XI Domingo Ordinario - B
Evangelio de la Misa: Mc 3,26-34 ¿Semilla insignificante?
El Evangelio de hoy pertenece al capítulo cuarto de san Marcos que recoge
las parábolas del Reino, como san Mateo lo hace en el capítulo trece, aunque
más extensamente; y San Lucas en 8,4-18. Los tres evangelistas sinópticos
destacan estas parábolas, pues seguramente Jesucristo las utilizaría con
frecuencia. La más conocida es la parábola del sembrador y la semilla que crece
en diversos terrenos y en consecuencia el fruto es muy dispar. Con esta misma
imagen de la siembra y el sembrador está la parábola de la semilla que una vez
arrojada en el campo va creciendo con normalidad hasta que llega la hora de la
siega, y también la parábola del grano de mostaza, que aunque muy pequeña, al
crecer se hace un árbol frondoso que acoge a los pájaros para su nidada.
Lógicamente, el objetivo de estas anécdotas va por otros derroteros: la
expansión de la Iglesia.
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Gracias, una vez más, Señor, por tu pedagogía divina y humana.
Nos enseñas como el maestro más cercano y asequible. Todos te entendemos.
Ciertamente te veo ahora, Señor, arrojando la semilla de tu Palabra
a través de la Iglesia: sermones, charlas, homilías, clases,
orientación particular que recibo de los sacerdotes.
Tu Palabra, escrita en la Biblia y tantos buenos libros me acercan
a tu persona y me abren te corazón para conocerte,
entablar conversación contigo e intimar en el Amor.
¡Ahora te oigo en mi conciencia, y siento que me “echas” tu simiente divina!
Que no sea ciego para no verte cerca de mí, ni sordo para no oírte en
tus requerimientos, y, menos, cobarde para no aceptar tus propuestas de vida.
Que se realice en mí, con normalidad, ese crecimiento de la gracia,
de la bondad de corazón, de las buenas obras, en una palabra, de la santidad
de vida, para que, en su momento, puedas “segar una buena cosecha”.
Que cada noche pueda ofrecerte los frutos granados de la lucha ascética,
del trabajo bien hecho, de la alegría compartida, del apostolado generoso
y abundante, y si fuera necesario del arrepentimiento y la rectificación.
También comparas, Señor, tu Palabra con el insignificante grano de mostaza,
que pones en mi corazón, y que ha de crecer en mi vida práctica
“hasta crecer más alto que las demás hortalizas, y echar ramas
tan grandes que los pájaros puedan cobijarse y anidar en ellas”.
No solo esperas, Señor, mi santidad personal sino las ramas abiertas,
fuertes y acogedoras de mi apostolado en todos los campos posibles
donde discurre mi vida, o pueda influir con mi fe y el amor de Dios.
Ayúdame, Señor, a que muchas personas, familiares y amigos,
colegas y superiores puedan apoyarse en mi,
y juntos trabajar en bien de la Iglesia y de toda la sociedad.
Que nunca me importe mi pequeñez, ni los comienzos minúsculos
de las labores apostólicas. Dame, Señor, espíritu católico y universal.
Padre Segismundo Fernandez Rodríguez