se acerca el Mesías, que viene bajo un clamor de
olivos, como un río de paz, vestido de Niño en Belén; convertíos, allanad
los senderos de una vida tortuosa sin Dios, aplanad los montes de la
soberbia humana que enalteciéndose a sí misma no permite contemplar al
Dios omnipotente que viene en la pequeñez de un Niño; preparad los
corazones por la gracia, para vivir la vida nueva de Dios Trino, la vida que
viene a donar Dios Hijo hecho Niño, pero que solo la puede recibir un
corazón convertido, un corazón puro hecho como de niño por la gracia.
Convertíos, para recibir a Dios Niño que viene en Belén, que viene en el
Nuevo Belén, buscando el calor del amor humano, en cada comunión”.
Padre Álvaro Sánchez Rueda