Viernes 24 de Junio de 2011
Natividad de San Juan Bautista 2001
Isaías 49,1-6
Escuchadme, islas; atended, pueblos lejanos: Estaba yo en el vientre, y el Señor me
llamó; en las entrañas maternas, y pronunció mi nombre. Hizo de mi boca una espada
afilada, me escondió en la sombra de su mano; me hizo flecha bruñida, me guardó en su
aljaba y me dijo: "Tú eres mi siervo, de quien estoy orgulloso." Mientras yo pensaba: "En
vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas", en realidad mi derecho
lo llevaba el Señor, mi salario lo tenía mi Dios. Y ahora habla el Señor, que desde el vientre
me formó siervo suyo, para que le trajese a Jacob, para que le reuniese a Israel -tanto me
honró el Señor, y mi Dios fue mi fuerza-: "Es poco que seas mi siervo y restablezcas las
tribus de Jacob y conviertas a los supervivientes de Israel; te hago luz de las naciones, para
que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra."
Salmo responsorial: 138
R/Te doy gracias, porque me has escogido portentosamente.
Señor, tú me sondeas y me conoces; / me conoces cuando me siento o me levanto, /
de lejos penetras mis pensamientos; / distingues mi camino y mi descanso, / todas mis
sendas te son familiares. R.
Tú has creado mis entrañas, / me has tejido en el seno materno. / Te doy gracias, /
porque me has escogido portentosamente, / porque son admirables tus obras. Conocías
hasta el fondo de mi alma. R.
No desconocías mis huesos, / cuando, en lo oculto, me iba formando, / y
entretejiendo en lo profundo de la tierra. R.
Hechos 13,22-26
En aquellos días, dijo Pablo: "Dios nombró rey a David, de quien hizo esta alabanza:
"Encontré a David, hijo de Jesé, hombre conforme a mi corazón, que cumplirá todos mis
preceptos." Según lo prometido, Dios sacó de su descendencia un salvador para Israel:
Jesús. Antes de que llegara, Juan predicó a todo Israel un bautismo de conversión; y,
cuando estaba para acabar su vida, decía: "Yo no soy quien pensáis; viene uno detrás de mí
a quien no merezco desatarle las sandalias." Hermanos, descendientes de Abrahán y todos
los que teméis a Dios: a vosotros se os ha enviado este mensaje de salvación."
Lucas 1,57-66.80
A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus
vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y la felicitaban. A
los ocho días fueron a circuncidar al niño, y lo llamaban Zacarías, como a su padre. La
madre intervino diciendo: "¡No! Se va a llamar Juan." Le replicaron: "Ninguno de tus
parientes se llama así." Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se
llamase. El pidió una tablilla y escribió: "Juan es su nombre." Todos se quedaron
extrañados. Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo
a Dios. Los vecinos quedaron sobrecogidos, y corrió la noticia por toda la montaña de
Judea. Y todos los que lo oían reflexionaban diciendo: "¿Qué va ser este niño?" Porque la
mano del Señor estaba con él. El niño iba creciendo, y su carácter se afianzaba; vivió en el
desierto hasta que se presentó a Israel.
COMENTARIO
Los padres siempre tienden a ver a los hijos como una prolongación de sí mismos.
Les quieren dar por eso lo que ellos nunca tuvieron. Les quieren ver realizando los sueños
a los que ellos tuvieron que renunciar. Les quieren ver haciendo las cosas que ellos nunca
pudieron hacer.
Pero la realidad nunca suele ser así. Lo cierto es que la vida obliga a los hijos a
tomar diferentes caminos. La vida les obliga a ser ellos mismos. Los vecinos se hacían la
pregunta justa: “¿Qué va a ser este nio?”. No era fruto de la discusin en torno al
nombre que se le iba a imponer al niño o del hecho de que su padre recuperase la
palabra. Era y es la pregunta que todos nos hacemos ante un recién nacido. ¿Qué mundo
le tocará? ¿Qué profesión tendrá? ¿Será feliz? Un niño recién nacido es siempre un libro
abierto y en blanco. Todo está por hacer. Todas las páginas están por llenar. Cada niño
que nace tiene siempre algo de profecía, de ruptura con el pasado y comienzo de algo
nuevo. Es siempre un misterio.
A los padres les gustaría llevar al hijo por sus propios caminos, enseñarle,
orientarle, que sea feliz. Pero el hijo tendrá que hacer sus propios caminos, tomar sus
decisiones. Y también, por qué no, asumir sus propios errores. En esta fiesta celebramos
el nacimiento de Juan Bautista. Su futuro será sorprendente: anunciar la presencia de
Jesús, el Salvador, y preparar sus caminos. Nunca los padres imaginaron así el futuro de
su hijo.
(Extracto de fundación ÉPSILON)
Juan Alarcón, s.j.