C ADA COMUNIÓN ES UNA RENOVACIÓN MÍSTICA DEL DÍA DE P ENTECOSTÉS , UNA
RENOVACIÓN DEL DON PERSONAL , SECRETO , A CADA ALMA , POR PARTE DE J ESÚS , DEL A MOR
DE D IOS
(Domingo de Pentecostés – Jn 20, 19-23)
“Recibid el Espíritu Santo”. Jesús envía el Espíritu Santo sobre la Iglesia
naciente, dando cumplimiento a sus promesas, realizadas antes de cumplir su Pasión:
“Yo os enviaré el Paráclito”.
Como católicos, tenemos tendencia a reducir los misterios de nuestra religión, a
rebajarlos al nivel de la razón, a racionalizar, a poner los misterios divinos al nivel de
nuestra razón. Y tal vez el misterio del Espíritu Santo sea uno de los misterios al cual
más rebajamos. No intencionalmente, pero lo rebajamos, construyendo
representaciones o suponiendo una acción del Espíritu Santo en el alma y en la Iglesia
que nada tienen que ver con la realidad. ¿Cuál es nuestra representación del Espíritu
Santo? ¿Qué es lo que solemos pensar acerca de la acción y de la Presencia y el
motivo de la Presencia del Espíritu en la Iglesia?
Con mucha frecuencia, podemos caer en la tentación de pensar que la acción
del Espíritu Santo se reduce a darnos algunos de sus dones y de sus virtudes, con lo
cual el Espíritu Santo pasaría a ser un supremo educador de nuestros hábitos, ya que
nos haría virtuosos por excelencia. O si nos referimos a la fisonomía del Espíritu
Santo, tal vez pensamos que ésta se reduce a una paloma blanca, de esas que
aparecen en los devocionarios al Espíritu Santo. En cuanto a su Presencia real,
personal, en el mejor de los casos, le damos una consistencia apenas un poco mayor
a la de un fantasma. Pensamos en el Espíritu Santo como en un ser, sino de fantasía,
por lo menos desconocido; no sin razón el Beato Josemaría Escrivá de Balaguer decía
que el Espíritu Santo era para nosotros los católicos “el gran desconocido”.
Y rebajando el misterio del Espíritu Santo, rebajamos también rebajamos el
misterio de la vida cristiana: pensamos que somos cristianos como consecuencia de la
acción del Espíritu Santo en el alma y en la Iglesia, que concede sus dones y sus
virtudes, pensamos que vivir cristianamente es cumplir ciertas reglas de convivencia
social, ser amables, respetuosos del prójimo, rezar, venir a misa, hacer buenas obras.
Nuestra vida cristiana sería en definitiva “portarnos bien” ante los hombres y ante
Dios, ser hombres virtuosos.
Ni el Espíritu Santo se reduce a las representaciones de las estampitas, ni su
acción en el alma se reduce a donarnos sus dones y sus virtudes, ni la vida cristiana
consiste en ser buenos y virtuosos ciudadanos. Todas estas obras buenas sirven sólo
como preparación para que el alma reciba el don supremo del Corazón de Jesús
traspasado en la cruz, y es el don del Espíritu Santo, pero no de solamente sus dones
y sus virtudes, sino de su Persona. Jesús hace el don a su Iglesia –a cada bautizado-
de la Persona misma del Espíritu Santo. Cuando Jesús dice a sus discípulos: “Recibid
el Espíritu Santo”, no dice “Recibid los dones del Espíritu Santo”, o “Recibid la acción
del Espíritu Santo, por la cual tendréis las virtudes del Espíritu Santo”, sino que dice:
“Recibid el Espíritu Santo”, esto es, “Recibid la Persona del Espíritu Santo”. El don del
Espíritu Santo en Persona es el supremo don pascual de su sacrificio en cruz y de su
resurrección y ascensión al cielo. Y donar la Persona es muy distinto a donar un don
de esa Persona. El don es inmensamente mayor que si lo donado fueran solamente los
dones y las virtudes del Espíritu. Esto sería ya algo grandioso, por lo cual deberíamos
estar eternamente agradecidos a Jesús por su gran misericordia. Y sin embargo el
amor del Sagrado Corazón supera infinitamente lo que podamos pensar o imaginar:
nos hace el don de su Espíritu, de la Persona del Espíritu, y lo dona para que ese
Espíritu obre en el alma como Alma del alma, y en la Iglesia, como Alma de la Iglesia,
comunicando al alma y a la Iglesia la vida íntima de Dios Trinidad.
