E L B UEN S EMBRADOR , D IOS P ADRE , SIEMBRA LA B UENA S EMILLA , SU P ALABRA , QUE ES SU
H IJO
(Domingo XVI – TO – Ciclo A –)
“Un sembrador sembr una semilla (…) otro sembrador sembr una cizaa”
(cfr. Mt 13, 24-43). Jesús nos presenta a dos sembradores que salen a sembrar sus
respectivas semillas: uno, siembra una semilla que es la palabra, es una semilla
buena, que da buenos frutos, aunque si da frutos o no depende del terreno en el que
caiga; el otro, el sembrador malo, siembra una mala semilla, que siempre,
indefectiblemente, da malos frutos, porque la semilla en sí misma es mala: es la
semilla de la cizaña, una hierba inútil que lo único que hace es crecer y sofocar a la
hierba buena.
La interpretación de la parábola la da el mismo Jesús: el sembrador es Dios
Padre, la semilla es su Palabra, su Hijo eterno, el campo es el mundo, entendido como
las almas en las que caen las semillas; lo que dificulta el crecimiento de la buena
semilla, es decir, la imagen de Jesús en el alma, son las preocupaciones, las
tribulaciones, y la presencia en esa misma alma de otra semilla sembrada por el mal
sembrador, el demonio, la cizaña, que es la mentira, la calumnia, el odio, la avaricia,
la codicia, el desprecio por el prójimo.
Muchos podrían pensar que la siembra de la semilla mala se ve sólo en quienes
no practican ninguna religión, o en quienes no creen en nada, como si la sola
devoción y la sola oración fueran suficientes para que la religión sea buena. Pero la
siembra de la mala semilla se da principalmente entre quienes practican la religión, y
es por eso que Jesús nos advierte de ella, porque esta semilla mala lleva a la práctica
de una religión falsificada.
Quien es mentiroso, avaro, codicioso, calumniador para con su prójimo, por
más que practique la religión, tiene en sí la cizaña que ahoga permanentemente a la
semilla buena, y esta cizaña le da una falsa concepción acerca de su relación con
Dios: quien deja crecer la cizaña en su corazón, aun cuando practique la religión,
practica una religión falsificada, porque lo único que hace buena a la religión, a la
devoción y a la oración, no son las horas que se pasan rezando, ni la cantidad de
devociones, sino el dejar crecer la Buena Semilla, la Palabra de Dios, en su corazón.
Dos labriegos se disputan el terreno de nuestra alma: uno bueno, que es Dios
Padre, quien siembra la semilla de la Palabra, que es su Hijo, y su fruto es la
Presencia del Espíritu Santo, que comunica el amor y la misericordia de Dios; otro
malo, que es el demonio, quien siembra su palabra, que es el vómito de su corazón
ennegrecido, y su fruto es la mentira, la maledicencia, el enojo, la envidia.
El Buen Sembrador, Dios Padre, siembra la Buena Semilla, su Palabra, que es
su Hijo, y la siembra como ya habiendo sido triturada, amasada, cocida en el fuego
del Espíritu Santo, y hecha Pan de Vida eterna, y nos da esa semilla, que es Pan, que
es Palabra, que es su Hijo resucitado, en la Eucaristía, para que fructifique y de el
fruto bueno, que es el crecimiento de la imagen de Jesús en el alma.
De nosotros depende dejar crecer el trigo de la Palabra de Dios o la cizaña del
demonio. ¿A cuál de las dos dejamos crecer?
Padre Álvaro Sánchez Rueda