SOLEMNIDAD. DOMINGO DE PENTECOSTES, CICLO A
PENTECOSTES
Padre Pedrojosé Ynaraja
Agios O Theos/Agios Iskyros /Agios Athanatos, eleison imas.
Sanctus Deus / Sanctus Fortis /Sanctus Inmortalis, miserere nobis.
Santo Dios/Santo Fuerte /Santo Inmortal, ten misericordia de nosotros.
(desde el Concilio de Calcedonia (451) los cristianos, oh Divinidad personal y
amada, así te han aclamado.)
Señor Dios, divinidad absoluta y única. Reconozco que eres incomprensible, pero
que no creo me seas indiferente, ni dañino. No sé cómo eres, ni quién eres. De lo
único que estoy convencido es de que me amas, ¡pobre de mí, si careciese de este
Amor, que no es un amor cualquiera, bien lo sé!.
Me imagino, al pensamiento siempre acompaña una buena dosis de imaginación,
que eres algo así como una esfera de cristal, puro, luminoso y transparente a la
vez. Perfectamente bruñida la bola, que no puede observarse del todo a la vez,
pero que es unidad, compacidad y coherencia.
Si creo que me acerco a Ti, siento mi corazón henchido de algo que me embarga,
sin saber exactamente lo qué es. Esta ignorancia me resulta a veces incómoda.
Pero descubro que en el misterio escurridizo hay una grieta, un resquicio, por
donde quisiera asomarme, por donde eres Tú quien se asoma y comunica conmigo.
Satisfecho, hoy especialmente, me presto a escucharte, a establecer cuanta más
pueda, relación contigo.
Se asomó la Divinidad y nos confió que era el Hijo. Nos habló del Padre, Abbá. No
nos dio muchos detalles. No nos serán imprescindibles, seguramente. O tal vez
consideró que confiarnos que era nuestro papá, cosa que ignoran otras religiones,
era suficientisimo. Lo que con empeño nos confirmo El, es la total única esencia que
hay entre ellos. Una íntima unión sin disolución, sin perder la identidad de ambos.
Entre nosotros, en la historia y geografía donde se situó, tomo el nombre de Jesús.
Nos enseñó a vivir. Lo hizo predicando y haciendo el bien. Se quedó entre nosotros
de una manera misteriosa, pero real: Eucaristía la llamamos, fortaleza es para
nuestra debilidad.
Al final de su estancia física, nos habló de que nos faltaba alguien para poder
nosotros continuar junto a Él. Decía que era su Espíritu, el Protector, el Enviado.
Pese a no entenderlo lo aceptamos confiados.
Muerto y resucitado, Él dijo que lo daba en más de una ocasión. No lo
comprendieron los que se encontraban con Él y escuchaban que les decía: recibid el
Espíritu Santo. Se entendió, pese a su despreocupación, algo más tarde.
Marcho un día, Ascensión llamamos al último encuentro. Se sintieron solos y
acobardados. Su Madre, Santa María, los animaba. Continuaban siendo creyentes
apocados, como abundan tantos ahora, como lo somos nosotros mismos tantas
veces.
Pero llego un día... Un gran estruendo sintieron, como el de una ráfaga de viento
impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Vieron unas lenguas
como de fuego, que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos. Quedaron
todos llenos fuego brillante, calor sin sofoco, luz que no deslumbraba, conmoción
que no les causaba pernicioso estrés emocional, fue aquel momento... Estaban
asombrados. Hay que advertir que todos lo estaban, excepto María. Para ella, como
lo contó más tarde, el encuentro semejaba al que tuvo en Nazaret y que, al
aceptarlo, la convirtió en Madre de Dios.
Eran algo así como un centenar. Apóstoles, las mujeres que nunca abandonaron al
Maestro y otros discípulos... ¡Qué gran cambio ocurrió en su interior! No solamente
no lo olvidaron nunca, sino que su vida, a partir de entonces, cambió y obraron
siempre en consecuencia.
