Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús - Ciclo A
Exégesis - R.P. José A. Marcone, IVE
El sentido de la devoción al Sagrado Corazón según Pio XII
La devoción al Sagrado Corazón de Jesús fue fuertemente combatida
en los siglos XVIII y XIX por el inmenso bien que estaba haciendo en
el mundo entero. Uno de los pretextos que ponían para combatirlo era
que el tener devoción al corazón físico de Jesús impedía llegar al
íntimo amor de Dios, porque detenía al alma nada más que en lo
sensible.
La expresión „corazón de Cristo‟ de refiere en primer lugar al corazón
físico de Jesús, corazón de carne que latió en su pecho y dio impulsos
a su cuerpo físico mientras vivía en la tierra y que aún ahora sigue
dando impulsos a su cuerpo físico resucitado y enaltecido a la derecha
del Padre. En este sentido el corazón de Cristo es objeto de devoción
en dos sentidos. Primero, en cuanto ese corazón estuvo
hipostáticamente unido al Verbo, como lo estuvo toda la humanidad
de Cristo. Segundo, en cuanto es un símbolo, signo, señal o huella de
otros dos amores de Cristo: el amor humano en cuanto virtud infusa y
el amor divino que en cuanto Verbo tenía a los hombres pecadores.
Y no sólo hay que decir que estos amores coexisten en Cristo, como si
estuvieran uno al lado del otro, sino que el amor sensible y el amor
humano se subordinan al amor divino; el amor humano infuso asume
el sensible y el amor divino asume ambos, como el Verbo asumió toda
la naturaleza humana, cuerpo y alma. “El fiel cristiano, venerando el
Corazón de Jesús, adora juntamente con la Iglesia la señal y como
huella de la caridad divina, la cual llegó a amar aun con el Corazón del
Verbo Encarnado al linaje humano, manchado con tantos crímenes”
(Pio XII, Haurietis Aquas , n. 58).
Como vemos, esta devoción al Corazón físico de Jesús como símbolo
del amor integral del Verbo Encarnado se basa absolutamente en la
verdad fundamental de la unión hipostática. Negar esto sería negar la
unidad de Persona en Cristo, no obstante la distinción e integridad de
las dos naturalezas.
“Ahora bien, asentada esta verdad principal, entendemos que el
Corazón de Jesús es el Corazón de la persona divina, esto es, del
Verbo Encarnado y que, por consiguiente, por él se representa y como
que se pone ante los ojos todo el amor con que nos estrechó en su
espíritu y aún ahora nos abraza” (Pio XII, Haurietis Aquas , n. 60).
“Por esta misma razón hay que dar tanta importancia al culto del
sacratísimo Corazón que se tenga, en la práctica, como la más
acabada profesión de la religión cristiana. Pues ésta es la religión de
Jesús, que se funda toda en el Mediador, hombre y Dios. De suerte
que no se puede llegar al Corazón de Dios sino por el Corazón de
Cristo, como Él mismo dice: „Yo soy el camino, la verdad y la vida.
Nadie llega al Padre sino por mi‟ (Jn.14,6).” (Pio XII, Haurietis Aquas ,
n. 60)
Por eso dice un autor espiritual: “El culto al Sagrado Corazón, más
que una práctica particular, es la práctica de la religión en su
totalidad, la religión considerada bajo su aspecto más luminoso y más
consolador. Es el cristianismo llevado a su unidad y considerado en la
base de todos sus dogmas y de toda su moral: el amor de Dios al
hombre y el amor del hombre a Dios. ¿Dónde, en efecto, se ha
manifestado en todo su esplendor el amor de Dios al hombre y el
amor del hombre a Dios, dónde se ha desplegado en todo su heroísmo
sino en el Corazón de Jesús?” (Ramiere, Les esperances de l’Eglise , p.
624).
“Siendo esto así, fácilmente deducimos que el culto del sacratísimo
Corazón de Jesús, por lo que a su misma naturaleza se refiere, es el
culto del amor con que Dios nos amó por medio de Jesús y, al mismo
tiempo, el ejercicio de nuestro amor respecto de Dios y de los demás
hombres.” (Pio XII, Haurietis Aquas , n. 60)
“O, para emplear otra expresión, tal culto al amor que Dios tiene
hacia nosotros es como el blanco, es decir, el objeto de la adoración,
de la acción de gracias y de la imitación, y se encamina, como a su
fin, a la consecución de la absoluta perfección de nuestro amor con
Dios y con los demás, cumpliendo cada día con más ardor el
encargo nuevo , que el divino Maestro dio a los Apóstoles como
sagrada herencia, diciendo: „Os doy un mandamiento nuevo: que os
améis unos a otros como yo os he amado... Éste es mi mandamiento:
que os améis unos a otros, como yo os he amado‟” (Pio XII, Haurietis
Aquas , n. 60)
Nuestra mejor respuesta al amor de Dios manifestado en el Corazón
de Jesús es poner todo nuestro empeño para alcanzar el amor, es
decir, alcanzar la gracia de amar de verdad a Cristo y alcanzar a
Cristo mismo con nuestro amor. San Ignacio de Loyola, en sus
Ejercicios Espirituales tiene una „Contemplación para alcanzar amor‟.
En ella propone recordar todos los beneficios que hemos recibido del
amor de Dios, resumidos en estos tres: creación, redención y dones
personales. La clave está en engendrar en nosotros un gran
agradecimiento por estos dones. El conocer y reconocer los beneficios
del amor de Dios están en proporción directa con el agradecimiento. Y
el agradecimiento está en proporción directa con el amor que yo
mostraré a Dios, y con el empeño en servirlo.
(R.P. José A. Marcone, I.V.E.)