YO SOY EL PAN VIVO BAJADO DEL CIELO
(SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI)
2 junio 2002
Desde el s. XIII, en que la fiesta del Corpus se introduce en el Calendario Litúrgico,
hasta nuestros días, siempre, de manera ininterrumpida, ha gozado de una
amplísima aceptación por parte de todos. Los fieles la han vivido con entusiasmo y
fervor. Los ministros de la Iglesia han puesto en juego lo mejor de su predicación,
de sus ornamentos, de sus cantos. Las autoridades civiles no sólo no han estado
ajenas, sino que han fomentado todo lo que contribuyera a un mayor esplendor, a
una mejor fiesta, incluso a una superación sobre los pueblos vecinos. No ha habido
comunidad cristiana, por pequeña que haya sido, que se haya quedado sin celebrar
de manera especial este día, aunque haya sido sólo con la procesión. Ha sido
frecuente la representación "catequética": sea con danzantes simplemente, sea con
autosacramentales en toda regla... Y el brezo, el romero y el tomillo, los pétalos de
rosas, la música... han ambientado, como en ninguna otra ocasión, esta
celebración.
Sin duda, es ese "sensus fidei" que asiste al Pueblo de Dios, y le hace comprender
que la Eucaristía es el centro de la vida cristiana y de la vida de la Iglesia. Y, por
ser tan importante, lo celebra de manera tan especial. Y expresa y vive así lo que la
Liturgia nos ofrece hoy en las lecturas bíblicas: Somos un pueblo que, en medio de
las dificultades, avanzamos en busca de la tierra prometida guiados y sostenidos en
nuestra esperanza por el Señor.
Así, la primera lectura (Dt 8,2-3.14b-16a) nos recuerda el camino del Pueblo
escogido a través del desierto gracias a la ayuda del Señor: "te alimentó con el
maná... te alimentó en el desierto". El Salmo Responsorial insiste en la misma idea
diciendo que Dios sacia a su Pueblo "con flor de harina". Y en la segunda lectura (1
Cor 10,16-17) y en el Evangelio (Jn 6, 51-59), se nos hace caer en la cuenta de
que todo lo sucedido en el A.T. era sólo figura de lo que se cumple definitivamente
en Jesús. Porque, ahora, "el pan que partimos nos une a todos en el cuerpo de
Cristo", ya que Jesús es "el pan vivo bajado del cielo... para la vida del mundo".
Esto es lo que celebramos: Somos la Iglesia, el nuevo Pueblo de Dios que camina
en medio de los avatares de este mundo. Lo hacemos reunidos en torno al mismo
Señor, Jesucristo, porque, comiendo del mismo pan, formamos un solo cuerpo. Y,
así, experimentamos que nuestra fuerza está en ese Pan vivo bajado del cielo, es
decir, en la Eucaristía. Ahora comprendemos mejor las palabras de Jesús: "Si no
coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en
vosotros".
Sin Eucaristía, no hay Iglesia. Sin Eucaristía, no hay vida cristiana. La Eucaristía es
el Pan que da cumplimiento a lo anunciado por el maná, y que nos da la fuerza
suficiente para realizar el camino hacia la casa del Padre.
La Eucaristía no es, por tanto, un lujo, sino una necesidad en nuestra vida de
cristianos. Por eso, mientras no comulguemos tantos como asistimos a la procesión,
no hemos descubierto del todo la importancia de este pan. Mientras no
comulguemos habitualmente, a poder ser a diario, no caminaremos con la agilidad
y alegría ni con la dirección que el Señor quiere y que espera de nosotros. ¡Que no
llevemos una vida raquítica y anémica en lo espiritual teniendo tan cerca el
alimento! ¡Que no estropeemos también lo que es tan central para nosotros
echando todo nuestro esfuerzo en los elementos más periféricos y festivos!
Miguel Esparza Fernández