Décimo Cuarto Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo A
Exégesis - P. Juan de Maldonado S.J
Comentario a Mateo, cap. 11, vv.25-29
25. En aquel tiempo. Después que los discípulos enviados a predicar
dieron la vuelta, como se nota en Lc 10, 21, por la alegría y jactancia
con que cuentan que al nombre de Cristo aun los demonios se les
sujetaban y todas las cosas les sucedían bien, toma Cristo ocasión
para decir lo que sigue, como nota el autor de la Obra imperfecta.
Respondiendo. Es hebraísmo, porque responder no solamente
significa contestar a los que interrogan o hablan, sino también
comenzar el discurso, como observa Eutimio, aunque no es autor
hebreo. No faltan algunos, sin embargo, que juzgan que el vocablo
tiene aquí su significación peculiar, pues responde a los apóstoles que
se glorían. Pero San Lucas pone después la respuesta de Cristo y la
distingue
lo
que
ahora
sigue.
Confieso. Gracias te doy, te alabo; y es otro hebraísmo, porque
confesar entre ellos significa lo que acabo de decir. A cada paso lo
vemos en los Salmos. Y es observación de Jerónimo, Crisóstomo,
Agustín,
Teofilacto
y
Eutimio.
A ti Padre, Señor del cielo y de la tierra. Ya notaron Atanasio y
Cirilo, contra los arrianos, que Cristo cuidadosamente puso la como
entre el Padre y el Señor, para que no pareciese que Dios era Padre y
también dueño suyo. No; el Padre se refiere sólo a Cristo, y
el Señor, al
cielo
y
a
la
tierra.
Porque escondiste estas cosas. ¿Cuáles? Los misterios del reino
celestial, que por la predicación suya propia y de los apóstoles
recibieron los pequeños y rechazaron los grandes.
A los sabios y prudentes y las revelaste a los pequeños. Algunos
entienden por sabios a los judíos, adornados con la ciencia de la Ley,
y por pequeños a los gentiles, que no entendían a Dios ni la Ley. Así
Teofilacto y el autor de la Obra imperfecta ; pero aún no se había
predicado el evangelio a los gentiles. Con más razón, el Crisóstomo,
Jerónimo, Eutimio y Beda llaman sabios a los escribas y fariseos y a
sus semejantes, y pequeños a los apóstoles. Aunque a mí, en verdad,
no me parece bien llamar pequeños a los apóstoles, sino a los que
de
Beda,
habían creído por la predicación de los apóstoles y de Cristo, pues se
trata, según nos informa Lucas, del fruto de su predicación. Llama a
los primeros sabios, no porque lo fuesen, sino porque lo debían ser, o
porque ellos se tenían por tales, como observa San Hilario; o porque
en realidad lo eran, aunque no en la ciencia del espíritu, sino en la de
la carne, como anota el Crisóstomo. Pues aquella sabiduría es
estulticia en la presencia de Dios y no está sujeta a la Ley de Dios.
Esta clase de sabios no creyeron. Considerad vuestra vocación,
hermanos, porque no hay entre vosotros muchos sabios según la
carne, muchos poderosos, muchos nobles. Por lo cual, si hay alguno
entre vosotros que le parece ser sabio, hágase necio para ser sabio (1
Co 1, 26; 3, 18). Pero a los que habían creído los llama niños,
infantes, que en la malicia lo eran, como dice San Pablo (1 Co 14,
20), y como niños recién nacidos (1 P 2, 2). Desconcertante puede
parecer que Cristo dé gracias al Padre por haber escondido el
Evangelio a los sabios, ni más ni menos como si se regocijase de su
condenación. Responde el Crisóstomo que Cristo no hace gracias
precisamente de haberle escondido a los sabios, sino de haberlo
mostrado a los pequeños, cuando aún a los sabios les era escondido.
Pero es cierto que se lo escondió. Nada de eso. No se puede decir que
lo escondiera, cuando envió a su Hijo para revelarles el Evangelio de
la misma manera que a los judíos a los demás. Ahora bien, se dice
que lo escondió porque lo retrajo de los que no querían recibirlo,
porque no quiso imponérselo por la fuerza ni darlo a los indignos,
según la opinión del Crisóstomo y de Teofilacto. En resolución, les
escondió el Padre el Evangelio, de la misma manera que el Hijo les
cegó: Yo he venido para juicio a este mundo, a fin de que los que no
ven vean y los que ven sean ciegos (Jn 9, 38).
26. Así es, Padre. Jerónimo interpreta esta exclamación como si
Cristo quisiera decir: Está muy bien, Padre; continúa haciéndolo como
hasta aquí. Otros traducen: Así es Padre, como se ha hecho, porque
así ha placido a tu voluntad, como si se diese otra razón de ello que la
santa voluntad de Dios, para que no se atribuya a otra cusa la eterna
condenación de aquellas almas. Error es éste en que se emperran con
tenacidad los herejes de nuestro tiempo. Pero ya expusimos en el
verso anterior la causa y la manera como Dios les escondió la salud.