Señor Dios, yo no estaba allí, pero trato de identificarme con ellos, porque yo
también, sin aparatosidad, he recibido el mismo Espíritu, Cada sacramento es mi
individual Pentecostés. Iniciado en el Bautismo, que, evidentemente, no recuerdo,
tuve una efusión intensa el día de la Confirmación que, sinceramente, tampoco fui
suficientemente consciente de la importancia del momento. Sé que cada vez que
comulgo, a la Gracia se le une la recepción del amo de la Gracia, nuestro Señor
Jesucristo, inseparable Tuyo.
Por muy espirituales que nos sintamos, necesitamos retener muchas verdades
mediante imágenes, Tú, Espíritu Santo, no eres una excepción.
Recuerdo ahora que, según las Escrituras, apareciste allá en el Jordán, cuando
Jesús fue a escuchar a Juan y quiso bautizarse, en forma de paloma. En aquel
tiempo, y en aquel país, era una apariencia acertada. Hoy, entre nosotros, una tal
figura no suscita demasiada simpatía, no te enojes, las palomas tienen entre
nosotros mala prensa, ensucian las ciudades y los monumentos, pueden trasmitir
enfermedades. Los que vivimos en el campo es diferente. Las torcaces son símbolo
del candor, la sencillez y la inocencia y, especialmente de la correcta paz o la
armonía, nos gusta verte simbolizada en ellas.
Tu otra apariencia fue llama. Por nefasto que pueda ser el fuego que enciende un
bosque o
una mansión, la lumbre de una chimenea, la fogata en un cruce de caminos
alrededor de la
cual se encuentran peregrinos, suscita, aunque no se quiera, el reconocimiento de
que existe
el misterio. Puede ser antorcha, tea, ascua o brasa. En la pequeñez de una cerilla,
en el
encanto de un cirio o en la mística llamita que se desprende de un candil, siempre
se percibe el
encanto de la luz, un cierto calor, un travieso movimiento danzarín, el misterio,
vuelvo a repetirlo.
Los artistas, genios plásticos, han querido representarte de otras formas. Fuiste
abuelo en ¡conos abisinios. Joven masculino en el retablo de la Cartuja de
Miraflores. Femenino en un mural de Urschalling o en pintura inspirada en las
visiones de la beata Crescentia o adolescente sin distinción, en la ermita de la
Trinidad, al pie norte del Pirineo. Admirable compañero de mesa en el icono
oriental, que ve un anticipo de la Trinidad, en la escena de Mambré.
Eres el que me estimula, el que me proporciona defensa interior, para que viva en
la Iglesia al servicio de los hombres. Soy consciente de mi irresponsabilidad y te
pido que no te enojes conmigo, pese a que mi despreocupación sea frecuente.
La tradición ha dado nombres Pero llego un día... Un gran estruendo sintieron,
como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se
encontraban. Vieron unas lenguas como de fuego, que se repartieron y se posaron
sobre cada uno de ellos. Quedaron todos llenos fuego brillante, calor sin sofoco, luz
que no deslumbraba, conmoción que no les causaba pernicioso estrés emocional,
fue aquel momento... Estaban asombrados. Hay que advertir que todos lo estaban,
excepto María. Para ella, como lo contó más tarde, el encuentro semejaba al que
tuvo en Nazaret y que, al aceptarlo, la convirtió en Madre de Dios.
Eran algo así como un centenar. Apóstoles, las mujeres que nunca abandonaron al
Maestro y otros discípulos... ¡Qué gran cambio ocurrió en su interior! No solamente
no lo olvidaron nunca, sino que su vida, a partir de entonces, cambió y obraron
siempre en consecuencia.
Señor Dios, yo no estaba allí, pero trato de identificarme con ellos, porque yo
también, sin aparatosidad, he recibido el mismo Espíritu, Cada sacramento es mi
individual Pentecostés. Iniciado en el Bautismo, que, evidentemente, no recuerdo,
tuve una efusión intensa el día de la Confirmación que, sinceramente, tampoco fui
suficientemente consciente de la importancia del momento. Sé que cada vez que
comulgo, a la Gracia se le une la recepción del amo de la Gracia, nuestro Señor
Jesucristo, inseparable Tuyo.
Por muy espirituales que nos sintamos, necesitamos retener muchas verdades
mediante imágenes, Tú, Espíritu Santo, no eres una excepción.
