Tiempo y Eternidad
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José Manuel Otaolaurruchi, L.C.
La ignorancia de la fe
Con la desesperación con la que un náufrago se aferra a su tabla en medio del mar, del
mismo modo se apega la gente a sus creencias cuando no conoce su fe. La falta de un
estudio amplio y sistemático lleva a tomar posturas radicales, fundamentalistas, con
respecto al esplendor de la verdad que nace del conocimiento de lo propio y del saber
valorar lo ajeno. La disparidad estimula el saber, no la confrontación.
Este domingo la liturgia nos presenta la parábola del sembrador. En ella vemos expresada
de manera sencilla, la necesidad que tenemos de profundizar en el conocimiento de Dios
con seriedad. Para ello, Jesús se vale de las lecciones que le ofrece la naturaleza. Nos
muestra cómo se siembra una semilla y las condiciones para que se desarrolle y llegue a
producir fruto. La simiente, la tierra y el clima deben ser propicios, de lo contrario es
imposible que haya fruto. ¿Puede acaso crecer un enorme ciprés si no se riega o cultivar un
jardín de orquídeas en el desierto? La fe tiene que ser cultivada a través del estudio y de la
oración.
Es triste constatar que muchos católicos se quedan únicamente con un barniz de catequesis
que les deja la primera comunión. Los más juiciosos alcanzan la confirmación y no será
sino hasta las gradas del altar que otra vez se aparezcan por la Iglesia. Del resto viven de lo
que buenamente van captando en las homilías cuando van a misa los domingos.
Sin formación suceden dos cosas: por un lado se está más expuesto a los peligros de perder
la fe o por lo menos de quedar confundido frente a tantas teorías que se escuchan. Tampoco
faltan nuevos profetas que prometen dicha, éxito y felicidad. La ignorancia conduce a la
cómoda postura sincretista de quien piensa que todas las religiones son iguales y que allá
arriba debe haber un Zeus igual para todos. En el supermercado de las religiones
seguramente que se halla una a tu medida, pero de inmediato sentimos la misma inquietud
de Simón Pedro: “Señor, ¿a quién iremos? Tú sólo tienes palabras de vida eterna” (Jn.
6,68).
Me parece admirable el ejemplo de los últimos Papas que han estado totalmente abiertos la
diálogo inter religioso en sintonía con las directrices del Concilio Vaticano II en su
declaración, Nostra Aetate, sobre la relación de la Iglesia con las religiones no cristinas; o
el decreto Unitatis Redintegratio, sobre el ecumenismo. El Papa Benedicto XVI sigue
construyendo puentes de unión con el Islam, con las Iglesias Ortodoxas y con el mundo
actual mostrando la vía del respeto y del diálogo inteligente como clima propicio. La
ignorancia de la fe restringe el alma, el esplendor de la verdad la libera.
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