Comentario al evangelio del Sábado 18 de Junio del 2011
La confianza en el Dios que se ocupa de nosotros
Si, como decíamos ayer, la causa de la verdadera autoestima está en el valor que Dios ha depositado en
nosotros, la consecuencia de ello ha de ser la actitud fundamental de confianza. Vivir asentado en la
confianza significa vivir con la seguridad de que nuestra vida tiene fundamento, de que no somos
productos fortuitos de un destino o evolución ciegos, sino que hemos sido queridos por nosotros
mismos. Psicológicamente, la confianza se adquiere en la primera infancia, cuando nuestros padres,
haciendo de providencia para con nosotros, se ocuparon en remediar todas nuestras necesidades de
alimento, calor, limpieza y afecto… El niño vive en una dependencia total, no puede nada, pero se le
proporciona todo. Y, de este modo, comprende con esa forma profunda de comprensión que son los
sentimientos, que él es importante, que hay quien se ocupa de él. Los padres son para cada ser humano
el primer indicio de la providencia paternal/maternal de Dios. Por desgracia, muchos niños han
carecido y carecen por motivos distintos de esta experiencia básica. Y, entonces, no sólo tienen muchas
dificultades para creer en el Dios Padre que se ocupa de nosotros, sino que además se instalan en una
suerte de desconfianza fundamental que dificulta enormemente las relaciones con los demás. Jesús, al
hacerse hermano nuestro, es capaz de curar esas heridas y remediar esas carencias; él nos comunica de
manera concreta y encarnada la paternidad de Dios, nos devuelve la confianza fundamental que hace
posible el amor y da contenido y consistencia vital a la fe. Para ver a Dios Padre tenemos que mirar a
Jesús, el hijo (cf. Jn 14, 9), y participar de su filiación. En él, en quien se ha hecho presente el Reino de
Dios y su justicia, descubrimos que Dios es un verdadero Padre que se preocupa de nosotros, e, incluso
en las necesidades, carencias y sufrimientos de la vida, podemos seguir sintiendo su providencia sobre
nosotros, igual que Jesús, en su pasión y su cruz, en medio del abandono (cf. Mt 27, 46), no pierde su
confianza filial (cf. Lc 23, 46). Es muy importante que nos abramos a esta fuerza curativa de Jesús,
pero también que comprendamos que, para poder sanar, Jesús necesita de nuestras manos, de nuestros
rostros, de nuestra capacidad de acogida y ayuda, para, por medio nuestro, hacer llegar a muchos el
calor del que carecieron en su momento.
Una vez más, Pablo nos enseña cómo se encarnan en la vida del cristiano estas verdades de nuestra fe.
Por ella podemos ver y comprender cosas inaccesibles para la razón; pero esa sabiduría no es para
nosotros motivo de orgullo o soberbia, sino fortaleza para sobrellevar con sentido y plena confianza en
Dios (“te basta mi gracia”), incluso con alegría, las limitaciones y debilidades que inevitablemente nos
acompañan en nuestro itinerario por esta vida.
Saludos cordiales
José M.ª Vegas cmf
http://josemvegas.wordpress.com/
Jose María Vegas, cmf