NO PAN PARA HOY Y HAMBRE PARA MAÑANA
DOMINGO 18º PER ANNUM
3 de Agosto de 2.008
Al desembarcar, vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos. Como se hizo tarde,
se acercaron los discípulos a decirle: Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la
multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer.
Jesús les replicó: No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer. Ellos le replicaron: Si
aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces. Les dijo: Traédmelos.
Mandó a la gente que se recostara en la hierba y, tomando los cinco panes y los dos peces,
alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los
discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce
cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños. Mateo
14, 13-21.
Son muchas las hambres que el hombre tiene. Muchas, las carencias que la humanidad sufre.
El mismo hombre, no obstante, hace todo lo posible para llenar sus vacíos. La sociedad del
bienestar y del consumo es una prueba de ello. Tenemos mejores sueldos, disponemos de
pensiones seguras, no comemos por engordar, no nos falta ni Ave ni avión, adquirimos joyas
deslumbrantes, cambiamos fácilmente de coche, hacemos bodas de postín, “disfrutamos” de
mejores tumbas y mausoleos...
Y, a pesar de todo, siguen siendo muchas las hambres, es mucha el hambre del hombre.
Porque el hombre es radicalmente hambre demás y del Más, y conato constante de
satisfacerla. Por muchas cosas que eche el hombre al saco insaciable de sus apetencias, un
hambre llama a otra hambre convirtiendo a nuestro pobre hambriento en un “ansias”
progresivo, en una “agonías” impenitente. Lo malo es cuando no damos con el “chollo” de
nuestra hambre insaciable y reducimos nuestra boca siempre mayor a las pequeñas
dimensiones de las cosas inmediatas, cargando una y mil veces de los primeros platos de la
vida y perdiendo el apetito de los postres transcendentes y festivos.
Pero el hambre más profunda y radical que el hombre sufre y goza es el hambre que le
despierta Dios, el hambre que le enciende Cristo, nuestro Pan estimulante y multiplicado. En la
satisfacción de esa hambre el hombre consigue su más satisfactoria satisfacción, su más
plenificante realidad. En llenar el propio vacío de la vida y vitalidad de Cristo consiste la
conversión de los pocos peces y pocos panes que es cada criatura en banquete fraternal y en
donación de sí mismo. Es entonces cuando los hombres, saciados de Dios y de hermanos,
saturan su existencia de actitudes y comportamientos oblativos, convirtiéndose por doquier en
don y perdón permanentes y generosos. Conscientes de que recibieron de balde el trigo, el
vino y la leche, agradecidos porque pudieron acudir al agua sin dinero y sin pagar, provocan de
nuevo nuevas y admirables multiplicaciones de todo y para todos.
Era el Hombre convertido en Pan, que había liberado a sus hermanos de la hambruna mortal a
que llegan quienes gastan dinero en lo que no alimenta y emplean su salario en lo que no da
hartura.
Juan Sánchez Trujillo