La Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo
(Deuteronomio 8,2-3.14-16; I Corintios 10:16-17; Juan 6:51-58)
Hoy en día hay mucha comida. Aun los países pobres se abundan de comestibles.
Sí, de vez en cuando un pueblo pasa hambruna como en Darfur, África, hace poco.
Pero tales privaciones a menudo resultan de la guerra. De hecho ahora se preocupa
más por la superabundancia del pan que por su escasez. Mucha gente está
muriendo de infartos, cánceres, diabetes, y otras enfermedades relacionadas con la
obesidad. En este ambiente de plenitud tal vez queramos preguntar, ¿cómo se
afecta nuestro aprecio para el Pan vivo, el cuerpo de Cristo? La pregunta es
particularmente apropiada hoy cuando estamos celebrando Corpus Christi.
Con almacenes gigantes como Sam’s repletos con comidas, ¿no es que llame
menos atención la oferta de Jesús en el evangelio del Pan vivo? Tan bueno como
es, el Cuerpo de Cristo no atraerá a tantos donde hay carne de cien tipos de
animales en el alcance. También el hecho que la gente al promedio vive casi doble
el tiempo que vivía hace cien años ha disminuido, creo, el interés en el Pan de la
vida eterna. Llegando a ochenta o noventa años con cuerpos doblados y memorias
débiles, muchas personas se satisfacen con la muerte ya próxima.
Pero no entendemos bien lo que contiene el Pan que Jesús ofrece. Es algo tan
diferente que comida de la tienda como la computadora se difiere del papel y
pluma. Los comestibles son cosas muertas que el cuerpo consume para
transformarlos en sí mismo. En contraste, el Pan que Jesús ofrece vive de modo
que él transforme al consumidor en el Cuerpo de Cristo. En otras palabras cuando
tomamos el Cuerpo de Cristo, Cristo no se transforma en nosotros sino nosotros en
Cristo. Nos hacemos miembros de su Cuerpo, la Iglesia, fortalecidos para su misión
de proclamar el reino de Dios Padre al mundo.
Participando en el Cuerpo de Cristo, podemos comprender mejor lo que es la vida
eterna. Muchos piensan que la vida eterna es la vida que dura para siempre. No
están completamente equivocados, pero a su raíz la vida eterna no se encuentra en
el campo de tiempo sino en otra tierra. La vida eterna refiere a la vida del amor que
la Santísima Trinidad ha disfrutado desde siempre. En un cine reciente se describe
la dinámica de este amor. La historia tiene lugar en Argelia donde unos monjes
franceses viven en paz entre la gente musulmán. Entonces los terroristas llegan
amenazando a los monjes con la muerte si no dejan el monasterio. Huirían si no
fuera por la gente que les pide quedarse. Eventualmente los monjes son
masacrados. Pero antes del martirio una muchacha musulmán pregunta a uno de
los monjes cómo es enamorarse. El monje responde: “Hay algo dentro de ti que se
pone vivo… Es irreprensible y te hace el corazón latir más rápido”. La muchacha
sigue preguntando si el monje jamás se ha enamorado. Él responde: “Sí, varias
veces. Entonces encontré otro amor, aún más grande. Y respondí a ese amor”. Este
es el amor de Dios que también llega a nosotros. Cuando lo aceptamos,
experimentamos la vida eterna. Con este amor no tenemos que temer nada, ni
siquiera la muerte. Pues este amor va a llevarnos más allá que la muerte.
El amor de Dios nos fortalece para superar los desafíos diarios. Los deseos para el
excesivo del pan, del placer, y de la plata no nos tiran como antes. Más bien nos
preocupa de complacer a Jesús todos los días, todos momentos del día. Por amor a
Jesús una ejecutiva de IBM dejó su empleo para cuidar a su mamá enferma.
Cuando la madre falleció, la mujer se dedicó al ministerio parroquial. No es que
todos nosotros podamos desistir a trabajar para ayudar a los demás porque es
precisamente por nuestros empleos que estamos cuidando a nuestras familias. Sin
embargo, sí, podemos hacer nuestro trabajo y cuidar a nuestras familias con más
empeño para servir al Señor Jesús.
Una pintura ha estado llamando la atención por los últimos cuarenta años. Muestra
a Cristo en la cruz. No hay nada diferente en esto. Un escritor dice que a lo mejor
el Jesús crucificado es el retrato más pintado en la historia. No, esta pintura nos
atrae porque se compone el Cristo de las figuras de muchos otros hombres y
mujeres. Está allí el papa Pablo Sixto, Martin Luther King, Jr., otros personajes
históricos, y miles de personas no conocidas. Es lo que nos hace el Pan vivo.
Cuando lo consumimos, él no se hace parte de nosotros sino que nosotros nos
hacemos parte de él. Nos hacemos partes del Cuerpo de Cristo.
Padre Carmelo Mele, O.P.