(Domingo VII – TO – Ciclo A)
“Amad a vuestros enemigos” (cfr. Mt 5, 38-48). En este mandato de
Jesucristo se ve el origen divino de su doctrina, ya que amar a quienes
consideramos nuestros enemigos, es algo que supera nuestras fuerzas
humanas. Jesucristo no sólo nos manda amar a Dios y al prójimo –“Ama a
Dios y al prójimo como a ti mismo”- sino que nos manda amar a un prójimo
especial, y es el que es nuestro enemigo .
Tal vez sea el mandato de Cristo más ignorado, más desconocido,
más malinterpretado, y constituye, sin embargo, la esencia del cristianismo,
puesto que es un llamado a imitar a Dios Padre, que en Cristo perdona a los
hombres, convertidos en enemigos por el pecado original; es una invitación
a imitar a Cristo, que perdona a sus enemigos, que son quienes le quitan la
vida; es una invitación a imitar a la Virgen Madre, que al pie de la cruz
perdona a quienes matan a su Hijo, y son, por lo tanto, sus enemigos.
Por lo general, los cristianos, incluso los llamados “buenos”, no cumplen
este mandamiento. Tal vez no tengan problemas en moral, o en la devoción,
en la piedad, en las oraciones, en la fe; pero llegado el momento en que se
cruzan con algún prójimo al que por un motivo u otro se lo puede calificar
como “enemigo”, reaccionan como paganos.
En vez de cumplir el mandato de Cristo, hacen una regresión, en el mejor
de los casos, a los tiempos pre-cristianos, al “ojo por ojo y diente por
diente” ( Ex 21, 24) de la ley del Talión, y si no, se comportan como
paganos, rumiando el enojo y el rencor en sus corazones, y planeando –o al
menos deseando- la venganza contra su prójimo.
De esta manera, se olvidan que ellos son los protagonistas de la parábola
del rey que perdona la deuda a un súbdito, y en cuanto este sale, hace
encarcelar a uno que le debía a su vez, sin compadecerse de él (cfr. Mt 18,
21-35). La deuda que el rey perdona, es el equivalente a 240.000.000 años
de salarios (cfr. C HIESA , P., Amor, soberbia y humildad ), mientras que la
deuda que él debía perdonar, es insignificante en términos monetarios. Ése
es el cristiano que, habiendo recibido el perdón de Dios Padre, el perdón de
Dios Hijo, y el perdón de la Virgen Madre, desde la cruz de Cristo, se niega
a perdonar a su prójimo las ofensas que éste pueda haber cometido.
“Ama a tus enemigos”. El mundo se encamina a un abismo de auto-
destrucción –sistemas políticos inhumanos, carrera armamentista
desenfrenada, armas nucleares potentísimas, que pueden destruir mil veces
todo el planeta tierra-, y la causa es que los cristianos, llamados a ser “sal
de la tierra y luz del mundo” (cfr. Mt 5, 13-16), no han sabido dar sabor a
la vida, y no han sabido iluminar, porque han olvidado, despreciado,
ignorado, el mandato de Cristo, esencia de la religión católica: “Ama a tus
enemigos”.
Para cumplir con el mandato del Señor, como cristianos, debemos
entonces profundizar en el conocimiento de qué es lo que significa “amar al
enemigo”, y para ello debemos establecer la diferencia entre el amor
natural y el sobrenatural , pues es el amor sobrenatural, concedido por la
gracia, desde la cruz, el que nos pide Jesucristo.
La plenitud de la Ley Nueva de Cristo es la caridad, el amor a Dios y
al prójimo, es decir que, además de Dios, debemos amar a nuestro prójimo,
pero no de una manera cualquiera, sino al modo divino, con la fuerza divina
del amor divino, de manera sobrenatural y esto implica amar a cualquier
prójimo, especialmente y sobre todo si ese prójimo es nuestro enemigo.
Debemos realizar el amor de Dios en el amor al prójimo; en el amor al
prójimo debemos poner nuestro amor a Dios, porque el amor a Dios y el
amor al prójimo es esencialmente uno y el mismo amor sobrenatural 1 .
Por eso es que no se puede decir que amamos a Dios si
despreciamos al prójimo, como tampoco se puede decir que amamos al
prójimo si olvidamos a Dios. “Amar a Dios y al prójimo, amar a los
enemigos”. Pero podríamos preguntarnos ¿no amamos ya a nuestro prójimo
con nuestro amor natural, humano? ¿No demostramos hacia nuestros
enemigos un cierto respeto, lo cual es ya una forma de amor? ¿En qué
radica la novedad del mandato de Cristo? ¿Hay alguna novedad? Pareciera
que no hay ninguna novedad, porque ya amamos a nuestro prójimo con un
amor natural.
Amamos a nuestro prójimo con amor natural, cuando encontramos
algo en común, como ser la misma naturaleza humana, o porque
encontramos algo que lo asemeja a nosotros, o porque tiene cualidades
naturales que nos pueden beneficiar, ya sea a nosotros o a la sociedad. De
esta manera es como ama el hijo a su Padre, el hermano a la hermana, el
amigo al amigo, el ciudadano a su compatriota. Y con respecto al enemigo,
también hacia él demostramos un cierto amor, cuando por ejemplo
cuidamos de él si es vencido en una guerra. Éste amor no sólo es
incuestionable, sino que es obligatorio y bueno, y debe ser ejercido y
practicado sin medida, con el único límite de que no haya contrariedad en el
amor a Dios o que impida cumplir nuestras obligaciones para con Él. Sin
embargo, éste es un amor meramente humano y natural, no divino y
sobrenatural, y no es meritorio para la vida eterna 2 .