Jesús espira el Espíritu Santo junto a su Padre, como Dios y como hombre 1 , y lo
espira en su hipóstasis, en su Persona, de manera tal que el don que Él hace a su
Iglesia, es el don máximo del Amor del Padre y del Hijo: es el don de la Persona del
Espíritu Santo. Y lo dona como un don personal para cada uno de los bautizados. La
esencia de la vida de la cristiana consiste en precisamente esto : poseer el Espíritu
Santo en el alma en gracia, como una cosa de propiedad personal, como algo propio,
como algo que pertenece al alma con derecho propio porque Dios así lo ha querido .
Mediante la Encarnación, el Espíritu Santo, que es el Espíritu de Jesu cristo, Cabeza
nuestra, Cabeza nuestra como Cuerpo suyo que somos, se hace propiedad nuestra 2 :
es el Espíritu de la Cabeza y por lo tanto es el Espíritu del Cuerpo, y así como anima y
da vida al cuerpo real de Jesús, así anima y da vida al Cuerpo Místico d e Jesús. Como
es el Espíritu de Jesucristo, Cabeza del Cuerpo Místico, se vuelve Espíritu del Cuerpo
Místico –el mismo espíritu que anima la cabeza es el mismo espíritu que anima el
cuerpo-, y se vuelve Espíritu nuestro, nuestro Espíritu pasa a ser el Espíritu Santo. Y
es Espíritu que es donado por el Padre y por el Hijo como prenda, como garantía del
Amor que el Padre y el Hijo nos tienen. Como se trata de un Espíritu que es Amor
divino, ya que procede del Padre y del Hijo, el hecho de que el Padre y el Hijo nos lo
entreguen como posesión nuestra personal, es la muestra más clara del inmenso
amor que el Padre y el Hijo nos tienen a cada uno de nosotros y a toda la Iglesia
como Cuerpo Místico. La donación del Espíritu por el Padre es una prenda del amor
paternal con que el Padre nos ama en su Hijo 3 , y esto debe ser el motivo de nuestro
consuelo y de nuestra alegría más profunda, aún en medio de las tribulaciones, de los
dolores y de las angustias de la vida presente.
“Estando los discípulos con María reunidos, apareció el Espíritu como un viento
fuerte y como lenguas de fuego que se posaron sobre las cabezas de María y de los
discípulos”. Pentecostés constituye la fecha del supremo don del Amor de Dios
Trinidad. El maravilloso prodigio del descenso del Espíritu sobre la Iglesia en forma de
lenguas de fuego, se renueva en cada comunión, en el misterio del encuentro
personal entre Cristo resucitado, dador del Don del Espíritu, y el alma que lo recibe en
la comunión. En la comunión, en la intimidad y en el secreto, Cristo sopla su Espíritu
que como fuego divino envuelve al alma en las llamas del Amor de Dios, para
abrasarla en el Amor de Dios. Cada comunión es una renovación mística del día de
Pentecostés, una renovación del don personal, secreto, a cada alma, por parte de
Jesús, del Amor de Dios.
Padre Álvaro Sánchez Rueda
1 « Le Saint-Esprit et l’incarnation accomplie : le Christ, même comme homme, est spirateur ». Cfr. É MILE M ERSCH , La
Théologie du Corps Mystique , tomo II, Ediciones Desclée de Brower, Paris 2 1946, 124.
2 Cfr. M ATTHIAS J OSEPH S CHEEBEN , Los misterios del cristianismo , Ediciones Herder, Barcelona 1964, 417ss.
3 Cfr. Scheeben, ibidem , 408.