E L TIEMPO DE A DVIENTO ES EN SÍ MISMO LA GRAN SEÑAL QUE NOS INDICA LA PROXIMIDAD
DE LA MARAVILLOSA ACCIÓN DE D IOS , EL INMEDIATO MANIFESTARSE DE LA GLORIA
INFINITA Y ETERNA DE D IOS EN EL MUNDO BAJO LA FORMA DE UN N IÑO HUMANO
El nacimiento de Juan el Bautista es precedido por grandes señales: la aparición
del Ángel a Zacarías, la concepción milagrosa en la vejez de sus padres, la misteriosa
enfermedad de Zacarías debida a su desconfianza, la percepción del pueblo de que
algo grande estaba por suceder, porque al hijo de Isabel y Zacarías “lo acompañaba el
poder de Dios” (cfr. Lc 1, 17). Dios está por realizar algo grandioso, y los grandes
signos que acompañan al nacimiento del Bautista indican la inminencia de la
intervención divina.
La llegada del Bautista preanuncia una acción inaudita y maravillosa de Dios,
una intervención asombrosa que alegrará a Israel y lo sacará de su postración y
dejará a todo el mundo admirado por la manifestación visible de la gloria de Dios. El
nacimiento del Bautista pre-anuncia la llegada al mundo del Mesías, el Emmanuel, el
Enviado de Dios, nacido de una Virgen, a su Pueblo.
La Iglesia nos hace recordar hoy el tiempo inmediato anterior al nacimiento del
Bautista para colocarnos en una situación espiritual semejante a la de los israelitas en
el momento del nacimiento de Juan: algo prodigioso por parte de Dios, una acción
divina está a punto de realizarse, la gloria de Dios será manifestada a todo el mundo,
y esto sucederá cuando nazca el Redentor. Es decir, la Iglesia nos hace recordar el
nacimiento del Bautista, porque nos acercamos en el tiempo de Adviento a un
acontecimiento grandioso: la Navidad, la llegada al mundo del Mesías, el Emmanuel,
el Enviado de Dios, nacido de una Virgen, a su Pueblo.
Sin embargo la Iglesia no nos pide que hagamos un mero recuerdo psicológico,
ni nos prepara para un simple recuerdo afectivo del nacimiento de Jesús: la Iglesia,
por medio del misterio del tiempo litúrgico, nos pone en contacto real con el misterio
de Cristo, porque el misterio de Cristo se hace presente en su realidad ontológica a
través de la liturgia y ejerce realmente su influjo divino sobre nosotros desde su
eternidad, en nuestro tiempo actual.
Quiere decir que el Adviento como tiempo litúrgico nos aproxima en el misterio
de la liturgia al evento pascual del Mesías, el Hijo Eterno de Dios, en la particularidad
de su Nacimiento como Niño humano; quiere decir que por el Adviento nos acercamos
misteriosamente y nos ponemos en contacto real con el Nacimiento del Redentor, tal
como sucedió hace dos mil años; misteriosamente en nuestro tiempo nos hacemos
presentes a Cristo en su Nacimiento temporal y Cristo en su Nacimiento temporal se
hace Presente a nosotros.
Podemos entonces hacer una analogía entre el tiempo que precedió al
nacimiento del Bautista, acompañado de grandes signos del cielo, con el tiempo del
Adviento, que precede a la Navidad: de la misma manera, el tiempo de Adviento es en
sí mismo la gran señal que nos indica la proximidad de la maravillosa acción de Dios,
el inmediato manifestarse de la gloria infinita y eterna de Dios en el mundo bajo la
forma de un Niño humano.
Padre Álvaro Sánchez Rueda