Por lo tanto, mi explicación es la siguiente: así es Padre; y suple el
verbo te agradezco (de la anterior oración) que lo hagas de esta
manera; que cuando los sabios no quieren recibir el Evangelio, no te
desdeñes enseñarlo a los pequeños. Es costumbre de Cristo repetir en
una frase lo que acaba de decir, confirmarlo y remacharlo, como
cuando nosotros decimos: repito una y otra vez, etc. “Os mostraré a
quién debéis de temer. Temed al que, una vez que ha dado la muerte,
tiene poder para enviar al infierno. A éste os digo que temáis”.
Porque así fue tu agrado en tu presencia . Hebraísmo por así te ha
parecido
27. Todas las cosas me han sido entregadas. Cómo se une esto
con lo anterior, no se ve bien a primera vista. Muchos de los antiguos
creyeron que lo dice Cristo para que nadie dedujese de la acción de
gracias que acaba de dar al Padre que era menor que el Padre. Así
Hilario, Crisóstomo, Atanasio, Eutimio, Teofilacto. Yo creo que más
bien lo dijo para dar razón de lo que iba a añadir en seguida: Venid a
mí. Por lo tanto, no hay que juntarlo con lo precedente, sino con lo
siguiente.
Todas las cosas. Jerónimo y Beda entienden todos los hombres que
vienen al Padre, como en Jn 6, 39: Esta es la voluntad del Padre, que
me envió: que de todo lo que me dio nada pierda; y en 18, 9: de los
que me diste no he perdido ninguno. Pero Hilario y Eutimio afirman
que se refiere a lo que sólo sabe el Padre y pertenece a la divina
esencia, como en Jn 16, 15: todo lo que tiene el Padre, mío es. Y por
eso dije que tomará de lo mío. Ireneo y Tertuliano no entiende “todas
las cosas que fueron hechas por él”; el autor de la Obra
imperfecta, los tres reinos del cielo, de la tierra y de los infiernos; y el
Crisóstomo, la potestad de hacer milagros. Todas estas
interpretaciones son verdaderísimas, pero no vienen bien en este
lugar. Por lo cual yo prefiero decir que aluda aquí Jesucristo a su
potestad de gobernar y salvar a los hombres, conforme a lo que dice
más abajo (28, 18): se me ha dado potestad en el cielo y en la
tierra. Invita, pues, a los hombres que se lleguen a él porque tiene
poder para salvarlos : venid a mí todos los que trabajáis y estáis
cargado, que yo os aliviaré.
Podráse preguntar: ¿Cómo habla Cristo en este pasaje, como hombre
o como Dios? Teofilacto y, según parece, también Hilario y Eutimio
creen que habla como Dios, y que sólo significa que recibió de su
Padre todo con la naturaleza divina, como si el hijo hermoso dice de
su padre que también lo es, que de él recibió toda su hermosura, en
lo cual no significa que le sea inferior. No hay, pues, lugar a
argumento ninguno en favor del arrianismo en este pasaje, como
pretendían aquellos herejes, si hemos de creer a San Cirilo. El autor
de la Obra imperfecta dice que Cristo habla como hombre, lo cual es
más congruente con lo que nosotros acabamos de decir, ya que como
hombre es cabeza de los hombres. Aunque, a mi juicio, el texto del
autor citado ha sufrido una interpolación benigna para corregir su
herejía. Muchas veces he advertido que, en todos los lugares en que
se trata de la divinidad de Cristo, el texto de la Obra
imperfecta aparece
Y nadie conoce al Hijo sino el Padre. Hago mía la sentencia de
bien.
corrompido.
Crisóstomo, que afirma que este nadie se ha de entender de lo que
sigue: o aquel a quien quisiere el Padre revelarlo. 16,
17: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Juan, porque ni la carne ni la
sangre te lo han revelado, sino mi Padre que está en los cielos; y
nadie puede venir a mí si mi Padre, que me envió, no me lo
trajere (Jn 6, 44). De otra suerte, dicha palabra hubiese sido
superflua. Ahora se ve con claridad la causa, bien natural por cierto,
de que los escribas y fariseos no creyeran al Evangelio; nadie puede
conocer al Hijo si el Padre, que sólo lo conoce, no se lo revelar, ni
venir a él si el Padre no lo llevar. Y lleva sólo a los que quieren, no
lleva los que no quieren. Lo de que nadie conoce al Hijo sino el Padre,
ni al Padre sino el Hijo, se refiere no sólo a la naturaleza divina, sino
también a los designios del Padre y a los oficios del Hijo. Nadie conoce
los designios del Padre –cómo quiere salvar a los hombres-; sólo el
Hijo; y nadie conoce los oficios del Hijo –por qué causa le envió Dios
al mundo- sin el Padre. Este es el sentido más acomodado al punto de
que se trata: venid a mí todos los que estáis cansados, que yo os
aliviaré.
