P. Álvaro Sánchez Rueda
E N E PIFANÍA , D IOS SE AUTO - REVELA A LOS OJOS ESPIRITUALES DE LA I GLESIA
A TRAVÉS DEL CUERPO DE UN N IÑO
(Solemnidad de la Epifanía del Señor – Ciclo A –)
“Epifanía” quiere decir en griego “manifestacin” o “aparicin”. Se
usaba en la liturgia de los antiguos emperadores romanos, cuando
regresaban triunfantes de batallas en las que habían vencido a sus
enemigos; se usaba también este término entre las antiguas religiones
mistéricas, para designar la presencia de la divinidad en el ritual 1 .
El término por lo tanto era usado en el ámbito profano y en el ámbito
de las religiones antiguas, para designar la aparición de poderosos
emperadores en medio de su pueblo, o de atemorizantes divinidades en
medio de la asamblea.
Por el contrario, la Iglesia adopta y usa este término para designar la
presencia de un niño recién nacido, tierno, frágil, que reposa en un pesebre.
El contraste es evidente: “epifanía” significaba, para los antiguos, la
aparición o manifestación de un emperador victorioso, que ingresaba en la
ciudad en medio de gritos de triunfo, y de sonidos de trompetas, y de
aclamaciones del populacho entusiasmado; “epifanía” significaba para los
paganos la aparición de divinidades siniestras que, con su poder,
atemorizaban y llenaban de miedo y de terror a sus fieles, amenazándolos
con severos castigos si no cumplían lo que ellos exigían.
Para la Iglesia, el término “epifanía” se designa para la aparicin de
un frágil niño que acaba de nacer en un lugar remoto y desconocido de la
tierra, ignorado por los grandes del mundo pero también por el pueblo,
porque nace en un lugar oscuro, en una gruta, precisamente porque en el
pueblo no encuentra lugar para nacer; “epifanía”, para la Iglesia, es el
término que designa la aparición de un niño débil, pequeño, que acaba de
nacer, que tiembla de frío y llora de hambre, que se encuentra necesitado
de todo, como todo recién nacido. Es muy diferente la “epifanía” de la
Iglesia, de la “epifanía” de los emperadores y de las divinidades de la
Antigüedad.
Y sin embargo, este Niño, es más poderoso que todos los
emperadores de todos los tiempos, y es más poderoso que cualquiera de las
divinidades de las religiones paganas. Este Niño es Dios Hijo, y no necesita
venir con poder, con majestad y con gloria, porque Él mismo es la
Omnipotencia personificada, Él mismo es la majestad personificada, y Él
mismo es la gloria de Dios Padre, y reflejo y espejo de su esplendor, porque
este Niño, bajo el velo de su cuerpecito pequeño de niño recién nacido, es
el Dios Todopoderoso, Omnisciente, Creador del universo visible y del
invisible; este Niño es Dios, ante quien los ángeles tiemblan, y ante quien
los ángeles se postran en adoración, en alabanzas y en acción de gracias;
este Niño, ignorado por los hombres, que lo reciben con la frialdad de sus
corazones ennegrecidos por el pecado, es el Dios del Amor, que viene a
donar a los hombres el Amor divino, la Persona Tercera de la Santísima
Trinidad, el Espíritu Santo.
No necesita Dios venir en su esplendor y grandeza, pues todo lo
sostiene en sus frágiles manitos de niño; no necesita mostrar su gloria y su
1 Cfr. C ASEL , O., Presenza del mistero di Cristo. Scelta di testi per l’anno liturgico , Ediciones Queriniana,
Brescia, 82-83.
P. Álvaro Sánchez Rueda
esplendor en medio de ráfagas y truenos, pues la gloria de Dios se trasluce
en y a través de su cuerpo de niño pequeño.
Este Niño, que nace en la noche, en el tiempo, es Dios eterno, nacido
antes de todos los tiempos, como dicen las primeras vísperas de la
solemnidad de Epifanía: “Él es generado antes que la estrella de la maana,
antes de todos los tiempos, Él es Kyrios 2 , y es por eso que los Magos,
venidos de Oriente, lo adoran con oro, incienso y mirra, porque Él es el Rey
de los reyes, y el Kyrios , el “Seor de la gloria” .
En Epifanía, la escena que contempla la Iglesia es la misma escena
de Navidad: un niño recién nacido, sostenido en los brazos de su madre,
que lo envuelve en pañales y lo deposita en una cuna; un hombre, el padre
adoptivo de este niño, que contempla en éxtasis de adoración a su niño;
unos animales, que con sus alientos de bestias irracionales calientan el
ambiente; una pobre gruta que, de refugio de animales, pasa a ser lugar de
nacimiento.
La escena es la misma de la Navidad, pero hoy, en Epifanía, la Iglesia
ve, con los ojos de la fe, la manifestación de gloria y de esplendor de su
Señor, del Kyrios, que en Navidad nace como Niño – puer natus est - y en
Epifanía se manifiesta como Dios – apparuit -. La Iglesia en Epifanía ve el
esplendor divino y sobrenatural que se desprende de ese Niño; la Iglesia
contempla, iluminada por el Espíritu, la luz eterna que emana del cuerpo de
este Niño, como de su fuente, porque ese Niño es Dios; la Iglesia contempla,
en el éxtasis del amor, a su Divino Esposo, que la ha elegido desde la
eternidad 3 .
En Epifanía la Iglesia ve la luz que se irradia del Niño de Belén, y que
la cubre y la ilumina, y esa luz es la gloria de Dios: “ Kyrios es Dios y Él es
nuestra luz”. “La gloria del Seor brilla sobre ti” ( Sal 117, 27; Is 60, 1) 4 .
Esa gloria de Dios, que cubre a la Iglesia en Epifanía, se extiende a
los paganos, simbolizados en los Magos de Oriente, y en ellos se revela la
intención de Dios de revelarse a toda la humanidad: “Dios, Tú has revelado
hoy a tu Hijo Unigénito a los paganos” ( Oración del día).
En Epifanía entonces, en ese Niño que ha nacido en Navidad, Dios se
revela en su gloria, a los ojos espirituales de la Iglesia, y a los paganos;
asume un cuerpo de un Niño, para abrazar, con los brazos abiertos del Niño,
a todo aquel que con amor y reverencia, se acerque a Él a adorarlo; el
abrazo del Niño será luego el abrazo de Cristo en la cruz, cuando con sus
brazos extendidos en el madero de la cruz abarque y abrace a toda la
humanidad, para conducirla al Padre.
En acción de gracias por su amor misericordioso, ofrendemos al Niño
Dios las ofrendas de los Magos de Oriente, oro, incienso y mirra: el oro de
nuestras buenas obras; el incienso de nuestra oración, y la mirra de la
pureza del cuerpo y del alma.
2 Antífona I de Vísperas; Sal 109, 4.
3 Cfr. Casel, o. c ., 85.
4 Cfr. Casel, o. c ., 86.