XVI DOMINGO ORDINARIO, Ciclo A
(Sabiduría 12:13.16-19; Romanos 8:26-27; Mateo 13:24-30)
Busca el Libro de la Sabiduría en la Biblia. Si tu Biblia es de un hotel, a lo mejor no
vas a encontrarlo. Pues, el Libro de la Sabiduría es una de las siete escrituras que
no se encuentran en la “Biblia Protestante”. Sin embargo, se refiere mucho al Libro
de la Sabiduría en la vida católica. De hecho, es la octava escritura del Antiguo
Testamento más leída en la misa dominical. Se toma la primera lectura hoy del
Libro de la Sabiduría.
No se llama el libro “de la Sabiduría” porque fue escrito por Salomn, el rey sabio
de Israel. Aunque a veces se extiende el título a “La Sabiduría de Salomn”, fue
escrito en otro tiempo, en otro lugar, y en otro idioma que conoció el famoso rey.
No, se llama el libro así porque trata de la sabiduría; eso es, cómo vivir en una
manera justa. Algo nuevo de este libro es la afirmación que los hombres
experimentarán la inmortalidad como regalo de Dios si viven justamente.
El pasaje hoy se dirige a Dios en forma de oración. El autor, quienquiera sea,
reconoce a Dios como ambos misericordioso y poderoso. De hecho, dice que Dios
es misericordioso porque es todopoderoso. Como un rico puede donar grandes
cantidades de plata a los pobres porque tiene mucha en reserva, Dios muestra la
compasión porque no tiene que temer que el beneficiario vuelva a dañarle. Y Dios
no ayuda sólo a quien le dé la gana. Más bien, es bondadoso con todos porque su
naturaleza es la bondad.
A veces nos exaspera la bondad de Dios. Preguntamos: “¿Por qué no aniquila a los
narcotraficantes aterrorizando la frontera nortea de México?” o, más cerca de
casa, “¿Por cuánto tiempo tenemos que ver a nuestros hijos vacilando?” La
respuesta que hace el más sentido, aunque no nos quita totalmente la inquietud, es
que Dios les muestra la paciencia a todas sus criaturas para que se arrepientan de
sus maldades.
No sólo Dios tiene paciencia con los hombres, sino quiere que seamos así también
nosotros. Dice el Libro de Sabiduría: “El justo debe ser humano”; eso es, que no
dejemos a nadie como perdido. Al menos tenemos que rezar por aquellos que no
viven como Dios manda. Una madre dijo que había ayudado a su hijo drogadicto
con algún dinerito cuando todo el mundo decía que era desesperado. Por su
indulgencia – siguió ella - el hombre comenzó a recuperar el equilibrio. Otro
ejemplo es una mujer que sigue telefoneando a su madre viuda aunque la mayor
muchas veces no le contesta. La hija sabe que su madre tiene sus propias
idiosincrasias y que le satisface sólo escuchar la voz de ella en el contestador
diciéndole que le ama.
No debe ser sorpresa que Jesús, la misericordia de Dios encarnada, también nos
pide la paciencia. Nos da la parábola del trigo y la cizaña para advertirnos que
nadie sabe quién volverá justo y quién no. Nuestra tarea es ayudar a todos para
que se salven tantos como posible. Ciertamente Jesús nunca le dio la espalda a
nadie sino enseñó, curó y, últimamente, entregó su vida por tanto los ricos como
los pobres, por tanto los eruditos como los analfabetos, por tanto los caprichosos
como los ingenuos.
“Las almas de los justos están en las manos de Dios”, dice el Libro de la Sabiduría.
Eso es, aquellos que tratan a todos como humanos no van a ser aniquilados en la
muerte. Más bien, van a conocer la misericordia de Dios. Van a conocer a Jesús, el
justo.
Padre Carmelo Mele, O.P