Recuerdo ahora que, según las Escrituras, apareciste allá en el Jordán, cuando
Jesús fue a escuchar a Juan y quiso bautizarse, en forma de paloma. En aquel
tiempo, y en aquel país, era una apariencia acertada. Hoy, entre nosotros, una tal
figura no suscita demasiada simpatía, no te enojes, las palomas tienen entre
nosotros mala prensa, ensucian las ciudades y los monumentos, pueden trasmitir
enfermedades. Los que vivimos en el campo es diferente. Las torcaces son símbolo
del candor, la sencillez y la inocencia y, especialmente de la correcta paz o la
armonía, nos gusta verte simbolizada en ellas.
Tu otra apariencia fue llama. Por nefasto que pueda ser el fuego que enciende un
bosque o
una mansión, la lumbre de una chimenea, la fogata en un cruce de caminos
alrededor de la
cual se encuentran peregrinos, suscita, aunque no se quiera, el reconocimiento de
que existe
el misterio. Puede ser antorcha, tea, ascua o brasa. En la pequeñez de una cerilla,
en el
encanto de un cirio o en la mística llamita que se desprende de un candil, siempre
se percibe el
encanto de la luz, un cierto calor, un travieso movimiento danzarín, el misterio,
vuelvo a repetirlo.
Los artistas, genios plásticos, han querido representarte de otras formas. Fuiste
abuelo en ¡conos abisinios. Joven masculino en el retablo de la Cartuja de
Miraflores. Femenino en un mural de Urschalling o en pintura inspirada en las
visiones de la beata Crescentia o adolescente sin distinción, en la ermita de la
Trinidad, al pie norte del Pirineo. Admirable compañero de mesa en el icono
oriental, que ve un anticipo de la Trinidad, en la escena de Mambré.
Eres el que me estimula, el que me proporciona defensa interior, para que viva en
la Iglesia al servicio de los hombres. Soy consciente de mi irresponsabilidad y te
pido que no te enojes conmigo, pese a que mi despreocupación sea frecuente.
Quisiera que me ayudaras. Vivo en un mundo aburguesado, al que no le interesan
estas cosas que no aumentan el producto interior bruto. No espero éxitos
deportivos, ni la satisfacción del poseer. No me siento feliz y mi interior reclama
algo que lo satisfaga. Quisiera siempre tener sed de Ti, porque en Ti veo mi
esperanza.
La tradición ha dado nombres a lo que imagina son hitos de Tu bondad. Y dice que
das la Sabiduría que tanto necesito. Deseo Entendimiento para proyectar mi futuro.
Tengo necesidad de fortaleza, pues, sucumbo mucho ante la tentación. Preciso
Ciencia para conocer donde está el bien. Carezco de Piedad, pues caigo muchas
veces en la más ridícula frivolidad. Necesito el don de Consejo, que acompañe mi
cotidiano vivir. Olvido el Temor reverencial y vivo en arriesgada trivialidad.
Sí, mi defensor, mi ayuda, también eres mi consuelo, no porque te dé pena, sino
porque me amas y acudes en mi ayuda, situándote a mi lado, o estando a mi
espalda, sin que te vea, pero siempre junto a mí. Todos estos dones los aprecio y
reconozco que los necesito, pero como no son más que una vaga línea de tu
generosidad, quisiera expresarme en otro lenguaje, que es más mío, más actual,
pues las anteriores expresiones suenan a ciencia abstracta.
Si a tus dones especiales, llamados carismas, que responden a necesidades
concretas, para momentos determinados a favor de personas que quieren ayudar a
los demás, que desean que su Fe no sea cosa individual, como una verruga, unos
ojos bonitos, unas medidas corporales armoniosas, yo, que hoy sinceramente tengo
deseo de ser mejor discípulo de Jesús y que sé que para conseguirlo se precisa mi
voluntad, pero que no es suficiente, a Ti, Espíritu Defensor, te pido ayuda. No
quiero darte lecciones, te expreso mi sed interior, mis ensueños, con absoluta
sinceridad. He aquí, pues, mi súplica.
No te pido que me toque la lotería, ni ninguna suerte especial fruto del azar. Ni
entra en los planes divinos, ni es tu manera de actuar, ni es lo que mi alma espera
desalentada.
