Domingo, Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo A
“Yo soy el pan vivo que he bajado del cielo”
La fiesta del Corpus, tan arraigada en el Pueblo de Dios, es ocasión de manifestar
nuestra gratitud por el don de la Eucaristía, de adorar con reverencia la presencia
de Jesús entre nosotros, de motivarnos más a la solidaridad y fraternidad. Junto a
la adoración y gratitud no debe faltar el deseo de comprender un poco mejor el
sentido profundo de la Eucaristía y sus exigencias en nuestra vida.
Repitiendo, con tanta frecuencia, la Eucaristía podemos convertir la Eucaristía en un
tranquilizante de nuestra conciencia, olvidándonos de vivir día a día en el
seguimiento de Jesús. ¿Nos planteamos, de verdad, una renovación más profunda
de nuestra vida? Podemos comulgar con Cristo sin preocuparnos de comulgar con el
hermano; compartir el pan eucarístico ignorando el hambre de millones de seres
humanos privados de pan, justicia y dignidad. Celebrar el sacramento del amor sin
hacer algo más por suprimir nuestros egoísmos y sin cultivar con más cuidado la
amistad y la solidaridad.
La Eucaristía, los primeros cristianos la llamaban ”la cena del Seor”. Tenían muy
presente que celebrar la Eucaristía era actualizar la Cena que Jesús compartió con
sus discípulos la víspera de su pasión. La comida, para los judíos, no era solo el
mero hecho de alimentarse, sino que tenía un carácter sagrado, era el momento
mejor para sentirse todos unidos y en comunión con Dios. En este ambiente y en
esta mentalidad Jesús instituye la Eucaristía. El alimento es su propio Cuerpo y
Sangre que se da a todos para que sea comido: “Tomad y comed. Tomad y bebed”,
me entrego por vosotros.
Un gesto de entrega. La Eucaristía es la actualización de la entrega total que fueron
la vida y la muerte de Jesús. Gesto que no se queda en puro sentimiento, sino que
se traduce en una vida de servicio humilde y eficaz. Es la Eucaristía también
actualización del sacrificio de Cristo, no como sufrimiento y dolor, sino como
fidelidad a la voluntad del Padre culminando hasta el final su misión. Bien pudo
decir, antes de morir: “Todo se ha cumplido” (Jn 19,30), resumiendo toda la
trayectoria de su vida. Todo ello en el marco de una comida, expresión de una
unin fuerte con Cristo, como el alimento y quien lo ingiere: “Quien come mi carne
y bebe mi sangre sigue conmigo y yo con él” (Jn 6, 56). Unin también entre los
comensales: “Como hay un solo pan, aun siendo muchos formamos un solo cuerpo,
pues todos participamos de ese único pan” (1 Cor 10, 17).
El concilio Vaticano II afirma que la Eucaristía es “fuente y cumbre de la vida
cristiana” (LG 11). Fuente de donde mana toda la realidad de la vida cristiana en su
doble dimensión, hacia Dios que en Cristo nos da la mayor prueba de su amor, y
hacia los demás ya que a todos se nos invita a la misma mesa y se nos ofrece el
mismo pan. Cumbre porque en la Eucaristía, bien vivida y celebrada, alcanzamos
una unión fuerte con Cristo, y un compromiso serio de vivir la fraternidad. Junto a
esta doble dimensión está también el sentido misionero de la vida cristiana. Lo que
celebramos no es sólo para nosotros, sino que la misma celebración nos impulsa a
ser mensajeros de la Buena Noticia de salvación. El podéis ir en paz del final de la
celebración, es ciertamente un envío misionero que tiene que dar sentido a toda
una vida cristiana.
El día del Corpus es el día de la caridad. En toda Eucaristía hay signos de amor y
comunión fraternal: la asamblea reunida, la oración y alabanza común, el
padrenuestro, el saludo mutuo o gesto de la paz, y sobre todo la participación del
mismo pan en la mesa común de Señor; comunión eucarística que, para ser plena,
ha de tener dos vertientes: la vertical y la horizontal, es decir con Cristo y con los
hermanos.
Dios quiere habitar entre nosotros. Se queda con nosotros hecho pan que se
entrega. Hagámosle sitio en nuestra vida desde el amor, la gratitud, adoración y
alabanza, y la solidaridad con los hermanos.
Joaquin Obando Carvajal