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Domingo 25A TO
18 septiembre 2011
“Los últimos serán los primeros y los primeros los últimos” (Mt 20, 1-16)
(Diálogo sobre el Evangelio de hoy: Últimos)
(martodaj@gmail.com)
¿Sorpresas tiene la vida?
A veces las sorpresas son tan grandes que gritamos: “No es justo”. He aquí algunas:
<Un estudiante ha preparado a conciencia un trabajo durante toda una semana, y el
profesor le premia con un 20 (nota máxima en Venezuela). Pero su alegría se desvanece
cuando uno de sus compañeros, que ha dedicado sólo una hora al trabajo, recibe también otro
20. “No es justo”, piensa el primero.
< Un ejecutivo de una gran empresa no sólo recibía un sueldo millonario sino que
además la compañía le pagaba un apartamento, el colegio de los hijos, un carro y un avión
particular. Los pequeños inversionistas de aquella empresa se quejaban: “No es justo. Es un
robo”. ¡Tremendo escándalo financiero!>
Nuestra primera reacción ante muchas situaciones de la vida es gritar:
-“No es justo. ¡Vaya fraude!”. Y quizá llevemos razón. Vivimos en un mundo de
injusticias, y somos muy sensibles a ellas.
Pero veamos también sorpresas causadas por el amor inconmensurable de Dios:
-Jonás anuncia en Nínive su destrucción por ser pecadora. Nínive se arrepiente, hace
penitencia, y Dios la perdona. Y Jonás exclama: “No es justo!”.
-El hermano mayor del hijo pródigo, al ver la fiesta en honor de su hermano, grita
también: “No es justo!”.
Efectivamente, el amor y la bondad de Dios rompen todos nuestros esquemas rígidos
y egoístas, aunque nosotros los llamemos „justos‟, slo porque son nuestros. En la parábola
de hoy los obreros gritaron: “No es justo!”. Es realmente Dios injusto en este caso?
¿Qué dice la parábola?
El dueño de una viña sale temprano en la mañana, y contrata obreros por un denario al
día. Aunque tiene un mayordomo (v. 8), va él personalmente a la plaza. Durante el transcurso
del día vuelve cuatro veces a la plaza para contratar más obreros, prometiéndoles alguna
paga: a las 9:00 a.m., al medio día, a las 3:00 pm, y a las 5:00 pm.
La sorpresa viene a las seis de la tarde . El propietario manda a su administrador que a
todos se les pague lo mismo, es decir, un denario: lo correspondiente al sustento del día.
Y que les pague primero a los que llegaron los últimos. Y así se hace.
Cuando llega el turno de los que habían trabajado todo el día, ellos reciben también un
denario. Y se quejan: no pueden recibir lo mismo que los que trabajaron menos.
Y el dueño le responde a uno de ellos:
-Amigo, no le hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Tome lo
suyo y váyase. Quiero darle a este último igual que a usted. ¿Es que no tengo libertad para
hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O va usted a tener envidia porque yo sea bueno?
Parece que el señor de la viña se fija sobre todo en lo que necesitan los trabajadores .
Ellos necesitan aquel sustento diario, hayan trabajado mucho o poco. Los quiere tratar como
José Martínez de Toda, S.J.
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seres humanos, no como máquinas, a las que se les da lo mínimo justo para que me
funcionen.
Quizá los últimos trabajadores estuvieron todo el día esperando a ser contratados.
¿Qué es peor: un día de trabajo remunerado o un día sin sustento por estar desempleado?
¿Cuál es la Buena Noticia de esta parábola?
1.El dueño de la viña representa a Dios (Is 5,1-7). En el reino de Dios las bendiciones
y recompensas se reciben por la bondad y el amor de Dios , y no según el mérito o el tiempo
de servicio.
Los trabajadores mañaneros no comprenden la generosidad de semejante patrón.
Están acostumbrados a los tiburones del mundo real, que explotan y ni dan lo que
merece el trabajador.
2.El dueño no se cansa de buscar trabajadores necesitados.
Dios viene a buscarme. Tiene un plan para mí. Como diría Sta. Teresa:
-“ Vuestra soy, para vos nací, ¿qué mandáis hacer de mí?
3.Y así los últimos se convierten en primeros por la bondad de Dios; y los primeros
se convierten en los últimos por su ambición.
Los trabajadores que reciben ayuda especial del dueño son los más pobres, los más
necesitados, quizá los que tienen menos ganas de trabajar, los pecadores, los empobrecidos.
La sorpresa viene, porque no conocemos a Dios ni el Reino de Dios.
¿Cómo funciona el Reino de Dios?
Es muy distinto de cómo funciona nuestro mundo.
Los trabajadores de la viña son miembros de esta sociedad despiadada. En ella valen
por lo que pueden aportar. Son individuos aislados sin relación entre sí, donde cada uno se
preocupa sólo de sí. Para ellos el trabajo es un asunto comercial y de negocio. Se basa en el
contrato: un día de trabajo por un denario.
Nuestro mundo se caracteriza por la rivalidad, la competición. Los que mejor lo pasan
son los más fuertes.
Pero en la parábola los últimos no hacen contrato. Se fían del dueo, hay confianza…
como en una familia. Así es el Reino de Dios: como una gran familia.
Para Papá-Dios somos una familia, la gran familia de Dios.
Y para una familia lo más importante es que cada miembro tenga su sustento cada día,
trabaje o estudie mucho o poco.
La familia se caracteriza por la cooperación y la solidaridad, antes que por la
competición.
Los trabajadores de la viña se quejan, y en cambio no se quejan los hermanos en una
familia campesina.
En una familia campesina al hijo mayor se le exige que trabaje más que al niño
pequeño. El hijo mayor está de madrugada en el campo con su papá sin desayunar, mientras
que los niños duermen aún, y al despertarse tomarán su gran desayuno.
Y si los niños mayorcitos irán al campo a trabajar, su rendimiento será menor.
Y al cenar, ninguno exigirá una mejor ración porque trabajó más.
Armando Revern decía: “No pinto para vender”. No quería ser una máquina de
producir dinero. No se puede valorar una obra de arte solamente por lo que cuesta. Así se
deforma el arte.