D IOS P ADRE PREPARA EL MANJAR MÁS DELICIOSO Y SUBSTANCIOSO , LA CARNE
DE C ORDERO , EL CUERPO DE SU H IJO RESUCITADO
(Domingo XXVIII - TO – Ciclo A – 2008)
“Un rey organizó un banquete de bodas para su hijo (…) invitó a
muchos pero éstos lo despreciaron (…) invitó a otros en los cruces de los
caminos” (cfr. Mt 22, 1-14).
Todo en la parábola tiene un significado sobrenatural: el rey que
organiza una boda para su hijo es Dios Padre; los mensajeros que van a
llamar a los invitados son los ángeles y los profetas del Antiguo
Testamento; el banquete nupcial del hijo del rey es la Encarnación del Hijo
de Dios en el seno virgen de María Santísima y sus desposorios místicos con
la naturaleza humana; el traje de fiestas de bodas es la gracia divina.
Los cruces de los caminos, en los cuales los mensajeros llaman a los
invitados, son la historia humana y las situaciones existenciales de cada
uno, en los que Dios Padre nos invita al Banquete de su Hijo, la Santa Misa.
No se trata de un banquete cualquiera, ni de una invitación
cualquiera; quien asiste al Banquete del Padre, asiste al convite en el que el
Padre convida a los comensales con lo mejor que tiene: Cordero asado en el
fuego del Espíritu, Pan de Vida eterna y Vino de la Alianza Nueva y
definitiva.
Y también la fiesta, lo que se celebra en el Banquete es del todo
especial: se celebra el ser hijos de Dios por el bautismo, el ser imagen del
Hijo por la recepción de la Eucaristía; se celebra el participar de la misma
vida divina de Dios Trino, por el don del Espíritu Santo.
Despreciar por lo tanto, el banquete –como lo hacen los primeros
invitados- supone una gran ofensa para Dios, ya que Él mismo dispone lo
mejor que tiene para sus invitados, los hombres, y lo que dispone, lo que
sirve en el Banquete, es nada menos que el Cordero de Dios, el Cuerpo y la
Sangre de su Hijo resucitado.
Frente a esta invitación, también nosotros podemos hacer lo que
hicieron lo mismo que hicieron los primeros: aceptar o rechazar las
invitaciones a las bodas.
Es por eso que frente a la negativa de los primeros invitados, Dios
Padre envía a sus mensajeros para que inviten a cualquiera que encuentren
en los cruces de los caminos, lo cual significan los paganos, aquellos que no
pertenecían al Pueblo Elegido, y que es de donde venimos nosotros.
Hoy pasa lo mismo en el mundo católico que ayer en el fin del
Antiguo Testamento y en los albores del Nuevo: la asistencia a Misa es cada
vez menor; el porcentaje de quienes asisten al Banquete del Cordero cae
cada vez más, y no sólo quienes rechazan el convite son cada vez más
numerosos, sino que, lo que es peor, quienes ya participan de él, se retiran,
dejando desairado al Dueño del Banquete, Dios Padre.
Es decir, hoy se repite la misma situación que ayer, y aún peor: Dios
Padre prepara el manjar más delicioso y substancioso, la carne de Cordero,
el cuerpo de su Hijo resucitado, para celebrar la unión mística y nupcial
entre Jesucristo y la humanidad, y la humanidad, los hombres, prefieren
otras cosas, por considerarlas más importantes: el deporte, la política, el
poder, la diversión, la nada: cualquier cosa es mejor que la invitación de
Dios Padre.
Como muestra de que esta deserción es masiva: ¿no deberían estar
rebosantes nuestros templos católicos, a lo largo de todo el mundo, y sin
embargo, están cada vez más vacíos, y no sólo eso, sino que deben ser
cerrados, por ausencia de fieles tanto como de sacerdotes que celebren el
Santo Sacrificio del altar?
Ya que asistimos al Banquete de bodas de su Hijo, demos gracias por
la invitación, por ser invitados elegidos y escogidos, y salgamos a los cruces
de los caminos, salgamos al encuentro de nuestros hermanos, para que
también ellos participen y celebren las bodas de Jesús con la humanidad,
para que no queden fuera de las Bodas del Cordero con la humanidad.
Padre Álvaro Sánchez Rueda