VI Domingo Ordinario - B
En el Evangelio se lee cómo Jesús cura a un leproso. Se trataba de una
enfermedad bastante frecuente en tiempos de Jesús, que suponía a los enfermos
vivir alejados de los poblados por el peligro de contagio, y de repugnancia para
muchos, que a su vez los consideraban castigados por Dios, y por tanto
merecedores del desprecio de los sanos. En este ambiente, y con estas ideas,
destaca Jesucristo por su actitud de brazos abiertos para todos, de servicio y
ayuda a todos los enfermos, pues todos son hijos de Dios, que merecen ayuda
material y espiritual.
________________________________________________________________
_______
Señor, Jesús, que abres los brazos para acoger a todos,
y ayudar a quien lo necesite, sanos y enfermos, ricos y pobres.
¡Todos somos hijos de Dios, y hemos de vivir como hermanos!
Gracias por tu ejemplo de libertad y servicio a todos,
sin importarte las costumbres ni las modas, los prejuicios ni las críticas.
Ayúdame, Señor, a hacer realidad en mi vida privada,
y ante los demás, en mis relaciones sociales y en mis deberes profesionales,
la verdadera libertad de los hijos de Dios.
¡Cuánto me cuesta ser valiente, sincero, generoso,
en algunos ambientes y ante determinadas personas!
También me admira, Señor, el leproso, que de rodillas te suplica:
“Si quieres, puedes limpiarme”. ¡Cmo no iba a enternecer tu corazn
esa humildad, confianza y valentía del leproso!
Tu respuesta no podía ser otra: “Quiero, queda limpio”.
Deseo aprender también de este enfermo esas virtudes tan necesarias
para caminar hacia la santidad: sinceridad para reconocer mis males,
debilidades y pecados; la humildad para aceptarlos y manifestarlos;
la confianza para buscar el remedio y el perdón; y la valentía
y coraje -humano y sobrenatural- para examinarme,
rezar, pedir perdón y confesarme con frecuencia.
Ahora, Señor, es la lepra espiritual del pecado, la que atenaza
a muchas personas, y corroe también muchas conciencias cristianas.
Abunda el pecado mortal en muchos campos de la vida familiar, social
y económica, y nos dominan los pecados veniales, pues muchas veces
no los valoramos, y por tanto no los confesamos,
por lo que caemos fácilmente en pecados mortales.
Y ¡qué decir de esa lepra del alma más sutil, y aparentemente insignificante,
que afea el alma y emponzoña la conciencia, que es la tibieza,
o instalación en la mediocridad, en la bondad a medias, en no ser malos
pero tampoco buenos, en la superficialidad, pereza y subjetivismo egoísta!
Como el leproso del Evangelio quiero rezarte
cada noche, y muchas veces; “Seor, si quieres, puedes limpiarme”.
Evangelio de la Misa: Mc 1,40-45 La lepra del alma
Padre Segismundo Fernandez Rodríguez