Tampoco saber sin esfuerzo, expresarme en lenguas que no sean la mía. Que fuera
un don de aquel Pentecostés, no significa que tenga necesidad hoy yo de ello. Cada
uno habla de acuerdo con su aprendizaje y así colaboramos muchos, mediante
diferentes lenguas, en la difusión del único mensaje de Jesús.
No te pido recibir de improviso una herencia de un pariente desconocido, que vivía
en otro continente. Cada uno debe conseguir lo que necesita con su propio
esfuerzo.
Tampoco que mis ídolos deportivos, equipos o personas, triunfen, o que yo tenga
sus mismas facultades. No aspiro a ello, sus victorias son pasajeras y se tornan
vanales con el tiempo. Deseo algo perenne. Lo pasajero, tal vez por un momento
me interese, pero no me conviene, sé que una tal ganancia dificulta para elevarse a
valores trascendentes. No me imagino que tenga yo fuerzas, ni ninguno otro,
después de gritar vitoreando uno de tales éxitos o triunfos deportivos, ser capaz de
preocuparme por el crecimiento de mi Fe y la de los demás.
Tampoco que se eleven los valores reconocidos de un país, aunque se trate del mío.
Quien hoy ama al suyo con pasión, ignora o siente antipatía por otros, tal vez
vecinos, que gozan de la misma dignidad humana, pese a que puedan carece de los
valores históricos que atesora el mío. Aspiro a amar sin fronteras y sé que Tú,
Espíritu de Amor, también lo quieres así.
Yo deseo que me ayudes a no caer en la depresión. En mi entorno, observo
depravación, corrupción, abusos de poder, falsedades y traiciones, por uno y otro
lado. Siento entonces el desanimo, creo presentir el fracaso, me acosa entonces y
amenaza atenazarme, la tristeza. Lléname Tú de gozo, hasta rebosar.
Líbrame del egoísmo, de la pereza. Los medios vociferan crímenes, desgracias,
actitudes dominantes, prepotentes y me tienta el encerrarme en mi mismo y no
buscar otra cosa que satisfacerme sin esfuerzo. Te pido que estés a mi lado, me
ilumines, me estimules y me exijas, para que siempre me sienta y sea, colaborador
tuyo.
Quiero ser feliz y aparentarlo. No por orgullo o vanidad, sino para que sea
invitación a los que me conozcan, a seguir los mismos caminos. Que en mi interior
resuene un gozo semejante al que imagino, cuando veo el rostro emocionado del
que desde el podio, observa la bandera y el himno que suena para él. El himno de
mi vida, de mi país espiritual, es el Te Deum, canto de alabanza a Tí. No es para
vanagloria mía, que reconozco tengo tendencia a desearla, pero que ahora quiero
ignorar. Si mi regocijo se escondiera en mi interior, a nadie le interesaría mi Fe. El
Amor que me tienes, la felicidad que vivo, resultaría entonces desconocida para
muchos y a nadie animaría yo a seguirte.
Quiero orientación para mi vida. Me siento esponja que se empapa del
aburguesamiento, del egoísmo, del consumismo. Advierto que estoy sumergido, sin
poderme escapar, sin conseguir huir, atrapado en el ambiente decadente que me
envuelve. Deseo estar satisfecho y ser feliz de una manera nueva. Que la única
desgracia es no ser santo y la excepcional congoja, fruto del pecado.
Durante mi vida he iniciado muchos proyectos que me condicionarán siempre: la
lengua que aprendí en la familia, los estudios en centros académicos, las aficiones
deportivas o culturales, los amores humanos de amistad y de enamoramiento.
Nunca me podré desprender de estos condicionantes, por eso ahora solicito tu
ayuda, ¿tal vez debo cambiar de vida? ¿tengo necesidad de vivir en otro sitio o
cambiar mi oficio u ocupación habitual? ¿qué esperas de mí? ¿Qué caminos nuevos
me puedes descubrir, qué sendas me abres, qué esperas haga de mi vida?.
El futuro de un niño siempre se imagina que será largo. El del anciano, breve. Pero
para ambos Tú, Señor, tienes proyectos genuinos y realizables. ¿Qué planes tienes
ahora, hoy, para mí?
