S OLEMNIDAD DEL S AGRADO C ORAZÓN
Jesús se le aparece a Santa Margarita María como el Sagrado
Corazón. En su mano se encuentra su corazón, el cual es “más brillante que
el sol” y “más transparente que el cristal”; en él se ve la herida producida
por la lanza, y se encuentra rodeado de una corona de espinas, con una
cruz encima, y envuelto en llamas.
Nuestro Señor concede a Santa Margarita María un privilegio que a
pocos concede: una aparición suya, una manifestación visible y sensible, lo
cual es fuente de consuelos y de alegría en momentos de tribulación y de
lucha. El privilegio concedido a Santa Margarita María es excepcional, ya
que son contados los bautizados dentro de la Iglesia Católica a quienes se
les brinda una manifestación visible del Señor, y aún más, son muchos
menos quienes reciben una revelación tan trascendente y tan importante
como la del Sagrado Corazón, destinada a toda la Iglesia Universal. La
aparición y las posteriores revelaciones del Sagrado Corazón constituyen un
inmenso don a quien lo recibe, en este caso, Santa Margarita María, y si
bien ni dependen de la santidad de quien lo recibe –por el contrario, Santa
Margarita fue elegida por su pequeñez-, ni hacen por sí mismas santas a las
personas que las reciben, sí es cierto que, en casos de apariciones como
estas, quienes la recibieron fueron luego santos.
Los privilegios y beneficios espirituales otorgados a Santa Margarita
María son innumerables y de gran magnitud, sin embargo, son casi igual a
nada, si se comparan con el don inestimable de la Eucaristía.
En la Eucaristía, Cristo no nos entrega una imagen de su corazón,
como en la aparición, sino que nos entrega a su mismo Corazón Eucarístico,
vivo, palpitante, glorioso y resucitado.
En la aparición, Cristo muestra un corazón “más brillante que el sol”,
queriendo indicar con esta imagen luminosa a la Gracia Increada, que es Él
mismo, pero en la Eucaristía, no nos da una imagen de esa Gracia Increada,
sino que se nos dona Él en Persona, que es la Gracia Increada en sí misma.
En la aparición, Jesús muestra a su Corazón rodeado de espinas y con
una cruz encima de él; en la Eucaristía, Cristo nos hace partícipes del dolor
y de la amargura que experimentó su Sagrado Corazón en el Huerto y en el
Calvario.
En la aparición, el Sagrado Corazón aparece envuelto en llamas,
indicando con este fuego al Amor divino, el Espíritu Santo, pero no deja de
ser sólo una imagen del Espíritu de Dios; en la Eucaristía, Cristo, junto al
Padre, nos sopla al Espíritu Santo, el cual viene desde el cielo como un
pequeño Pentecostés, para incendiar nuestros corazones en el amor de
Dios.
Quien recibe la Eucaristía, recibe algo mucho más grande que una
manifestación visible del Sagrado Corazón: recibe al Sagrado Corazón
Eucarístico de Jesús y a Jesús en Persona.
Padre Álvaro Sánchez Rueda