28. Qué trabajáis. Según el griego, que estáis cansados y agobiados.
¿Por qué? Por el peso de los pecados, dicen Crisóstomo, Jerónimo,
Agustín y Eutimio. Nos hemos fatigado en el camino de la
iniquidad (Sab 5, 7), dice el Sabio de los necios. Mis iniquidades
sobrepasaron mi cabeza, y como peso grave sobre mí (Sal 37, 5).
Otros creen que alude al grave peso de la Ley (Hilario y Teofilacto),
contraponiendo la Ley al Evangelio: mi yugo es suave y mi carga
ligera. Lo cual no me disgusta, como no se excluyan los pecados, a los
cuales hacía más intolerables la Ley, lejos de aliviarlos. Esto parece
que fue lo primero que pretendió Cristo.
Tomad mi yugo sobre vosotros. Esto es, el Evangelio, según Hilario
y
Y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón. Casi
todos los autores han interpretado estas palabras como si Cristo
invitara a los hombres con su ejemplo a ser manso y humildes, como
dicen el Crisóstomo y San Agustín, de quien es aquella célebre
explicación tan repetida por los predicadores: “Aprended de mí no a
hacer milagros ni a crear todas las cosas visibles e invisibles, sino a
ser mansos y humildes de corazón”. Muy verdad, pero no verdadera
traducción. Quiere probar Cristo que su yugo es suave y su carga
ligera, y para eso, a mi pobres sentir, que es el del autor de la Obra
imperfecta, aprended de mí, dice, esto es, tomando mi yugo,
aprended por experiencia que soy manso y humilde de corazón.
Invita, pues, a que se vaya a él, que no es ningún tirano, sin benigno
y manso Señor, y no quiere que se le crea por sola la palabra, sino
Beda.
por
experiencia.
39. Pues mi yugo es suave. Da al yugo el calificativo que
corresponde a sus propias costumbres, pues la palabra griega significa
bueno, suave, probo, benigno, que mejor se dice de las persona que
de las cosas; como si dijera: mi yugo no es el de un hombre cruel,
como suelen ser los de los reyes de este mundo, sino obligación
impuesta por suave, benigno y clemente padre.
Jerónimo en sus comentarios agita la cuestión sobre cómo puede
llamarse yugo suave y carga ligera al Evangelio, que parece mucho
más difícil que la antigua Ley. Por ejemplo, en la Ley se condena el
homicidio y en el Evangelio el insulto; en la Ley se prohíbe el
adulterio, en el Evangelio aun el mirar a una mujer con
concupiscencia. Respondo que por cuatro razones se llama el
Evangelio yugo suave. Primero, porque en el Evangelio no se dan más
preceptos para la salvación que los que enseña la misma naturaleza, y
se encierran en una sola palabra: “todo lo que queréis que os hagan a
vosotros los hombres, hacédselo vosotros a ellos”, como explica en
este lugar Hilario. En cambio, en la Ley de Moisés había una casi
infinita muchedumbre de preceptos que no se habían dado
precisamente para que se consiguiera la salud eterna, sino para
ejercitar con disciplina algo más severa a un pueblo rudo. Que es lo
que dijo San Pedro: ¿Por qué tentáis a Dios imponiendo a las cervices
de los discípulos una carga que ni nuestros padres ni nosotros
pudimos llevar? (Act 15, 10). Segunda, porque se quitaba aquella ley
durísima que amenazaba constantemente: ojo por ojo y diente por
diente. La Ley produce la ira (Rom 4, 15). Y el espíritu de la Ley era
de temor y de servidumbre. Rom 8, 15: no habéis recibido el espíritu
de servidumbre otra vez en temor, sino el espíritu de adopción de
hijos de Dios. El espíritu del Evangelio es espíritu de caridad, de
benignidad, de mansedumbre. Por lo cual, una vez que quisieron los
discípulos hacer bajar fuego del cielo para que consumiese a los
samaritanos que se negaron a recibir a Cristo, él les dijo: no sabéis de
qué espíritu sois (Lc 9, 55). La tercera, porque en la antigua Ley todas
las cosas se hacían a la fuerza, que convierte en gravísima las cosas
más ligeras, y en el Evangelio todo se hace por caridad y de voluntad,
y no hay cosa grave y difícil al que ama. Dice San Juan (1 Jn 5, 3-
4): esta es la caridad de Dios: que observemos sus mandatos; y sus
mandatos no son graves, porque todo lo que nace de Dios vence al
mundo, que es razón dada por Jerónimo. Y cuarto, porque la Ley
gravaba, pero no ayudaba, y en el Evangelio, a la vez que la carga, se
da el espíritu que ayude a nuestra debilidad, como responde San
Agustín.
( Juan de Maldonado , Comentarios a los Cuatro Evangelios, B.A.C.,
Madrid, 1950, p. 445-450. Todos los derechos reservados.)