D IOS U NO Y T RINO , OBRA EN LA HISTORIA Y EN EL MUNDO , PERO OBRA ESPECIALMENTE
EN LA I GLESIA Y DENTRO DE LA I GLESIA , EN LA S ANTA M ISA
(Solemnidad de la Santísima Trinidad – Ciclo A –)
“Dios Padre envió a su Hijo para que todo el que crea en Él tenga vida eterna” (cfr. Jn 3,
16-18). Jesús revela un misterio absoluto e incomprensible para la mente humana: además de
ser Uno, tal como lo conocían los judíos, Dios es Trino en Personas. Uno en su ser y en su
substancia, Trino en Personas. Cada Persona es Dios, sin que por eso hayan tres dioses.
Esto es lo que revela Jesús, que escandaliza a los judíos y a los cristianos abre un nuevo
panorama acerca de Dios, totalmente nuevo, desconocido e inimaginable. Jesús revela que Dios
es Uno y Trino, Uno en substancia y en ser divino, Trino en Personas divinas.
La revelación de la Trinidad es lo que hará que la Iglesia sea una realidad radicalmente
diferente a la Sinagoga, y será lo que distinguirá a judíos y cristianos, y será lo que dará lugar a
la persecución de los judíos contra los primeros cristianos. La revelación de la Trinidad será
además lo que distinguirá de modo radical a la Iglesia Católica de las demás iglesias, que no
creen en ella.
Pero los católicos, los destinatarios primeros y últimos de esta revelación, ¿qué pensamos
de la Trinidad? ¿Llegamos a comprender el alcance y la profundidad de lo revelado por Jesús?
Por lo general, solemos pensar en las Personas de la Trinidad -cuando somos niños-, nada
más que como parte del contenido necesario para aprender para tomar la Primera Comunión;
cuando somos adultos, conservamos lo aprendido como niños, creemos que es lo que nos
distingue de las demás religiones, que no creen en la Trinidad, pero de adultos mantenemos
esta creencia más como una piadosa costumbre aprendida en la infancia, que como
convencimiento real. Es decir, tanto como niños y como adultos, afirmamos creer en la Trinidad,
pero ni como niños ni como adultos, nos damos cuenta de su Presencia viva en la Iglesia.
Por lo general, pensamos en la Trinidad como la respuesta sabida y repetida de memoria
en el catecismo de Primera Comunión: “¿El Padre es Dios?” “El Padre es Dios”. “¿El Hijo es
Dios?” “El Hijo es Dios”. “¿El Espíritu Santo es Dios?” “El Espíritu Santo es Dios”. Y así con las
restantes preguntas y respuestas que deben aprenderse para tomar la Primera Comunión, en lo
que se refiere a la Trinidad. El Catecismo de las 99 preguntas, del Padre Astete, pareciera ser lo
único aprendido a lo largo de toda el itinerario espiritual del cristiano; aprendido de memoria y
casi por obligación cuando niños, para recibir el Sacramento de la Eucaristía, y mantenido como
piadosa costumbre, sin demasiado convencimiento, en la edad adulta.
Obrando de esta manera, reducimos el misterio de la Trinidad a una fórmula aprendida de
memoria en la época del catecismo, sin profundizar más en el misterio o, aún más, sin
considerarlo siquiera como misterio sobrenatural, sino como un contenido racional y
racionalizado, rebajado al nivel de comprensión de nuestra mente.
Incluso, y yendo todavía más allá, muchos cristianos parecieran no pertenecer al Nuevo
Testamento, parecieran haber regresado al Antiguo Testamento, al más puro estilo judío,
protestante o sectario; es como si hubieran quedado en el Antiguo Testamento: hablan de Dios
como si no fuera Trino: “Pido a Dios tal cosa”; “Le rezo a Dios por tal otra”.
Se dirigen y rezan a Dios, pero nunca, o casi nunca, un católico –incluidos los sacerdotes-
pensará o hablará de Dios como Uno y Trino, como la Trinidad de Personas divinas, y menos
aún le rezará como a Dios Uno y Trino. Pensamos y hablamos de Dios como si estuviéramos en
el Antiguo Testamento, como si Jesucristo no hubiera revelado que es Trino en Personas, y esto
en parte porque no comprendemos el misterio –el misterio en sí es incomprensible e
inalcanzable para la mente humana- y por ese motivo lo racionalizamos, lo rebajamos al nivel
de lo que podemos comprender, que no va mucho más allá de lo que pudimos aprender cuando
niños.
De esta manera, no solo nos quedamos en el Antiguo Testamento, sino que reducimos la
verdad revelada de la Trinidad a una fábula, a un cuento para niños que, al no ser entendido ni
profundizado, queda como un contenido de fe racionalizado y rebajado al nivel de la razón; un
contenido de la fe que, si bien forma parte de nuestras creencias, es mantenido más por piedad
y como hábito mental y cultural, que por convicción real de su misteriosa realidad.