Contesto que no tengo tiempo, a los que me proponen proyectos tuyos. Sí, es
cierto que estoy muy ocupado, pero también que vivo momentos de insatisfacción,
pues no sé ver que tenga sentido lo que hago. Alcánzame la Gracia de acertar, de
escoger lo que me propones y saber y ser capaz de renunciar a lo que se le opone.
Quiero tener tiempo para dedicarlo a lo que Tú deseas y me hará feliz. Ayúdame a
emplear mi jornada en ocupaciones que me satisfagan del todo, por saber que me
has escogido como colaborador tuyo.
Quiero ser exigente conmigo mismo y dejar que los demás también lo sean
conmigo. Sé que se precisa humildad, una virtud que no tengo y que a nadie le
resulta apetecible. Que no me enoje cuando me reclamen, que vea que el hacerlo
supone el reconocimiento de mi capacidad, de mi madurez, de que confían en que
puedo reformarme y conseguirlo.
En fin, Espíritu Santo, ven a mí, entra en mí y limpia mi interior de toda necedad
Ei Señor Jesús, mi Maestro, según cuentan los evangelios, más de una vez, en los
encuentros de después de resucitado, lo decía: recibid el Espíritu Santo. Estoy
seguro de que yo sin
percibirlo, también a mí, Jesús se me ha dirigido. Me enriquecía al proponérmelo y
yo ignoraba y dejaba caducar la dádiva. Hoy que la liturgia celebra el solemne
momento que la pequeña comunidad te recibió y cambió sus costumbres. Que
reventó muros, que disolvió cortezas de indiferencia, que alejó miedos, desearía
que a mí también me sucediera algo semejante.
Sin conocerte confiaste en Abraham, él se dejó invadir por Ti e inició la Historia de
la Salvación
Isaac fue dócil a los proyectos, Jacob se rebeló y luchó, pero continuó progresando
según tus planes y tus deseos. Moisés, temeroso al principio, te fue fiel. En Siquen
el pueblo elegido, animado por Josué, se comprometió contigo. ¡Tantos durante la
historia antigua te fueron fieles sin conocerte!
Llegada la plenitud de los tiempos, bajaste al encuentro con María, la santa chiquilla
de Nazaret, preparada por la bondad del Padre desde el inicio de su existencia.
Gabriel en nombre tuyo, le propuso que colaborase contigo y ella, prodigiosamente,
arriesgadamente, valientemente, aceptó. Aquel oculto Pentecostés suyo cambió la
historia. Su SÍ posibilitó la salvación del género humano. Ya que ella fue
protagonista única de ese encuentro, quisiste que estuviera presente en la gran
asamblea en la que te derramaste con solemnidad a muchos. Ella con los Apóstoles.
Ella con las santas mujeres que había seguido al Señor, algunas acompañándole en
el momento de su muerte, alguna recibiendo ella la primera, la buena noticia de su
resurrección y encomendándole lo comunicara a los amigos.
María, tan estrechamente unida a ti desde su sí de Nazaret, debía estar presente en
el momento del nacimiento de la Iglesia. Al lado de la seriedad de los varones que
reflejan tu poder, tu fuerza, ella es dulzura, delicadeza, cordialidad.
Me entero de que en la actualidad, cada cinco minutos muere mártir un cristiano.
Supone malicia del que lo provoca, pero es aun más asombrosa la generosidad del
que de Ti da testimonio. Es señal de que Pentecostés no es cosa pasada. Yo estoy
incorporado a esta corriente, ayúdame a no desacreditarlos, a no ignorarlos, a vivir
como ellos, con coherencia, la Gracia que me otorgas.
Quiero sentir el gozo de ser invadido por el Espíritu. Me doy cuenta de que vale la
pena experimentarlo. No por lo que yo haga, sino por lo que, mediante mi
testimonio, pueda manifestarse a este mundo desencantado y que, gracias a mi
testimonio, ayude a otros a mejorarse y ser felices.
Acabo, Santo Espíritu, defensor mío, defensor de la humanidad, te aclamo
parafraseando palabras litúrgicas.
Por Cristo / con Él y en Él / a ti Padre omnipotente / y a Ti Espíritu Paráclito / todo
honor y toda gloria / ahora y siempre.
Padre Pedrojosé Ynaraja