Este amor natural, que es obligatorio y bueno para con el prójimo, no
es sin embargo el amor que nos pide Jesús. Es un amor que tenemos sí la
1 Cfr. M ATTHIAS J OSEPH S CHEEBEN , The glories of divine grace , TAN Books and Publishers, Illinois 2000, 364.
2 Cfr. Scheeben, ibidem , 365.
obligación de practicar, pero no es el amor que nos pide Jesús. El cristiano
está obligado a amar al prójimo por razones naturales, debido a razones de
similitud, de amistad, de gratitud, incluso hasta de convivencia social. Pero
no se trata de este amor el que nos pide Jesús; el amor que nos pide Jesús
es infinitamente más grande, y está fuera del alcance de nuestras fuerzas
humanas, es un amor divino que debemos buscar no en nosotros porque no
lo poseemos por naturaleza, sino que debemos buscarlo en su fuente, en
Dios; es un amor que debemos beber en su misma fuente divina, las
heridas sangrantes de Jesús y su Corazón abierto en la cruz. Ésta es la
novedad del mandato de Cristo: amar al prójimo, y al prójimo enemigo, con
un amor no humano sino divino, con su mismo amor, un amor que lleva a la
cruz y que desde la cruz manifiesta toda la potencia de la divinidad. Jesús
nos pide amar al prójimo con un amor divino, no humano.
Hay además otro aspecto en el mandato de Cristo, y es que si
debemos amar al prójimo con un amor sobrenatural, el motivo de nuestro
amor sobrenatural al prójimo y al enemigo no debe ser entonces tanto la
naturaleza humana, sino la naturaleza divina, que imprime en nuestro
prójimo su propia imagen; es decir, no tanto nuestro prójimo en sí, sino
más bien Dios, quien está unido a nuestro prójimo e inhabita en él por la
gracia, debe ser nuestro motivo para abrazar a nuestro prójimo con el
mismo amor sobrenatural y divino con el cual amamos al mismo Dios 3 .
Antes que cualquier diferencia, debemos preguntarnos siempre si no
es acaso nuestro prójimo él también hijo de Dios por la gracia, nacido de
Dios y por lo tanto imagen suya. Por la gracia, nuestro prójimo es nuestro
hermano, con un lazo de hermandad más fuerte que la hermandad carnal, y
es además un miembro vivo de Jesús Cristo 4 , adquirido por Dios al precio
de una vida divina, y por lo tanto tan valioso a los ojos de Dios como el
mismo Jesucristo. Por la gracia, por la vida divina que hemos recibido en el
bautismo, somos todos uno en Cristo y en Él somos todos un solo Cuerpo,
animados por el Espíritu de Cristo como el alma anima el cuerpo; por la
gracia somos todos hijos de Dios, hermanos en Cristo, piedras del mismo
divino templo y miembros del único Cuerpo Místico de Cristo, porque Dios,
como hace una madre con sus hijos, nos une a Sí mismo en su seno y en su
corazón 5 . ¿Podemos amar a Cristo sin amar al mismo tiempo a sus
hermanos y miembros que son en Él y que viven en Él y con Él, y que son
animados por su mismo Espíritu?
Jesucristo no sólo proclama, sino que da el ejemplo con la entrega de
su vida por cada uno de nosotros en la cruz. Él mismo p one en práctica lo
que predica, ya que su muerte en cruz es realizada por nosotros, que por el
pecado éramos enemigos de Dios. Por eso en la cruz, Jesucristo nos ama no
sólo con su amor humano perfecto, sino también con el amor divino; su
muerte en cruz si gnifica entonces para nosotros el derramarse y el
exteriorizarse en nuestro ser y en nuestra vida personal la plenitud del
amor de la Trinidad. La efusión de Sangre de su Sagrado Corazón es el
símbolo y el vehículo de la efusión del Espíritu Santo a partir del único
Corazón de Dios 6 , y es este Espíritu de Amor divino, que une en el amor al
Padre y al Hijo, inhabitando en nosotros, nos comunica este amor divino y
hace Él mismo de vínculo de unión que nos une a nosotros con Cristo y en
3 Cfr. Scheeben, ibidem , 365.
4 Cfr. Scheeben, ibidem , 365.
5 Cfr. Scheeben, ibidem , 365.
6 Cfr. M ATTHIAS J OSEPH S CHEEBEN , Los misterios del cristianismo , Ediciones Herder, Barcelona 1964, ...
Cristo a Dios Trino 7 . El misterio y el Amor substancial de la Trinidad de
Personas revelado en Jesucristo es el fundamento de la caridad sobrenatural
en la comunidad de personas humanas: “Como yo os he amado, vosotros
también amaos los unos a los otros” ( Jn 13, 34).
Si Cristo nos manda amar a nuestros enemigos, si Él nos da el
ejemplo muriendo por nosotros para que de enemigos de Dios pasemos a
ser hijos suyos, si Él nos da su gracia divina, la fuerza del amor divino para
amar a nuestros enemigos, nada justifica en nosotros el no amar a nuestros
enemigos, nada justifica en nosotros la más mínima sombra de hostilidad.
Cuando obramos así, Cristo desde la cruz me mira y me reprocha mi dureza
de corazón.
El amor con el cual debemos amar a nuestros enemigos, es un amor
divino que debemos buscar, que debemos beber en su misma fuente divina,
las heridas y el Corazón abierto de Jesús en la cruz, su Sagrado Corazón,
glorioso y resucitado, que late con la fuerza del amor divino en la Eucaristía.
Padre Álvaro Sánchez Rueda
7 Cfr. F RANCOIS V ARILLON , Teología dogmática como Historia de la Salvación , Ediciones Paulinas, Bogotá 2 1968, 142.