XIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A.
"Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas
cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla".
Pautas para la homilia
Como adelantábamos en la introducción, el tema que puede servirnos como hilo
conductor entre las lecturas de hoy, puede ser el del camino de la fe que
recorremos los creyentes en busca de Dios.
Y es precisamente en este día y con este tema, cuando celebramos la memoria del
apóstol Santo Tomás, que es el protagonista de una de las catequesis más
hermosas sobre la fe recogida en los relatos evangélicos.
Tomás alias el “mellizo” con cierta fama también de incrédulo, aparece en varios
pasajes del Evangelio, y lo hace ocupando el papel del “sensato”, el que pone el
punto de cordura en la supuesta locura colectiva del grupo ante las “ideas
temerarias o incomprensibles” de Jesús.
Es un hombre con los pies en la tierra, que busca el camino hacia Dios desde la
razón; un hombre que suponemos sería bastante respetado entre sus amigos los
apóstoles por sus análisis serenos de la realidad. En varios pasajes expresa su
opinión mediante comentarios un tanto escépticos, pero de indudable valor
racional.
El problema es que la fe no se agota en la racionalidad. Éste fue el gran
descubrimiento de Tomás en su proceso de fe.
Tomás tuvo que enfrentarse al enorme y terrible sufrimiento de ver con sus propios
ojos a su maestro y amigo Jesús de Nazaret desangrado en la cruz. Desde esa
circunstancia no podía de ninguna manera “razonar” otro final posible a su historia.
Estaba encerrado en su dolor y de nada le servían las experiencias que las mujeres
primero y otros discípulos de Jesús después, empezaban a compartir en el grupo de
los doce a propósito de la presencia inexplicable de Jesús en sus vidas…
Y tanto molestaban a Tomás esos “cuentos de locos”, que cortando el debate
sentenció:
«Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de
los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré.» (Jn 20, 25).
¿Qué pasó después? Podemos imaginar que a pesar del dolor, fue más fuerte el
amor a Jesús, su recuerdo, el descubrimiento de su presencia viva y
transformadora en su día a día, compartiendo sus experiencias y sus enseñanzas en
el grupo de los discípulos.
Al final consiguió “ver” - «¡Señor mío y Dios mío!» - y el Resucitado pudo hacerse
presente, no desde la imposición (ya que ese nunca fue el estilo de Jesús), sino
desde el respeto al tiempo que cada cual necesita para superar sus sufrimientos y
sus miedos. La fe se propone, pero nunca se impone.
Volviendo a las lecturas del día, el profeta Zacarías, llama a todos a descubrir al
Dios que se esconde en lo humilde, en lo modesto, en lo sencillo… Un Dios
escondido, a los ojos del mundo pero capaz de las mayores victorias. Por eso nos
apremia a la alegría.
En el salmo expresamos con el salmista nuestro firme propósito de bendecir a Dios.
Es una consecuencia de la experiencia sublime del ser humano que descubre que la
bondad, la fidelidad y la misericordia, se revelan como la huella del actuar de Dios
en la historia. Es el agradecimiento que surge ante la contemplación del Misterio
mismo de Dios.
En la segunda lectura Pablo sigue hablándonos del proceso transformador de la fe,
y da un paso más: si somos capaces de ver la huella espiritual de Dios en lo creado,
estamos llamados a actuar de otra manera. Podemos cambiar el sentido de nuestra
vida.
Vivir con consciencia supone apostar por aquello que construye el Reino de Dios (el
amor, la bondad, la vida…) y rechazar lo que lo destruye (el egoísmo, el mal, el
sufrimiento la muerte…).
En este planteamiento de descubrir la presencia y el camino hacia Dios, Pablo
comprende las enseñanzas de Jesucristo y acaba por convertirnos en protagonistas
de la historia más importante: la Historia de la Salvación.
Podemos elegir vivir de una manera o de otra, pero sólo una nos aportará la
verdadera felicidad. Sólo una nos conducirá hacia nuestra plena realización, hasta
el encuentro último y definitivo con Dios.
De esta manera, la “fe” en el Dios de Jesús se vuelve “fortaleza y consuelo”, como
advierte el Evangelio, ya que nos empuja hacia un estilo de vida en el que los
aparentemente débiles alcanzan una fortaleza inexplicable: la de sentirse parte
activa en el proyecto definitivo de Dios: la construcción de su Reino.
Fr. Samuel Leiva O.P.
Convento de Santo Tomás (Sevilla)
(con permiso de dominicos.org)