Navidad - B
Evangelio de la Misa: Luc 2,1-14 En la cueva de Belén
Tres misas, con sus respectivas oraciones y lecturas propias, contiene el
Misal para esta fiesta. Por ellas discurren los diversos textos bíblicos del Antiguo
y Nuevo Testamento, que aluden o describen lo sucedido en Belén de Judá.
En la Misa de medianoche (“misa del gallo” en leguaje popular) se lee el
edicto del emperador Cesar Augusto convocando al empadronamiento de todos
los ciudadanos en su lugar de nacimiento. Y se relata el viaje de José a Belén y
el nacimiento de Jesús en el pesebre. También se recuerda a los pastores, que,
avisados por un ángel, adoran al Niño Dios.
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¡Qué agradecidos debemos estar al evangelista San Lucas, que nos relata
este acontecimiento histórico, tan trascendental para la humanidad!
Señor, quiero acompañarte al lado de María y de José,
como un criado fiel y solícito, para aprender de ellos
y disfrutar de la paz y de la santidad que se respira en la gruta de Belén.
Ellos no protestaron, ni se opusieron al edicto imperial.
Aceptaron la orden poniéndose en camino. Con gran fe en tu amor providencial,
y desbordado una enorme paz interior, les veo tranquilos y felices.
Percibo la confianza que tienen en tus palabras.
¡Cuánto tengo que aprender yo en mi vida, que con tanta frecuencia me quejo,
protesto y sufro tontamente por no tener más sentido sobrenatural
en mi trabajo, en mis cruces de cada día, y lo mismo en mis alegrías,
que no pasan de ser puramente humanas, placenteras y egoístas!
Tuvieron que recibir desplantes, incluso desprecios de familiares y conocidos.
Pero de nadie protestaron, a nadie criticaron. Su corazón estaba centrado
en algo más importante y trascendente, que esas pequeñeces humanas.
¡Qué alegría, Señor, el momento del parto!
No importaba el lugar, la pobreza, el abandono de la gente.
Se les notaba repletos de amor entre ellos, pues les unías Tu, Señor.
Te acogieron como un niño y te adoraron como un Dios.
Te parieron como un hombre y nos lo ofrecieron como el Salvador.
Como ellos, Señor, quiero celebrar tu nacimiento, y con ellos quiero disfrutar
de tu humanidad encantadora y agradecerte la filiación divina que me regalas.
Pero siempre la lado y con el cariño de María y de José.
También quiero acompañar a los pastores, que te visitaron y te obsequiaron
con lo mejor que tenían, su corazón, pero será en otro rato de oración.
¡Gracias, Señor, por haberte hecho hombre,
para que yo pueda vivir como un hijo de Dios!
Padre Segismundo Fernandez Rodríguez