(Domingo V – TO – Ciclo A – 2011)
“Vosotros sois la luz del mundo” (cfr. Mt 5, 3-16). La frase con la cual Jesús
describe a sus discípulos debe ser leída a la luz de otra frase suya: “Yo Soy la luz del
mundo” (…). Jesús es la luz del mundo, Él, en cuanto Cordero de Dios, es “la luz de la
Jerusalén celestial” (cfr. Ap 21, 23), que alumbra con su resplandor eterno a los
ángeles y a los santos en el cielo. Jesús es Luz eterna que procede de la Luz eterna
que es Dios Padre, tal como lo cree y lo reza la Iglesia en su Credo: “Dios de Dios, Luz
de Luz” 1 ; es una luz divina, sobrenatural, celestial, desconocida para el hombre,
inaccesible para el hombre carnal y privado de la gracia, y es una luz que no es inerte,
sin vida, sino que es una luz que es Vida en sí misma, Vida eterna, y que comunica de
esa vida a quien ilumina; es una luz que es Vida y es una Vida que es Amor, que ama
y transforma en el amor de Dios a quien ilumina.
Es de esta luz, que es Él mismo en Persona, la que es comunicada al alma en el
momento del bautismo, haciendo al alma partícipe de la belleza, de la luminosidad,
del esplendor, de la hermosura y de la gracia de Dios, y es por este motivo que Jesús
dice a sus discípulos: “Vosotros sois la luz del mundo”, no por los discípulos en sí
mismos, sino porque han recibido de Cristo Dios la luz de la gracia y la luz de la fe,
que los convierte en imágenes vivas suyas, luz y resplandor eterno de la luz eterna
que es Dios Padre. La luz de Dios, Dios, que es luz, se comunica a las almas por el
bautismo y por los sacramentos, y quien la recibe, queda iluminado y es portador de
esta luz, así como un cirio encendido queda iluminado y porta la luz que ha sido
encendida en él.
Pero para iluminar al mundo con esta luz interior, para que esta luz interior,
que está en la raíz y en lo más profundo del ser del hombre, es necesario el obrar, y
no un obrar cualquiera, sino un obrar misericordioso. Una obra de misericordia,
realizada exteriormente, es una manifestación al exterior de la luz interior que ilumina
al alma: esto es lo que sucede con santos como la Madre Teresa de Calcuta, por
ejemplo, pero también con cualquier acto de amor verdadero y puro, como el amor de
una madre a su hijo, de un hijo a sus padres, de los hermanos entre sí, o un acto de
perdón hacia un enemigo. Por el contrario, una obra impiadosa, un acto inhumano,
refleja que en ese corazón sólo hay tinieblas y oscuridad, y ausencia de la luz de
Cristo.
“Yo Soy la luz del mundo (…) Vosotros sois la luz del mundo”. Para comprender
un poco más estas afirmaciones de Jesús, es necesario confrontar la luz con aquello
que se le opone radicalmente, la ausencia de luz, es decir, las tinieblas y la oscuridad,
teniendo en cuenta que, en el mundo espiritual, las tinieblas nunca son tinieblas
inertes, sin vida, como sucede en el mundo terrenal, sino que son tinieblas vivas,
formadas por los ángeles caídos.
Una imagen puede servir para este propósito, y es el sol: el sol proporciona luz,
y con la luz, calor, y con la luz y el calor, da además vida al planeta, ya que los seres
necesitan del sol para vivir. La ausencia de sol significa ausencia de luz, de calor, de
vida, y cuanto más prolongad, más se nota en la naturaleza: por ejemplo, los
vegetales no crecen como debieran si están en la oscuridad, y los animales no pueden
encontrar su alimento, y ningún ser vivo puede subsistir. No hay nadie tan necio que
pueda decir: “No necesito de la luz del sol para vivir”, desde el momento en que su
subsistencia corporal depende de vegetales y de animales que para vivir necesitan del
sol; sin embargo, lamentable y tristemente, cuántos hay, entre los cristianos, que sí
dicen, temerariamente: “No tengo necesidad de Dios para vivir”.
¡Cuánto dolor causan a los Sagrados Corazones de Jesús y de María estas almas
que prefieren la oscuridad, la soledad, el vacío y la muerte de las tinieblas, a la luz, al
1 Cfr. M ISAL R OMANO .
amor, y a la compañía de las Personas de la Trinidad! Con su actitud, hacen realidad
las palabras del evangelista Juan: “El Verbo era Dios (…) era la luz (…) la luz era la
vida de los hombres (…) el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (…) pero los
hombres rechazaron la luz y amaron las tinieblas, porque sus obras eran malas”.
Lo que es el sol a la tierra, es el Sol de justicia, Jesucristo, al mundo del
espíritu: Él es el Sol que da Luz, la luz eterna de Dios; es el Sol que da Vida, la Vida
eterna de Dios; es el Sol que comunica Amor, el Amor misericordioso y eterno de Dios.
Cuanto el alma más se acerque a este sol divino, más recibirá de su luz, de su
calor, de su vida, y más resplandecerá en su interior, y más se reflejará en su obrar
misericordioso. Y como ese sol está en la Eucaristía, es la Eucaristía, cuanto el alma
más se acerque a la Eucaristía –no significa comulgar en la mano, que así nos
alejamos más de Él-, por la oración, la adoración, y la contemplación, más luz, más
vida, y más amor recibirá de Cristo Dios, porque Cristo Eucaristía es la Fuente
Increada de luz, de vida y de amor divinos.
Por el contrario, cuanto más se aleje el alma del Sol de justicia, Jesucristo, más
lejos se encontrará de la fuente de luz, y a medida que se aleje, se irá internando en
las sombras preternaturales, sombras vivas, sombras que son la muerte del espíritu. Y
quien se interne en las sombras, se aleja no sólo de la luz, sino también de la vida y
del amor, y por eso se puede afirmar que quien está lejos de Cristo Eucaristía habita
“en sombras de muerte”, aún cuando respire, abra los ojos, se mueva, camine.
Un acto de amor por lo tanto para ese prójimo que vive en la oscuridad, será
acercarlo a la fuente de la luz y del amor de Dios, no tanto por sermones y por
reproches, sino por el amor misericordioso, obrado a su favor, y por la oración
silenciosa, el sacrificio que nadie ve, el ayuno que sólo lo ve Dios, clamando piedad y
misericordia por Él.
Es de esta forma, tratando de acercar, por medio de la misericordia, del
sacrificio, de la oración y del ayuno, al prójimo que se encuentra en sombras de
muerte, que el cristiano se vuelve “luz del mundo”.
Padre Álvaro Sánchez Rueda