XVI Domingo del Tiempo Ordinario A
Pautas para la homilias
"Dejadlos crecer juntos"
¿Por qué existe el mal en el mundo?
Es el dilema que persigue al ser humano desde sus orígenes. Ese que ha
atravesado cada uno de los tramos de su Historia. Los medios de comunicación, día
a día, en directo, nos meten en las guerras más crueles, en las casas de las
mujeres asesinadas o en las cárceles donde se ejecuta violentamente a los presos.
No parece haber una respuesta sensata ante un problema que no desaparece sino
que se arrastra por los siglos. La filosofía, la psiquiatría, la sociología y hasta las
religiones ofrecen respuestas. También el evangelio de hoy aporta la suya: el mal
es inevitable, forma parte de lo humano, de la fragilidad de la tierra donde se echa
la semilla, o del corazón del enemigo que siembra en la noche. Es evidente que
está ahí. No es una maldición de los dioses, ni tampoco un castigo que jamás pueda
levantarse. El mal tiene su origen en la fragilidad humana.
¿Quién siembra el mal?
La Historia sagrada pone su origen en el principio, en la oscuridad, entre los seres
más débiles. El texto del evangelio de hoy lo coloca en la noche, personalizado en
un “enemigo” sin nombre ni rostro, cuando todo está a oscuras. Todos sembramos
el mal: este es el punto de partida. Aunque no seamos criminales, defraudadores o
asesinos, somos cómplices de él. Y si no, basta con analizar nuestras reacciones en
momentos de violencia o tensión. Muchas veces, sin querer, hemos sido enemigos y
nos hemos creado rivales. Otras, hemos levantado –tal vez por confusión- barreras
y odios, buscando sencillamente lo bueno. El mal forma parte de la oscuridad que
rodea nuestra vida y la vida del mundo, de la oscuridad de no hablar claro, de no
tener claros los sentimientos…
¿Cuál es la solución para erradicar el mal?
La Historia no ha dado con una que satisfaga a todos. Lo más serio que ha
inventado ha sido la justicia, “dar a cada uno lo suyo”, que no es la solucin
definitiva. ¿Quién no recuerda aquella película clásica de “Pena de muerte” en que
las familias de los asesinados no se sentían satisfechas ni reparadas, tras aniquilar
al asesino la propia justicia? Tampoco las cárceles logran acabar con los delitos, ni
restauran a los criminales; antes bien los envuelven en un círculo de maldad del
que difícilmente pueden salir, y nos contagian el miedo, al mal y al malvado… La
justicia humana se basa en la venganza. El evangelio propone otra alternativa:
aprender a convivir con él. Detrás de cada acción existe un actor, y detrás de cada
delito un hermano. Que no es muy diferente a mí, o que quizás no haya tenido mis
oportunidades. ¡No son tan claros a veces los papeles de víctima y culpable!
La respuesta cristiana al mal y al malvado es la de misericordia. “Dejadlos crecer
juntos” es lo que indica el dueo del trigo a la cizaa que nace en la tierra. No es
tan fácil para el agricultor distinguir entre ambas cuando son pequeñas plantas,
dado su parecido. El riesgo de acabar con la cizaña por medio del fuego, o de las
grandes guerras, o de la violencia, es que no se calcula el mal y el dolor que pueda
venir con él. ¡El perdón no tiene efectos secundarios negativos! Sana al que lo
recibe y dignifica al que lo entrega…
La venganza no pertenece a la humanidad
No forma parte de los designios de Dios para el mundo ni para los hombres. Al
contrario: la persigue para acabar con ella. El mayor dolor de Caín fue ser
perdonado. Quizás la gran novedad de Cristo fue introducir una alternativa al
conflicto, y hacerlo desde los planes de Dios. El perdón redime y engrandece al que
lo ofrece. Construye una sociedad de personas reparadas, hermanas. Adelanta el
Reino. Cada día, en el padrenuestro, pedimos el perdón a Dios condicionado por
nuestro perdón a los hermanos. Lo cristiano es perdonar, porque dignifica, porque
nos hace semejantes a nuestro Dios. Aunque suponga un esfuerzo constante, una
actitud de exigencia, un ir “contra corriente”…
Dios es grande no porque juzgue, sino porque perdona
De eso habla la primera lectura. El poder de Dios se traduce en su justicia. ¡Sólo
podían juzgar los poderosos, los que tenían autoridad para ello! Y la justicia de Dios
no es venganza: “juzga con moderacin”, “gobierna con gran indulgencia”, “da
lugar al arrepentimiento”. Existe una pedagogía en el juicio de Dios que requiere en
nosotros un aprendizaje para nuestros juicios humanos. El poder no lo tiene el
violento o el que amenaza, sino el misericordioso, el que perdona y se compadece.
De este modo podríamos analizar nuestras actitudes y las de quienes en esta tierra
nuestra ostentan cualquier tipo de poder…
El Espíritu engrandece y dignifica nuestra debilidad
Si el mal está en el origen de lo humano, en la debilidad con la que estamos
marcados. Si perdonar es superar el mal, “convivir con él” en misericordia. Si se
requiere una exigente pedagogía para acabar con el mal por medio del perdn…
Entonces es que Dios tiene que poner de su parte. Eso es lo que añade la segunda
lectura a lo que venimos diciendo. El Espíritu de Dios hace posible que el corazón
humano se haga fuerte en el amor, en la tolerancia, en la compasión y la
misericordia. En cada Eucaristía volvemos a pedirlo y a disponernos para recibirlo…
Las parábolas del Reino: el poder está en lo pequeño
En los pequeos gestos, en los pequeos “perdones” que ofrecemos. En el hecho de
“sembrar” lo desapercibido, como la semilla de mostaza, en la que nadie confía, ni
ve a largo plazo. En el hecho de “estar” en medio de la masa, allí donde se cuece el
presente y el futuro, como la levadura de la parábola. En lo pequeño y constante.
En medio de la vida diaria.
Fr. Javier Garzón Garzón
Convento de Scala Coeli (Córdoba)