EL DIOS DE LOS SENCILLOS
(DOMINGO XIV. T.O.)
3 julio 2005
"En aquel tiempo, Jesús exclamó: Te doy gracias, Padre, señor de cielo y tierra,
porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a
la gente sencilla... Nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre
sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que
estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de
mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque
mi yugo es llevadera y mi carga ligera." (Mt 11,25-30)
Establece Jesús un contraste entre los que él llama "gente sencilla" y "los sabios y
entendidos". Estos no llegan a comprender nada de lo que Dios es, dice y hace.
Aquellos, en cambio, descubren a Dios en su realidad más profunda.
Es decir, hay personas que comprenden a Jesús, lo aman y lo siguen. Personas que
no son las más brillantes, las más apreciadas en la sociedad, las que ocupan los
puestos más importantes, las que reciben la consideración y el respeto de los otros,
las que solucionan los problemas más vitales, las que tienen más dinero, las que
han accedido al más alto nivel de estudios, las que pueden usar los medios de
comunicación...
Son personas, eso sí, que no tienen doblez para con nadie, que sonríen
continuamente, que ayudan silenciosamente a los demás, que desprenden paz y
serenidad, que desbordan bondad... que son profundamente religiosas y aman
intensamente a Dios, del que, tal vez, no han estudiado muchas cosas, que viven
comprometidas con la Iglesia...
¿Por qué se da esto? El conocimiento de Dios es siempre un regalo suyo: Dios nos
sale al encuentro y nos descubre su realidad y su vida íntima. (Para los cristianos,
Jesús de Nazaret es, en esto, indispensable.) Pero ese Dios que se nos revela
necesita encontrar en nosotros la acogida suficiente. Y esta se da en los que no
interponen sus cualidades, bienes, intereses, orgullos... De ahí que los pobres y
sencillos sean los que, con más facilidad y gozo, acepten al Dios que se les acerca.
En definitiva, porque Dios es Dios (y nos supera infinitamente, sin que pueda caber
en nuestra cabeza) y no se le percibe y comprende, sin más, con la razón. No es
fruto de un razonamiento nuestro. Y, por eso, es preciso tener un corazón sencillo
para descubrirlo, amarlo y seguirlo.
Este proceso tiene lugar sobre todo y principalmente en y desde el acontecimiento
de la muerte y resurrección de Jesús. En el Misterio Pascual, cuando fallan todos los
razonamientos y explicaciones, sólo la fe es capaz de ofrecernos la luz que explica
el sentido del sinsentido, hasta el extremo de descubrir que, sin eso inexplicable, se
queda todo sin explicación. Por eso, "los cansados y agobiados" encuentran
realmente alivio en Jesús. Por eso, uno es capaz de abrazarse a su cruz y cargar
con ella, llevándola con garbo y sentido.
Dios, Dios... Está claro que es más grande que cada uno de nosotros... y se le
conoce, ama y sigue... con algo más que nuestra cabeza... y a pesar de nuestra
cabeza.
Miguel Esparza Fernández