SOLEMNIDAD. EL SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO
CORPUS CRISTI
Padre Pedrojosé Ynaraja
Para que entendamos esta fiesta, desde las diferentes situaciones en las que nos
podamos encontrar, bueno será recordar sucintamente su historia. La primera
celebrada, la del Cenáculo, evidentemente, se termino con los himnos de ritual y la
salida hacia Getsemaní. La segunda, si es que lo fue, que así lo parece, en la aldea
de Emaús, también terminó en precipitada marcha de los dos discípulos a
Jerusalén. Los Hechos de los Apóstoles, alguna carta paulina y los textos
eucarísticos primitivos, nos cuentan que la Eucaristía se celebraba como final de
una reunión, en la que se cenaba en hermandad, se leía la Palabra de Dios
pausadamente y se acababa con la “Fracción del Pan”, que este era el nombre de lo
que hoy llamamos misa. De inmediato, el don de Dios, se llevaba a enfermos y
cautivos (recuérdese el maravilloso ejemplo del mártir Tarsicio, chiquillo romano de
sólo 7 años). Se pensó más tarde en que las necesidades de impedidos podían
surgir en otros momentos y apareció la reserva eucarística, guardada
cuidadosamente en armarios de lo que ahora llamamos sacristía.
Llegó el momento en que la Iglesia fue consciente de que allí, en el Pan sagrado,
había una divina presencia y el Sagrario, fue lugar, además de reserva, de
adoración y plegaria, ocupando un sitio preferente en las iglesias.
Mis queridos jóvenes lectores, dedicar un día a la Eucaristía, poniendo el acento en
que es alimento del alma y ayuda espiritual, paraconfiar nuestras cuitas al Señor,
inquietudes, ilusiones y proyectos, es muy oportuno que lo hagamos. No es que lo
desvinculemos de su Pascua, misterio de muerte, sepultura y resurrección, que ya
lo consideramos en la liturgia del Jueves Santo. Sin olvidarlo, hoy pensamos en
este aspecto, recordando anticipaciones que lo fueron, el maná del desierto o la
multiplicación de los panes y los peces en Galilea.
Que en muchos sitios se organice una procesión para demostrar públicamente el
amor que por el Señor sentimos, allí donde se pueda, es un gesto cristiano muy
correcto y simpático. Pero lo que no debemos nunca olvidar es que su presencia, su
compañía, guardado en el sagrario, tiene por finalidad ser el mejor alimento que
Dios nos ofrece, al darse a sí mismo sin reparos, sin precauciones, sin
guardaespaldas.
Guy de Laurigaudie dice que no deberíamos decir nunca: tal día voy a comulgar. En
todo caso lo correcto sería manifestar que un cierto día no se comulgará. Lo normal
debería ser hacerlo diariamente. La valentía, el coraje, la fuerza de voluntad, que
han demostrado y demuestran en sus vidas muchos cristianos, misioneros,
contemplativos, entregados al servicio directo de los pobres, matrimonios que
engendran hijos para el Cielo, educándolos cristianamente, antes que
proporcionarles estudios de lenguas extranjeras o enseñándoles a rezar preferible a
saber nadar o practicar deportes. Niños que aprenden que la iglesia es más
importante que el gimnasio o que la misa es muy superior a las colonias de
vacaciones o conciertos corales, que la asistencia a unas Jornadas Mundiales de la
Juventud, con catequesis, oraciones, sacramentos y Caridad en el ambiente, mucho
más útil que un viaje por los países nórdicos. Que visitar una comunidad religiosa,
convidar a la mesa familiar a un sacerdote o diácono, ministros de la Eucaristía,
más acertado que un intercambio familiar de alumnos de diferentes colegio y
naciones, explicarse esta manera diferente de vivir sumergidos en nuestra misma
sociedad y gozando de ella sin aburguesarse degradándose, se debe a que no se
privan de este alimento sobrenatural. Os confieso, mis queridos jóvenes lectores,
que raramente dejo de celebrar misa cada día. En realidad, poquísimos días al año.
Ocurre a veces que he pasado el día ocupado en cosas acuciantes y llega la noche,
y está a punto de acabar la jornada, aun así, no dejo de entrar en la iglesita que
tengo cerca de mí y en mi soledad, pero sabiendo que me rodea la Iglesia que
ofrece al Padre a su Hijo Jesucristo, que me acompañan tantos miles de personas
en diferentes puntos del globo, que hacen lo mismo, más o menos atento, más o
menos fervoroso, celebro misa.
Porque si debemos poner interés en ahuyentar las distracciones y las prisas, para
que nos entre su Gracia, no es necesario que nos sintamos en ese momento
fervorosos. El que no tengamos ganas en aquel momento, no debe ser óbice de que
dejemos de celebrarla. Os hablaré con palabras necias, pero gráficas. La Eucaristía,
si estamos correctamente preparados, hace efecto como un analgésico, que nos la
tragamos y nos quita el dolor, tanto si estamos atentos como si lo hacemos
rutinariamente. Y la comida se puede saborear con deleite o tragársela con
indiferencia. Lo hacemos porque ha llegado la hora y nos tocará después trabajar.
Nuestro organismo se aprovechará en ambos casos. Así la Comunión.
Se elogia la dieta mediterránea, se exaltan las propiedades medicinales de plantas
y bebidas, pero todos sabemos que nos llegará la hora de la muerte y ni la infusión
de manzanilla, ni la fibra vegetal, ni el moderado ejerció físico, la impedirá. La
Gracia de Dios, que nos fue dada en el bautismo, que se confirmó en la imposición
de la mano del obispo y la crismación, que nos llega en la comunión especialmente,
ya que nos confiere la Gracia y se nos da al amo e inventor de la Gracia, este
prodigio, nos acompaña y fortalece en el momento del tránsito y atraviesa la
barrera biológica, siendo prenda de felicidad eterna. Porque en la Eternidad no se
habla inglés, ni se conducen vehículos, ni hay playas ni montañas nevadas. Todo lo
que uno aprenda, que es muy útil progresar en conocimientos y experiencias, debe
capacitarnos para cosas superiores. Que una escalera de mano que no tenga sitio
donde apoyarse de nada sirve y un almacén de medallas olímpicas o un muro
repleto de diplomas, sin una profesión asegurada, de nada aprovechan en la vida.
La “tarjeta visa” que abre puertas eternas y permite los mayores goces, es la
Gracia.
Pido a Dios que mi muerte ocurra acompañado de Jesús-místico, encarnado en mis
hermanos, del Jesús-Palabra en mis manos y del Jesús-Eucaristía en mi boca.
No he hecho referencia, mis queridos jóvenes lectores, a los textos de la misa de
hoy, pero, repasándolos ahora, me doy cuenta de que os he escrito lo esencial de
sus enseñanzas en este mensaje-homilía.
Padre Pedrojosé Ynaraja