Comentario al evangelio del Lunes 04 de Julio del 2011
“Y todos se burlaron de él”
El relato evangélico de hoy muestra a Jesús curando a dos mujeres. Sus historias tan distintas se cruzan ante el
poder curativo del Maestro. La primera de ellas era una joven de buena familia cuyo futuro se quiebra por una
muerte absurda en la plena flor de su vida. La otra, mayor y marginada por impura, pierde su salud a
borbotones a causa de una hemorragia incurable. Aparentemente entre ellas nada hay en común, salvo la
necesidad de ser rescatadas para la vida por alguien con poder de conseguirlo.
En ambos encuentros, Jesús evita el protagonismo. La iniciativa corresponde, en el caso de la joven a un gesto
atrevido de su padre, que mendiga la intervención del Maestro. La mujer mayor, por su parte, toma ella sola la
determinación de “hurtarle” a Jesús un milagro, llegando a violar algo muy sagrado para los judíos. Los flecos
del manto eran recuerdo de Dios y de su ley y tocarlos, estando impura, era un auténtico sacrilegio.
Contemplemos a Jesús para entender. Busquemos tras su conducta y sus palabras una luz que también nosotros
necesitamos. La historia de estas dos mujeres puede ser nuestra propia historia.
Jesús se deja alcanzar por ambas . Ni las excluye ni les pone dificultades. No les hace preguntas verificadoras.
No se fija en sus motivaciones. No pone ningún tipo de precio –económico o moral- a su inmediata
intervención. Es manso y gratuito. No mira las apariencias, sino que despide el olor inconfundible del amor.
Tampoco entiende de clases sociales o religiosas. Se conmueve ante el dolor y reacciona ante la enfermedad y
la muerte.
Dos gestos atrevidos aproximan hasta Jesús al padre de la joven y a la mujer sangrante. Son un poco
osados para llamar la atención de Jesús. Un miedoso o un narcisista jamás se atreverían a romper con su
imagen social, para ponerse al alcance de la bondad del Maestro. El padre de la chica se humilla. La mujer
enferma roza, con su gesto, el cinismo. En ambos casos, los dos exponen mucho en la búsqueda de la
salvación. Su fe es arrebato ilógico. No acción controlada y ponderada.
La reacción de Jesús da que pensar . No dice: “Yo soy el que te cura o te hace revivir”. Tan solo
pronuncia la extraña frase “tu fe te ha salvado” y toma a la niña dormida de la mano. Evita destacar la
autoría del milagro, para resaltar el valor de aquella fe capaz de lo imposible.
Qué podría llegar a mover nuestra fe si tuviese tan solo el tamaño de un granito de mostaza o menos? En lugar
de burlarnos con cinismo por la impotencia de nuestra fe ante la dura realidad del mal y de la muerte; al menos
deberíamos permitirle a Él tomarnos de la mano.
Vuestro buen amigo,
Juan Carlos cmf
Juan Carlos Martos, cmf