Solemnidad de la Santísima Trinidad
Junio 19 de 2011
P. Emilio Betancur Múnera
Este Dios que tanto nos ama.
Yahveh, el Señor, Dios de la ternura.
Lo que la humanidad sabe de Dios lo ha aprendido de Dios mismo y de la
experiencia de la acción de Dios en la historia. Esta es la enseñanza fundamental de
la Biblia. No busca demostrar la existencia de Dios por el razonamiento; no elabora
sus atributos: relata cómo se hizo conocer, qué le dijo a sus confidentes sobre él
mismo. Estas personas estaban, como todas las demás, luchando con los ascensos
y descensos de la historia humana común, cuyo verdadero sentido y significado lo
ha revelado la Biblia. “En el principio,” Dios cre hombre y mujer para habitar la
tierra y gozar de sus riquezas para vivir felizmente y por siempre en la hermandad
ofrecida por el Creador. La experiencia del Éxodo fue decisiva para la humanidad
percibir el proyecto inicial de Dios y su realización después de la entrada del pecado
en el mundo. Por medio de la liberación del pueblo de la esclavitud, Dios solemne y
explícitamente renovó la alianza de la que Moisés fue un inolvidable vocero. En
encuentros misteriosos cara-a-cara, narrados en la Biblia, Dios le reveló lo que los
humanos deben conocer acerca de su misterio, cuyo pleno conocimiento está por
fuera de las capacidades humanas. En verdad, solamente Dios puede hablar
adecuadamente de Dios. Esto es justamente lo que la liturgia de este domingo de la
Trinidad trae a la mente al haber leído el relato de uno de estos encuentros en los
que Dios mismo se le reveló a Moisés (Ex. 34:4-6, 8-9).
Amor de Dios, Gracia de Jesús, en comunión con el Espíritu.
“La gracia de nuestro Seor Jesús Cristo y el amor de Dios y el amor del Espíritu
Santo estén con todos ustedes.” Este saludo, que el celebrante dirige hoy a la
asamblea reunida para celebrar la Eucaristía, está tomado de la Segunda carta de
Pablo a los corintios. Pero es completamente posible que Pablo mismo, como una
conclusión de su carta, utilizará una expresión ya corriente en la liturgia cristiana
de su tiempo y por lo tanto familiar a sus correspondientes. Sea eso como puede
serlo, esta formulación precisa de la Trinidad da testimonio de la fe profesada desde
muy temprano por la Iglesia. Al lado, esta forma de hablar dice en pocas palabras
cómo fue revelado el misterio de la Trinidad y qué distingue a cada una de las tres
Personas divinas (2 Cor. 13:11-13).
Dios no se demuestra a sí mismo; él se muestra. Uno cree en él; uno tiene la
certeza de su existencia porque uno descubre su presencia activa en el mundo y en
uno mismo, puesto que uno está tocado por “la gracia de nuestro Seor Jesús
Cristo y el amor del Padre y la compaía del Espíritu Santo.” Esta es una
experiencia personal y concreta que sucede en fe junto con otros creyentes.
En todas las culturas donde es una costumbre, el beso expresa hermandad: la
restaura, la crea cuando ha sido intercambiada después de un altercado, un período
de extrañamiento, aún una guerra. Los cristianos han mantenido esta costumbre y
le han dado un sentido adicional y una nueva eficacia. El beso intercambiado entre
cristianos expresa la caridad que los une en Cristo y, al mismo tiempo, el don de la
participación de la salvación: la paz que viene del amor del Padre, por medio de la
gracia del Señor Jesús, en la compañía del Espíritu. Esto se ha vuelto un gesto
litúrgico particularmente lleno de significado, especialmente en el momento en que
quienes lo intercambian están a punto de participar en el Pan de la vida eterna y
beber la Copa de la salvación. Aunque no se conozcan entre sí, se proclaman a sí
mismos hermanos en Cristo; en tanto como unión entre ellos, el don de la paz
recibido del amor del Padre, por medio de la gracia de Cristo, en compañía del
Espíritu Santo, llevándolos así a que rechacen todo lo que los pueda separar y aún
empañar su caridad mutua.
RECUADRO
De ahora en adelante, la “gracia de nuestro Seor Jesús Cristo y el amor de Dios y
la amistad del Espíritu Santo” permanezcan con quienes creen “en el nombre del
único Hijo de Dios” (Segunda lectura).
Tal es el misterio de la Santísima Trinidad, el cual nos fue revelado y celebramos
con agradecimiento. Desde ya, se nos da para participar por medio de la fe en la
vida del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, un Dios en tres Personas. Si vivimos hoy
en paz, armonía y hermandad con todos nuestros hermanos, tenemos la seguridad
de entrar a la vida eterna un día.
Éxodo 34, 4b-6. 8-9
Salmo responsorial Dn 3, 52. 53. 54. 55. 56
2Corintios 13, 11-13
Juan 3, 16-18
EVANGELIO Jn 3, 16-18
Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno
de los que creen en él, sino que tengan vida eterna.
Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el
mundo se salve por él.
El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha
creído en el nombre del Hijo único de Dios.