Homilía Mons. Rubén Frassia
CORPUS CHRISTI
Diócesis de Avellaneda Lanús
Parque UDABE – 25 de junio 2011
Queridos hermanos sacerdotes, diáconos permanentes, religiosos, religiosas,
seminaristas y querido pueblo fiel:
Agradezco la presencia de todos ustedes en esta fría tarde y también agradezco la
organización de esta hermosa fiesta del Corpus Christi que celebramos, como
diócesis, en este Año Jubilar.
Hoy es Dios, en Cristo, que se ofreció por nosotros y nos redimió en la cruz. El
sacrificio de Cristo, la Eucaristía , nos une en lo que significa la redención de la
humanidad, la salvación de las personas, la restitución de aquello que había sido
deteriorado, destruido, arruinado, corrompido. ¡Cristo es el Señor de la vida! Este
mismo Cristo, que viene a quedarse con nosotros, nos invita y nos participa de su
vida, de su amor, de su divinidad, de su Cuerpo, de su Sangre, de su sacrificio.
No somos nosotros los que nos arrimamos a Él; es Él quien viene a nosotros. ¡De
una vez por todas, entendámoslo bien: Dios tiene misericordia de nosotros! ¡Dios
nos manifiesta su amor! Recibiendo su Cuerpo y su Sangre, Él entra en nosotros y
es Él quien nos asimila. Nosotros asimilamos la comida y la convertimos en
nosotros mismos; cuando recibimos el Cuerpo Sagrado, a Cristo, somos asimilados
a Él. Y donde está Él está la vida, está la gracia, está el amor, está la liberación,
está la Vida Nueva.
Quien recurre a la Eucaristía , es capaz de renacer espiritualmente. Quien se
alimenta de la Eucaristía , es capaz de vencer el egoísmo, el individualismo, el
pecado, la no solidaridad, los celos, las envidias, las malas competencias. Quien
recibe a Cristo entra en la luz y se va alejando de la oscuridad. Quien recibe a
Cristo, lo llama y lo lleva a vivir en esa comunión con Él; y en esa comunión, con
todos nuestros hermanos.
Ninguno de nosotros puede atreverse a dividir el Cuerpo de Cristo. Ninguno de
nosotros puede atribuirse negar al otro, que también es parte de Cristo. Ninguno de
nosotros puede negar que Cristo murió por él, por aquel, por todos. Y si Cristo
murió por todos, ¿quiénes somos nosotros para negarle la liberación y la gracia de
Dios?
En este día hay que pedirle a Cristo Eucaristía, ya que el Señor quiere estar con
nosotros, que nos de fuerzas para que podamos estar con Él, para que nos
podamos quedar con Él, para que podamos vivir de Él. ¡Ahí está el sentido de toda
nuestra vida! El espíritu apostólico, el entusiasmo perdido, las tristezas y las
depresiones que muchas veces nos da la vida, el Señor es capaz de entrar vida y
sacar todo vestigio de muerte.
¡Muchas veces en nuestras comunidades, parroquias y capillas, quizás tenemos una
vida triste y opaca porque estamos vencidos por el cansancio, por las dificultades y
por tantos avatares que uno puede encontrar! Acerquémonos a la Eucaristía y el
Señor nos dará la fuerza.
Muchas veces nosotros, los sacerdotes, con tantas dificultades y con tantos
problemas que nos podemos encontrar en los demás y en nosotros mismos, quizás
a veces nos dejamos abatir porque, quizás, nos acostumbramos a Jesús en la
Eucaristía ; sin embargo el Señor, como es Dios y es el Señor, nos seguirá
sorprendiendo, seguirá creando en nosotros admiración, nos seguirá llamando a la
pura gracia, a la pura gratuidad, y nos llamará siempre a este Misterio que nos ha
conferido a través del sacerdocio ministerial para, con la Iglesia , hacer a Cristo,
dar a Cristo y recibir a Cristo.
¿Podemos pedir otra cosa más?
¿Podemos esperar otra cosa más?
¿Podemos buscar otra cosa distinta a ello?
¡El que tiene a Cristo en la Eucaristía tiene todo!
¡Y todo lo recibe!
¡Y todo está llamado a dar!
Los seminaristas, en este camino de aprendizaje, tendrán que darse cuenta que en
la Iglesia ellos tienen que seguir a Cristo en la Eucaristía ; el protagonista principal
seguirá siendo el Señor y si uno quiere estar más cerca de Él, tendrá que
desarrollar la capacidad de discípulo, que siempre tendrá que aprender del Maestro.
Y si es capaz de ser discípulo y aprender del Maestro, comenzará a ser testigo. Pero
si pierde la condición de discípulo, muy poca cosa podrá transmitir y enseñar.
A los queridos jóvenes que están aquí presentes, quiero que escuchen, con los ojos
y oídos de la fe, el llamado que el Señor les puede hacer y recuerden que, recibir a
Cristo, es la salvación para todos los hombres, para toda la humanidad. ¡Es lo más
importante que uno puede hacer! ¡Es lo más importante que uno puede recibir! ¡Es
lo más bello y hermoso que uno puede adorar y transmitir!
Nuestras comunidades apostólicas tienen que ser, cada vez más, comunidades
orantes; tienen que contemplar al Señor que está en la Eucaristía. No hay otro
misterio querido por el Señor que nos dio su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su
Divinidad.
A tanta gracia, ¡cómo no estar agradecidos!
A tanto regalo de Dios, ¡cómo no vivir en acción de gracias!
A tanto amor y humildad, ¡cómo no pretender hacer lo mismo!, ¡cómo poner
excusas para no vivir, no sólo como cristianos, sino fundamentalmente estar unidos
y vivir como Cristo!
Quien recibe a Cristo, Cristo mora y vive en él; y si nosotros no somos
transformados, no es porque Cristo no tenga fuerzas, es que no lo dejamos por
nuestra falta de fe, por nuestra falta de amor, por nuestra falta de humildad en
dejar obrar al Señor en nosotros. Si Él nos toca, no quedamos igual.
Querida Iglesia de Avellaneda Lanús, nosotros también somos el Cuerpo de Cristo
y queremos tener tu olor a Cristo; queremos estar revestidos de tus sentimientos
de Cristo; queremos vivir como una Iglesia nueva; queremos que pases por medio
de nosotros y que ninguno quede como antes; queremos renacer del Espíritu.
Señor, te pedimos que, en esta tarde, te quedes con nosotros y que nosotros no
quedemos igual que antes. Como la Virgen , que entendió la Palabra y la recibió,
también nosotros escuchemos “ la Palabra que se hace carne”, y que esa Carne
entre en nosotros para que nuestra carne y nuestra vida sea semejante a Cristo.
Que así sea .