LA COSECHA ES EL FRUTO DE LA SIEMBRA
(DOMINGO XV. T.O. Ciclo A)
10 julio 2005
"Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a él tanta gente
que tuvo que subirse a una barca; se sentó y la gente se quedó de pie en la orilla.
Les habló mucho rato en parábolas: Salió el sembrador a sembrar..." (Mt 13,1-23)
Entre siembra y recolección se nos expone el contenido de la parábola del
sembrador. Y esto, de un modo progresivo, desde una cosecha inexistente (porque
se pierden todos los granos de la semilla) hasta desembocar en un fruto
abundantísimo, en porcentajes asombradores.
La pregunta que podemos hacernos es: ¿Dónde pone Jesús el acento, en la cosecha
o en la siembra? Parece claro que no se centra sólo (por supuesto, no lo hace de
manera exclusiva) en el aspecto escatológico. Porque subraya las condiciones
(difíciles, lentas) de la siembra.
Los autores, además, profundizan la interpretación de esta parábola relacionándola
con el momento en que Jesús la pronuncia: cuando se encuentra rechazado y
fracasado. Estas dificultades nos descubren que la semilla es el mensaje de Jesús
(el mismo Jesús).
Desde ahí, es fácil aplicar la parábola tratando de descubrir la actitud de cada uno
de nosotros ante Jesús de Nazaret. ¿Cómo acogemos su palabra? ¿Cómo lo acogeos
a Él? ¿Con qué dificultades nos encontramos en nuestra propia vida para
convertirnos ante su invitación?
En definitiva, y como telón de fondo, tenemos siempre la "cosecha", el final. Pero
todo tiene que pasar por la "siembra", el presente. Ese es el sentido de la historia,
que se carga de contenido con nuestra actitud de fe, y que desemboca en el futuro,
después de haber ido adelantándolo en el presente. No nos aliena nuestra fe,
aunque nos haga poner toda nuestra esperanza en Dios. No nos aparta nuestra fe
de las tareas humanas, a pesar de hacernos caminar en esperanza. Porque el Reino
de Dios ha comenzado ya. Y, aunque no sea de este mundo, se implanta en este
mundo, donde irá creciendo hasta que alcance su madurez. Por eso, tener
esperanza (mirar al futuro con la certeza de que en él está la consumación) no nos
ahorra el esfuerzo por mejorar este mundo.
En el mismo momento en que el cristiano renunciara a su compromiso por mejorar
el mundo presente, estaría renunciando a la vida eterna. Porque se estaría negando
a recorrer el camino que lleva desde "aquí" hasta "allí". Ojalá y nuestro compromiso
produzca el treinta, el sesenta o el ciento por uno, en este mundo, a través del cual
hemos de llegar al futuro.
Miguel Esparza Fernández