Comentario al evangelio del Martes 21 de Junio del 2011
NO CABÍAN JUNTOS
Abram y Lot « no podían vivir juntos » y « ya no cabían juntos ». Resulta que dos personas que
comparten la misma sangre, padre e hijo -aunque curiosamente en este texto se tratan como
«hermanos»-, tienen un serio problema: se les queda pequeño el terreno que pisan porque ambos tenían
inmensas posesiones, y sus respectivos pastores se enganchan en diversas disputas.
Es más común y cercana esta experiencia de lo que parece en una lectura rápida. Se trata de la
«competencia» entre personas cualificadas que pisan el mismo «terreno».
En teoría debiera alegrarnos el éxito, la prosperidad, la buena suerte de los más cercanos a
nosotros (familia, comunidad, grupo de amigos, etc)... pero la competencia hace de las suyas, y como
hemos aprendido a «valorarnos» por el aplauso ajeno, cualquiera que nos pueda hacer un poco de
sombra... nos molesta. Porque si el otro lohace «mejor que yo» o es valorado «más que yo»... entonces
es que yo lo hago peor,incluso que
yo «soy» peor. Cuando es mi vecino de al lado el que triunfa, mi hermano de comunidad, mi
compañero de apostolado, otro miembro de mi mismo equipo... siento en mí como un toque de tristeza
e incluso de resentimiento, porque con su triunfo ha hecho sombra al mío. Y entonces, aunque me
cueste reconocerlo, el otro se convierte en mi rival. Quizá le felicitamos, decimos de puertas afuera que
nos alegra su triunfo, su prestigio... pero ocultamente, interiormente... muchas veces nuestros
sentimientos reales van por otro lado.
Y los «pastores»; es decir, las personas que dependen de nosotros (llámense hijos, personas de
«mi» grupo, de mi «movimiento religioso», etc) lo detectan... y con frecuencia se enfrentan,
descalifican, compiten entre sí....
Cuanto más unido esté el grupo, cuando más se comparta el mismo «terreno», cuanto más se esté
codo con codo, cuanto más dura e intensamente se trabaje... más fáciles son los roces. Es posible que le
ayude, que me dé cuenta de sus auténticos méritos... pero si no es un verdadero amigo, aunque sea mi
«hermano» (que siempre lo es, como nos explica la historia de Caín)... la envidia puede echar sus
fuertes raíces.
¿Y entonces? Pues el primer paso, como hacen Abram y Lot es reconocérselo uno a sí mismo.
Seguidamente, atreverse a reconocerlo delante del otro: entre nosotros hay conflictos. No quiere decir
que ninguno de los dos esté actuando mal: es un tema de corazón, de sentimientos. No debiera ser así,
preferiría que no fuese así... ¡pero lo es! Hay que atreverse a hablarlo, y pensar juntos alguna solución:
quizá repartirse las tareas, buscar un «espacio» que nos separe, un «terreno» distinto. Ya dice el refrán
que no es conveniente que haya dos gallos en el mismo corral. Pero si esto no fuera posible... uno
siempre puede hacer el esfuerzo, el ejercicio... de no dejarse llevar por estos desagradables
sentimientos. No suele estar en mi mano hacer que éstos desaparezcan, no dependen de mi voluntad ni
de mi bondad, ni de... Pero sí está en mi mano controlar las acciones negativas que pudieran brotar de
ellos. Y también está en mi mano procurar que nuestros respectivos «pastores» no compitan entre sí...
En resumen, toda una tarea para que nuestra valía personal no dependa de nuestro trabajo, de
nuestros éxitos, de nuestras «riquezas». También la tarea para que nuestro esfuerzo personal y pastoral
lo vivamos no en soledad, sino en compañía amistosa: el amor no es envidioso, como nos recordaba
San Pablo. La tarea de reconocer con humildad nuestras propias limitaciones y pecados. Y la tarea de
dejarnos enseñar por el padre del hijo pródigo: conviene que te alegres, porque tu hermano..., que su
fiesta sea, sinceramente, nuestra fiesta. No se trata de que mi hermano me haya quitado una parte de la
herencia, o que ocupe un puesto en la casa: sino que es mi hermano, y está conmigo. Difícil, a veces,
pero necesario. Es otro modo de vivir y de sentir.
Enrique Martínez, cmf
Enrique Martinez