¿DÓNDE ESTÁ EL SEÑOR?
(DOMINGO XIX. T.O. Ciclo A)
11 agosto 2002
Por los motivos que sean, y siempre por la gracia del mismo Dios, hay veces que
experimentamos deseos sinceros de encontrarnos con Él. Queremos descubrirlo,
conocerlo un poco más y mejor, acomodar nuestra vida a su voluntad... Y lo
buscamos. No siempre logramos nuestro propósito. Y, en muchas ocasiones,
nuestra pregunta es: ¿Dónde se revela Dios? Es decir, ¿dónde puedo encontrarme
con Él?
Las lecturas de la celebración litúrgica de este domingo nos hablan de ello. Por
supuesto, no siempre ni habitualmente se nos manifiesta Dios en los grandes
acontecimientos. Así lo vemos en la primera lectura (1 Reyes 19,9.11-13): Elías
aguardaba a que el Señor se le manifestara en el viento huracanado. Y no fue así.
En el terremoto. Y tampoco. En el fuego. Pero allí no estaba el Señor. Y sólo cuando
prestó atención al susurro del viento descubrió la presencia del Señor. Así, pues, en
lo imperceptible, en lo insignificante, en lo que tantas veces nos pasa
desapercibido. En definitiva, en aquello que constituye el noventa por ciento de
nuestra vida. ¿Cómo puede llamarse eso? ¿Marido, esposa, hijos, padres, vecinos,
compañero de trabajo...? ¿Tareas de la casa, dedicación profesional, amabilidad con
todos...? Sin duda. En contra de lo que generalmente pensamos todos, pues nos
parece que a Dios hay que descubrirlo en acontecimientos que se salen de lo
ordinario, en sucesos que tienen que ver con lo milagroso... Y, por eso, buscamos
encontrarnos hasta con apariciones o signos que nos parecerían irrefutables. La
frase que se repite en la primera lectura es: "no estaba el Señor". ¿Por qué no
buscas más cerca?
Tampoco está el Señor en la calma y en la tranquilidad, entendidas como ausencia
de esfuerzo y de inseguridad, o como sinónimo de bienestar y de felicidad. Es lo
que nosotros creemos y vivimos: cuando las cosas nos van bien y no se nos
complica nada, entonces, fácilmente, aceptamos al Señor en nuestra vida, y hasta
pensamos (y lo decimos) que es bueno con nosotros. ¿Y cuando se tuercen las
cosas? ¿Y cuando se nos oscurece el horizonte? Nos parece que Él nos ha
abandonado. Pues, en el Evangelio de hoy (Mt 14,22-33), se nos deja claro que al
Señor lo podemos encontrar, y con más fuerza que en otros "sitios", en medio de la
noche y de la dificultad. ¿Quién ha dicho que el sufrimiento, el esfuerzo, la
dificultad... siempre son perjudiciales? Ni mucho menos. Bien entendidos y vividos,
nos brindan la oportunidad de poner en juego actitudes que, de otro modo, no
seríamos capaces de sacar a flote en nosotros mismos. En esa situaciones,
descubrimos, en primer lugar, nuestra propia limitación. Y, desde ahí, salimos al
encuentro de la ayuda que no tenemos en nosotros. Eso solo ya sería suficiente
beneficio. Pero, además, habiendo pasado por esas circunstancias, nos hacemos
mucho más comprensivos, abiertos y solidarios para con los demás. Ahí, sin duda,
maduramos como personas.
Hoy, se nos invita a abrazarnos con las circunstancias de nuestra vida. Y, en ellas,
pequeñas o grandes, sencillas o fáciles, descubrir la presencia del Señor.
Miguel Esparza Fernández