Tiempo y Eternidad
______________________
José Manuel Otaolaurruchi, L.C.
La auténtica sabiduría
¡Cuánto me ha enseñado una señora moribunda a la cual he ido a administrar la unción de
enfermos! Pensaba acompañarla, consolarla, fortalecerla en su dolor y resultó todo lo
contrario. La encontré sobre su cama en paz y tranquila, me atrevo afirmar que se le veía
hasta satisfecha. Cuando le pregunté cómo se sentía, me dijo: −Siempre he agradecido a
Dios todas las cosas, las amables como las dolorosas, porque ha sido infinitamente
bondadoso conmigo. Como buen Padre, me eligió un tiempo y un hogar para nacer, me dio
una familia y unos hermanos que me supieron brindar mucho amor, me dio unas cualidades
como aliadas y también unos defectos como aliciente para superarme. Y ahora, ha
permitido esta enfermedad dolorosa que me está consumiendo−. Ella era consciente de que
había llegado al final de su vida y sólo aguardaba el desenlace con entereza y confianza.
Dios no quiso para ella una muerte repentina, sino que se fuera consumiendo lentamente,
como el cirio que regatea la última llama. Por eso estaba tranquila, porque aceptaba con
amor la voluntad de Dios. ¡No cabe duda que el saberse amado por Dios en cualquier
circunstancia es un don del cielo!
Este hecho me hizo recordar el evangelio de este domingo donde Jesús alaba al Padre
porque ha revelado los tesoros del cielo a la gente sencilla y se los ha escondido a los sabios
y entendidos del mundo: “Sí, Padre, porque así te ha parecido bien” (Mt 11,26). La actitud
de los que se rebelan contra Dios o contra su destino, como algunos le llaman, les hace
sufrir más porque olvidan que su vida le pertenece a Dios y no aprovechan el valor redentor
de su dolor. No logran ver estos momentos como un regalo, tal vez el último que habrán de
recibir en esta vida. El sufrimiento unido al sacrifico redentor de Cristo es purificador,
santificador y fuente de bendiciones.
La verdadera sabiduría cristiana no está en relación al acervo de conocimientos adquiridos,
sino con la experiencia que se tenga de la persona de Cristo, nuestro Dios y Redentor.
Tenemos como modelo a san Pablo, cuya fiesta acabamos de celebrar. Para él, el motivo
fundamental de su entrega estuvo en la certeza del amor de Cristo: “Vivo en la fe del Hijo
de Dios que me amó y se entregó por mi” (Gal. 2,20). Todo lo consideró basura en
comparación con el amor de Cristo. Supo librar el buen combate, corrió hasta la meta,
conservó su fe y gustoso aguardó el recibir el premio merecido por haber amado hasta el
final. Entre san Pablo y la señora moribunda, nos encontramos nosotros, personas sencillas
que también hemos recibido el don del amor de Cristo.
twitter.com/jmotaolaurruchi