Mantenemos piadosamente, con el paso del tiempo, lo aprendido como niños, cuando
llegamos a adultos, pero sin llegar ni siquiera a tratar de echar o pedir luz para contemplar lo
sobrenatural.
Y, nuevamente, reducimos de esta manera el misterio de la Trinidad a una fábula, a un
cuento para niños, a un hábito mental para adultos que pertenecen a la Iglesia Católica.
No nos damos cuenta de que la Trinidad no es una fábula, o un cuento para niños de
Primera Comunión, o un hábito mental para adultos que pertenecen a la Iglesia Católica: no nos
damos cuenta de que esas Personas son reales, y que actúan y obran en todo momento en la
historia humana a través de la Iglesia.
La Santísima Trinidad no solo es revelada por Jesucristo, sino que opera y obra a lo largo
de la historia de la humanidad, desde sus orígenes, en la Creación, con Dios Padre creando con
su Sabiduría y fecundando las aguas primordiales con el sobrevuelo del Espíritu Santo, según
consta en el Génesis: la Santísima Trinidad opera y obra en nuestros días, y obrará hasta el fin
del mundo, hasta la consumación del tiempo.
La Santísima Trinidad, Dios Uno y Trino, está mucho más cercano a nosotros que nosotros
mismos a nosotros mismos, puesto que Dios Trino es el Creador y Dueño de nuestro ser, de
nuestras almas, y de Él dependemos en cada segundo de nuestra existencia, por eso, no obra
solamente en la historia de un modo general o abstracto, sino personal y concreto, en cada
alma humana.
Pero además de esto, la Santísima Trinidad, Dios Uno y Trino, obra en la historia y en el
mundo, pero obra especialmente en la Iglesia y dentro de la Iglesia, y dentro de la Iglesia, lo
hace especialmente en la Santa Misa.
La Santa Misa es la obra más augusta, perfecta y hermosa, en su belleza sobrenatural
absoluta, de la Santísima Trinidad. En la Santa Misa, están Presentes y obran las Tres Divinas
Personas, aún cuando no nos demos cuenta de ello.
La Santa Misa es una prolongación y una actuación del misterio del Calvario, que es
también obra de la Santísima Trinidad, por eso en la Misa están Presentes las Tres Divinas
Personas, como lo estuvieron en el Calvario.
En el Calvario, Dios Padre envió a su Hijo al altar de la cruz, para donar su vida de
Hombre-Dios y derramar su sangre para la salvación del mundo; en el Calvario, Dios Hijo,
encarnado en una naturaleza humana, entregó su cuerpo y su sangre y con su sangre, que
brotó de su Sagrado Corazón, se infundió el Espíritu Santo sobre las almas; en el Calvario, Dios
Espíritu Santo fue infundido por el Padre y por el Hijo, por medio de la sangre del Corazón de
Jesús, en las almas humanas.
Si el misterio del Calvario es obra de la Trinidad, la Misa, continuación y actuación de ese
misterio, es también obra de la Trinidad: en la Santa Misa, Dios Padre en Persona envía a su
Hijo a la cruz del altar; en la Santa Misa, Dios Hijo en Persona se ofrenda como Cordero de Dios
en el Pan eucarístico; en la Santa Misa, Dios Espíritu Santo es quien obra, con su poder, la
transformación del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesús, y a su vez, es soplado por
Jesús Eucaristía en lo más profundo del ser.
Lejos entonces de ser un cuento para niños, o de ser una débil y superficial convicción al
llegar a adultos, el misterio de la Santísima Trinidad es una realidad sobrenatural absoluta, que
obra en medio de su Iglesia, sobre todo en la liturgia eucarística, ante nuestros ojos, por
nosotros y para nosotros.
El misterio de la Santísima Trinidad es tan sublime y alto, tan inalcanzable para la mente
humana y angélica, que no puede ser ni siquiera escuchado sino es con la iluminación del
Espíritu Santo.
Y Jesús, Dios Hijo, enviado por Dios Padre, nos dona el Espíritu Santo no solo para que
superemos nuestra visión intelectual y afectiva completamente insuficiente sobre la Trinidad,
sino para que, por la gracia, seamos partícipes de su propia vida divina, para que seamos
partícipes de la vida de Dios Trino, para que vivamos nuestra vida humana inmersos en la vida
de la Trinidad, la vida eterna de Dios Uno y Trino: “Dios Padre envió a su Hijo para que todo el
que crea en Él tenga vida eterna”.
Padre Álvaro Sánchez Rueda